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Bares y amigos, siempre. Crónica de urgencia por la jubilación de Manuel, de La Isla


Reyes Pro Jiménez. Los bares, los restaurantes, las tabernas son una parte importante del alma de la Ciudad, tanto es así que hay quien se orienta en ella por los nombres de los bares y no por los nombres de las calles. Hasta las hermandades tienen su bar donde “paran” los “capillitas” de una u otra (que dos palabras tan sevillanas que se van perdiendo).

Hoy nosotros vamos a “parar” en La Isla, que abrió en el final de la calle Arfe justo al lado del Arco del Postigo en el año 1946. Establecimiento vecino de la calentería de Juana Goiguru (después de Ángela), era un pequeño bar que adquirió como comedor otro local inmediato al que se llevaban los platos por la calle, pues entre ambos locales estaba la tienda de ultramarinos de Agustín Velamazán, La Isla acabaría arrendándola lo que posibilitó la ampliación del que ya era un restaurante con todas las de la ley. 

Se instaló un escaparate nevera con ganchos de los que colgaban unos pescados maravillosos: meros, merluzas, etc. componiendo junto con mariscos increíbles unos bodegones dignos de la mejor pintura del Barroco Español. Pero en nada desmerecían de ellos el “ragú” o carne con papas (en ese orden por la cantidad generosa de carne) ni las espinacas con garbanzos, ni por supuesto cualquier guiso de “regla”, llamado así por el guiso que el antiguo reglamento de hostelería preceptuaba había que ofrecer al personal y que se hacía extensivo a los clientes habituales que lo demandaran. En el local había mesas pero sobre todo destacaba una larga barra con unos taburetes verdes, que hoy serían horrorosos pero que entonces eran el culmen de la modernidad.

 

Manuel atendiendo los veladores (Diario de Sevilla)

Pero con ser todo ello característico e importante lo fundamental eran las personas que allí estaban organizando, cocinando y atendiendo…  y entre ellos Manuel “el gitano”, o Manuel el de la Isla, o mejor MANUEL.

Siempre amable, siempre con una sonrisa, ocurrente y educado, atento a los habituales que lo necesitaban (recuerdo a don Carlos, siempre en la misma esquina de la barra, al canónigo Francisco Gil Delgado…) magnifico vendedor, porque sabías con certeza que el “género” que te vendía merecía la pena, y gran persona que te regalaba su cariño.  

Desde 1992 La Isla fue propiedad de Antonio Nogueira y José Albariño, hermanastros gallegos afincados en Sevilla que habían sido trabajadores del restaurante. Era la época en la hostelería del rosa salmón (un color de nombre muy apropiado para un restaurante), color que dominaba desde los manteles a la pintura de las paredes. ¡Que maravilla de mesa número cinco!, pegada a la barra, atendida por Manuel, por nuestro Manuel, que además “velaba por los veladores” pegados al edificio antes mercado del Postigo y después Lonja de Artesanía.

 

La mesa num.5 en el interior junto a la barra, antes de la última reforma del local

En esos veladores, como en el interior del bar, la clientela de Manuel era variopinta, desde muchos vecinos del barrio del Arenal (como decía el clásico “grande consuelo es tener la taberna por vecina”), a turistas, o gente del toro, sobre todo los días de corrida, etc.

A los años fue Emilio Guerrero (valiente y profesional) quien reformó el local de la Isla y seguimos disfrutando del bar y restaurante y de nuestro Manuel durante unos años fantásticos. Pero vino un “bicho” que no estaba en los carteles de la Plaza de Toros de la Maestranza ni en el menú del restaurante y el bicho se quedó con nuestros bares y nuestros restaurantes, algunos nos los ha devuelto pero otros se los ha tragado, ya no tendremos La Isla.

Y no tendremos La Isla de Manuel, porque aunque parezca mentira nuestro amigo también necesita jubilarse y descansar. Por él también pasa el tiempo, como pasa por todos nosotros, los amigos de “la casa de Arfe 17”, y por todos los clientes amigos de Manuel.

Manuel se ha jubilado, aunque nos parecía que esa servilleta con la que daba manoletinas de alegría a las tapas iba a ser eterna. Como eterna nos parece a todos la juventud cuando la tenemos, prácticamente todos los días estábamos por La Isla: cumpleaños, fiestas, comidas… en casa llegamos a prescindir de los muebles del comedor porque nunca los usábamos.

La verdad es que para nosotros Manuel es inmortal, porque es clásico ya que “no se puede mejorar” (tomando la definición de clásico que dio hace muchos años un célebre torero), porque es de la estirpe de los verdaderos profesionales y porque es una maravillosa persona. Por eso deseamos que disfrute muchos años con nosotros su jubilación, con nuestro brindis: ¡¡Por ti AMIGO MANUEL!!

Fotos: Archivo Reyes Pro Jiménez










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