Arte Sacro
  • Noticias de Sevilla en Tiempo de Pascua
  • sábado, 20 de abril de 2024
  • faltan 358 días para el Domingo de Ramos

¡Hasta siempre Pilatos!. A La memoria en el cariño de Carlos Morán


Mariano López Montes. Sí, porque nadie es bueno ni malo a exclusividad, todos tenemos algo que hace que predomine un término sobre el otro, aunque a veces todos somos como el café con leche que a algunos les gusta con más o menos de uno y otra, y hablando de leches las tenemos de todos los gustos.

En el caso de Carlos se le podría definir, con el término que expresara Antonio Machado, en sus “Poemas del Alma” : “Ser en el buen sentido de la palabra bueno”. Me refiero a ese Carlos Moran como persona y hombre de a pie, y no como capataz de cofradía, que es un término que actualmente e injustificadamente se cotiza cada vez más al alza, y no voy a hacer más comentarios sobre el tema para no herir susceptibilidades a veces más viscerales que racionales, y que se manifiestan con todo el egocentrismo y protagonismo que es capaz de experimentar el ser humano.

Carlos y Pilatos, Pilatos y Carlos, dos personajes que vivieron con más de dos mil años de diferencia, y que tuvieron la suerte de vivir y conocer a ese Jesus de Nazaret, el primero en persona y el segundo en la fe y el sentimiento por su Señor de San Benito. No me refiero al quinto prefecto y Gobernador de Judea, que en la Madrugá aparece indiferente y altanero en su trono, me refiero a ese otro Pilatos cercano que cada Martes Santo en primera fila se mete entre la gente de esta Jerusalén Sevillana, que este año no existió, porque un personaje ajeno se nos coló por la puerta de atrás, dicen desde Oriente y a ti Carlos te llevó para siempre.

Este Pilatos, el de San Benito, más que aquel noble romano de la “Orden Ecuestre” que algún día paseara por los foros romanos y gobernara aquella parte lejana del Imperio de Judea en los Tiempos de Tiberio, aquí en esta su Sevilla de acogida, en Martes Santo y por su barrio de “La Calzá”, para su gente es algo que sentimos como nuestro, no desentona, y tiene un toque y un encanto atractivo, y dicen que a veces hasta le ha rezado alguna mujer mayor del lugar. Este Pilatos de San Benito es tan nuestro que no lo sentimos como algo ajeno ni execrable, como otros personajes de la Pasión, la verdad es que la gente cuando lo ve aparecer le tiene cierto cariño y admiración, esperemos que algún político avezado y populista, no se le ocurra nombrarte “hijo adoptivo” pese a tu popularidad, que nunca te falta, por haber sido pieza clave para la celebración de nuestra Semana Santa.

Cuantos puntos comunes con nuestro Carlos, que siempre se mereció el cariño de su gente, y de todos aquellos que tuvimos la suerte de conocerlo, aunque militaran en diferentes bandos ideológicos o conceptuales, como se dice ahora.

Dicen que el roce hace el cariño, y después de tantos años desde el martillo y guiando sus pasos por esta ciudad algo debería de existir, y que mejor Presentación al Pueblo del Señor de la Calzada, que la obra de imaginería de Castillo Lastrucci, y la personalidad y forma de ser, sentir y vivir que Carlos Moran tenía para su Hermandad, su gente y su barrio, ya que en su persona atesoraba todo el saber e identificación de aquella antigua y nueva “Calzá”, ya que siempre vivió en ella y era parte indisoluble de su personalidad y pensamiento.

En el mundo cofrade, simple y a la vez complejo, hay para todos los gustos, aquellos “buenos y aquellos malos” que el genio de los imagineros se encargaron de plasmar en nuestros pasos y que tomamos como referentes de la virtud y la maldad. Que el apolíneo Pilatos se lavara las manos ante la bondad y la inocencia no terminó en el siglo primero de nuestra era, pues actualmente tanto en la sociedad como en nuestras hermandades, hay muchos “Pilatos” que hacen la vista gorda, o miran para otro lado ante la injusticia, muchos Herodes que salen más veces que El Domingo de Ramos. Mas Judas que el que sale y representa el Lunes Santo en Santiago, más “Caifases”. “Anases”, sayones y demás personajes, que conviven día a día y hombro con hombro con nuevas Verónicas, Cireneos, Magdalenas, Nicodemus e incluso con nuevos Buenos Ladrones, que este circo que es nuestro mundo y sociedad da para mucho.

Pero una persona que se nos acaba de ir para siempre, y que nunca cambió con la veleta que marcan los intereses de cada momento. Carlos Moran siempre pensaba y actuaba con la filosofía que impregno su existencia, su Hermandad de San Benito, una fe inquebrantable en su Señor de La Presentación, su Virgen de Valvanera, y los limites o fronteras de un barrio de la Calzá que siempre fue su referente, y estos valores propios los compartía con sus costaleros de siempre, y sus conocidos. Hasta en Rota donde me lo encontraba todos los veranos, después de hablar de aquellos Yanquis que vinieron por los años cincuenta y de cuatro cosas relacionadas con el veraneo, al poco tiempo la conversación giraba a su mundo de siempre y a ese Deporte Sacro que tan de moda está y que él lo percibía de una manera propia y diferente, desde el rumbo de la fe, la devoción, la amistad y el servicio que eran los cuatro puntos cardinales que le marcaba, la brújula que dirigía el rumbo de su vida.

El Pilatos de San Benito nunca se lava las manos del todo, aunque ahora esté tan de moda, sea tan necesario y haya que hacerlo continuamente, este personaje es casi un vecino más del barrio, y que cada Martes Santo sale en la cofradía de su barrio, aunque a pocos metros tenga aquellos “Caños de Carmona”, que se construyeron en tiempos de Julio Cesar y después modificaron los almohades. Tantos años cerca de Carlos, seguro que lo ha trasformado, del imperialista romano que fue, a adoptar las “sevillanas maneras” de los vecinos del barrio, siendo un embajador y un personaje con su identidad propia que presentaba por un lado y representaba por otro, a sus vecinos cada Martes Santo cuando subía o bajaba por aquel desaparecido puente para encontrarse con Sevilla, nunca se veía como alguien extraño o extranjero, pues sus pasos eran guiados años tras años por su amigo Carlos, ya que después de tantos años juntos, desde la época de la Priostia, a la de propio capataz, alguna afinidad debería de existir. Este Pilatos es de ellos (Hermandad y Barrio) pero también es algo de todos nosotros que lo contemplamos desempeñando su papel histórico año tras año. No es de extrañar que este hombretón, bien parecido fuera un vecino de La vieja y nueva Calzá y que frecuentara con asiduidad, el famoso “Bar Jota”, la “Chicotá” o aquel otro que se llama “Raimundo”, que para eso dicen que tiene la mejor cerveza del mundo.

Y en fin como todo en esta vida existe un principio y un final para no regresar y Carlos Moran se fue para siempre con aquel Cristo de La Presentación que tanto quiso.

De herencia nos dejó su bondad, su amistad, y todo aquello que era capaz de trasmitirnos, pero parte de su alma se quedó aquí para siempre, entre nosotros, y cada año, cada Martes Santo, cuando veamos avanzar el prodigioso y valiente paso de Misterio, quizás entre la nube del incienso, bajo las trabajaderas, o en el propio llamador que tantas veces acarició, el alma de Carlos estará para siempre, con su barrio, sus hermanos y su gente, porque para eso su amigo Poncio, aunque sea desde el papel arrogante que le ha tocado representar, nos recordará un año mas, que el alma de los hombres buenos acunada por la evocación de los recuerdos, nunca morirá para siempre.

 

Fotos: Mariano López Montes

 










Utilizamos cookies para realizar medición de la navegación de los usuarios. Si continuas navegando, consideramos que aceptas su uso.