Arte Sacro
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Rosa de la mañana. Maria del Amor Rasero Zárraga


Toda mi vida es un cuadro pintado con los colores de su Nombre. Y esos mismos, se presentan ante mí en una amplia gama el último domingo de septiembre.

Con los sentidos a flor de piel, todavía no ha amanecido en San Lorenzo. ¡Bendita parcela del cielo! - como dirían algunos- , se fusiona en un perfecto lienzo para abrazar a la Rosa. Ella, perfectamente ataviada para su Rosario, con la carita recién lavada en su capilla e inmaculado su tocado. Y la plaza, preparándose para dejar entrever los primeros rayos del sol.

Ilusionado, se va formando el cortejo. Y los más madrugadores, ya han cogido su sitio privilegiado fuera. Se cuelgan las medallas, avanzan los acólitos…y se abren las puertas. Acaricia el aire a la Rosa, la llena de humanidad y la divinidad brilla en su corona de múltiples colores. Y brilla, brilla como el mismo sol que todavía, tímido, no ha terminado de salir.

Emoción al verla avanzar, tan elegante y majestuosa. Santa María, cubriendo cada uno de sus pasos con el manto de la esperanza. Llenándose de su barrio, ese que se desparrama por su pecherín de la Dulce amargura. ¡Y su barrio, llenándose de Ella! Llenándose de su rostro, de sus manos de Castillo llenas; de su olor, de claveles rosas de primaveras nuevas; se llenan de María, de su Dulce Nombre.

Se llena San Lorenzo de Ella, de su Rosa. Camina con Ella, la abraza. La besa con la mirada, con el alma. Se pierde en sus ojos y se recrea en su cara morena. La obra perfecta: la Madre de la divina belleza, y sus hijos, perdidamente enamorados de Ella.

Siguen a la Rosa hasta llegar al convento de las Mercedarias, donde las monjitas la esperan emocionadas. Un año más, podrán rezar ante la Santísima Virgen. Y nosotros, con ellas. El cuadro, ese de mil colores, cambia la escena, convirtiéndola en una simbiosis divina. ¡Salve, Madre!

Salió, y con Ella, el sol. Todos buscaban su tez iluminada, envuelta en la belleza de un día espléndido. El bullicio, aclamaba su Nombre y alababa su hermosura. El gozo, la alegría y el orgullo por tener a la Madre caminando entre ellos se palpaba. Se tocaba entre lágrimas de emoción contenidas desde temprano, en esos que sabemos que pronto partirá y que, nos dejará, al menos, por un tiempo.

El cuadro, una vez más, se volvió una obra de arte. La Madre llegaba de nuevo a la plaza, y la plaza, engalanada bajo la mirada de Juan de Mesa, se recreaba ante Ella. Los colores, intensificados, entre el verde primario de los árboles y la luz del sol sobre el cielo azul en su figura. Ella, la más perfecta criatura, ya estaba en casa.

Toda mi vida es un cuadro pintado por los colores de su Nombre. Y toda ella, se va con su Dulce Nombre el último domingo de Septiembre. Antes del alba, en el mismo sitio, a la misma hora. La escena la pone Ella: la Rosa de la mañana.

A la Virgen del Dulce Nombre.

A mi Hermandad.

María del Amor Rasero Zárraga

Foto: Juan Alberto García Acevedo.










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