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Provincia. De San Juan a Valencina, dos momentos de reencuentros


José Fernando Gabardón de la Banda. No cabe duda que cada cofrade posee un verdadero mapa mental, una verdadera encrucijada de escenarios, un verdadero libro de recuerdos en la que cada uno va colocando una anécdota, su foto del instante en que vivió, dotados de emotividad, de ensueños. No cabe duda que cada cofrade descifra su mapa mental por la experiencia de los años, que va cargando día a día fragmentos vivenciales que nos llegan al recuerdo en algún momento del año. No cabe duda que cada cofrade tiene un mapa mental distinto, sin plagios, sin tachaduras, que ha marcado con una gubia imaginaria en un plano interior que llega a su propia alma. No cabe duda que cada cofrade tiene un mapa mental que posiblemente heredó de tus padres, convertido en tu propia brújula, en ese explorador que te guio al inicio de tu camino, desvelándote el camino correcto. No cabe duda que cada cofrade ha ido gestándolo, no con poco esfuerzo, como aquellos navegantes que no tienen marcada una ruta definitiva, no saben en un primer momento donde se encuentra el puerto definitivo. No cabe duda que cada cofrade tiene un mapa mental, reflejo del laberinto de la vida, va sorteando caminos, seleccionándolos, con una exquisitez que va con el gusto de cada uno. No cabe duda que en ese mapa mental de cada cofrade se va concretando una heterogeneidad de puntos de referencias, en la que se cruzan todo un juego de emociones, que van desde los pasos del cortejo, hasta el mínimo detalle que recorren sus calles. No cabe duda que cada cofrade desvela su mapa mental en sus tertulias con amigos, con familiares o consigo mismo cuando te reencuentras en algún momento contigo mismo, sin que nadie de escuche, y te descubre a ti mismo las experiencias vividas No cabe duda que cada cofrade posee en su interior un mapa mental de emociones que querrá compartir algún día con aquel compañero o compañera que querrá que le acompañe en el camino de su vida, le querrá contar como fue aprendiendo, como un verdadero topógrafo, cuyo compas no es un objeto, no es ningún artilugio, puede que te lo marque tu propia alma. No son mapas mentales diluidos en el tiempo, sino que son reflejo de la eternidad de la vida.

No cabe duda que el Sábado de Pasión se ha convertido en uno de esos puntos de referencias que han ido delimitando mi propio mapa mental. No cabe duda que el Sábado de Pasión se ha convertido en uno de esos referentes que no pueden dejar de dibujarse en ese mapa del tiempo que cubre la existencia de un cofrade. No cabe duda que el Sábado de Pasión guarda un periplo oculto para muchos sevillanos, que enriquece aún más las emociones de la noche, cuando ya por la tarde has vivido todas las cofradías de vísperas. No cabe duda que el Sábado de Pasión guarda algunos tesoros en aquellas poblaciones cercanas a Sevilla, que confunden el tiempo en que vivimos, las hojas de ese álbum de recuerdo que llevamos en el interior. Uno de esos puntos vitales de ese mapa mental íntimo que guardo del Sábado Santo lo constituye sin ninguna duda la Cofradía señera de la Hermandad Sacramental de San Juan Bautista, con su paso de Cristo del Cristo del Amor, y como no la maravillosa Virgen de los Dolores. La descubrí con mis padres, como en tantas ocasiones, cuando yo solo era un niño, que como navegante principiante iba descubriendo los escenarios de cada cofradía, iba perfilando mi propio mapa mental. Descubrí aquel pueblo, de remoto origen romano, transformado por los almohades, con su magnífica muralla, que circundaría su excepcional fortaleza, que sería conquistada por Fernando III. Descubrí aquella noche a lo lejos, el monumento del Sagrado Corazón, una obra excepcional que Vicente Traver realizaría en 1929. Y descubrí su iglesia del cerro, el antiguo convento de los franciscanos terceros, los mismos que después fundaron el famoso convento de la calle Sol, donde se ubicaba mi hermandad, la de la Sagrada Cena. Y por fin descubrí a la Virgen, el precioso palio que portaba a esa soberbia imagen atribuida a Cristóbal Ramos, un lujo ornamental propio de otra época, y como no, la banda del maestro Tejera, interpretando aquella edad de oro de la música procesional. Y nunca se me olvidará, el escenario, la plaza de Andalucía, rodeada de caseríos de principio del siglo XX, que responde a un aire remoto de aquellos felices del inicio de la Exposición Iberoamericana.  Era ni más ni menos la cofradía de la Tempranilla, ya que era la única que hacia estación de penitencia antes del Domingo de Ramos.

En años posteriores, cuando había transcurrido ya una parte de mi vida, me encontré con una sorpresa, un nuevo hito que situar en mi mapa mental, en el trazado de mi propia experiencia, la Cofradía de la Vera Cruz de Valencina de la Concepción. Me acompaña todos los años mi amigo Enrique Carpio, y en algunos años, mi hermano Joaquín, compañeros infatigables de este día. Me acuerdo la primera vez que vi el soberbio crucificado de la Vera Cruz, atribuido a Juan Bautista Vázquez, el viejo, retrocediendo en la línea del tiempo a la historia primitiva de la propia Cofradía fundada a finales del siglo XVI. Un sórdido silencio envuelve al Crucificado manierista, el silencio de un pueblo mostrando su respeto. La Virgen de los Dolores, atribuida a Petroni, bajo palio que está diseñando el magnífico bordador Antonio Grande León, completa esta preciosa escena, con los sonidos al fondo de la banda de la Oliva, recorriendo una senda de calles estrechas, con bajos caseríos, hasta llegar a la trasera de la iglesia. Se va diluyendo la noche, se va dibujando una plaza, no una plaza cualquiera, es la plaza de su iglesia, la parroquia de Nuestra Señora de la Estrella. Mientras va entrado el Cristo, el paso de Virgen penetra a sones de machas fúnebres.

San Juan de Aznalfarache  y Valencina de la Concepción se entrecruzan esta noche en el fondo de mi alma, sin que ese mapa mental, no se detiene en el tiempo, queda imborrable en el trazado de mi mapa. Quizás es de los pocos momentos en que mi amigo Enrique y yo nos volvemos a reencontrar cada año, recordando aquellas noches que cada día, cuando estudiábamos en el colegio San Francisco de Paula, compartíamos nuestras vivencias, las que define el verdadero mapa mental de cada persona, el mapa de las vivencias.  

A mi amigo Enrique Carpio

Fotos de Valencina de la Concepción:  Román Calvo Jambrina










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