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¿Y los “churretes” de María?. Faustino Rejo


Esta mañana he levantado temprano el toldo de mis sabanas, nada nuevo bajo sol más que la dicha maravillosa de vivir un día más. Entre los quehaceres de una rutina marcada y cumpliendo el rito casi sagrado de visita diaria a nuestra “prensa cofrade”, he topado tan de lleno como el vaso que se colma con una foto tuya, Señora de tumbilla y “Lorenzo”, de flores largas de septiembre, la del niño espabilado, Patrona de una Sevilla tan dulzona y tan sencilla que lo es para sus cosas.

Hoy he visto en tu cara la faz de antaño, la que quizás te quitara el paso lento e inevitable de los años, he visto la blancura de un manto veraniego, la entrecalle de la luna en tus ojos negros, la pureza que despierta, el más humilde destello. ¡Qué previsora fuiste siempre, como buena madre, tú que habitas en lo más alto, que ya le has puesto al niño su buen par de leotardos para la “rasca” de Sevilla que dura dos telediarios!

Fíjate que te miro, te remiro, y aunque eres la de siempre y no me canso de verte, perdóname soberana pero echo en falta tus “churretes”, los que caían ojo abajo, los que poblaban tus sienes, los que manchaban tu cara a primera hora del alba con las mejores mieles. Entiendo que es por tu bien, puedo llegar a comprender que reintegren tu semblante, que recompongan tu piel, que suturen las heridas de esta sociedad partida y sedienta fe, lo puedo llegar a entender, pero es que he de decirte, rumor del agua, que los “churretes” que ya murieron eran la causa de tu ser, de tu trasfondo, manillas del reloj de arena, eran como poco y como mucho el sello eterno de tu rostro. Nadie imagina a la Esperanza sin los tintos de sus mejillas en la Macarena del alma, ni con ese tostado al horno a “La Trianera” en su más callada orilla.

Nadie imagina ver a sus padres sin las cosas y detalles visuales que la mente retiene, sin los rasgos que se hicieron permanentes para siempre. Nadie imaginaba al Señor de Sevilla si su rostro carbonero de los avatares del destino, y ya ves, hoy es todo claridad, el poder en un suspiro.

Así ha tenido que ser, y así Dios lo ha querido. Ha de saber ese doctor bendito, Madre, el que te durmió los “churretes”, el que podría apellidarse de segundo “del postigo”, “de la Macarena”, “del Ayuntamiento”, ¡Que cosas!, que ya no existe más gloria que puedan tocar sus manos, que después de haber pasado consulta a la Esperanza más sincera, tuviste que llegar tu y romperle de nuevo los esquemas. El no tiene culpa alguna de que los años se rebosen de aquella copa y oscurezcan los senderos del color de una aceituna. Si un tal Francisco por ahí cuenta que tuvo en su regazo a Reyes y Macarena, ¡créanle señores, que eso es verdad de la buena! ¡Gloria eterna a los médicos de María, angelotes en la tierra!

Aunque ya no tengas “churretes”, princesa de nardos y flecos, nunca me cansaré de mirarte, de pedirte y de rezarte. El destino de tu Sevilla, de mi Sevilla, de nuestra Sevilla, nunca será echado a suertes mientras tus manos siempre abiertas por nosotros se cierren.

Aunque cambie su semblante, aunque se aclaren sus sienes, Sevilla siempre beberá los vientos por su Virgen de los Reyes.

Faustino Rejo.

Foto: Juan Alberto García Acevedo.










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