Arte Sacro
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Ya queda menos. Los Ángeles de San Lorenzo. Alberto De Faría Serrano


 Qué difícil es expresarse delante de las imágenes marianas de la Parroquia que enalteciera aun sin saberlo el beato Spinola. Se te adormecen las musas y el quebranto de la confusión y del sentimiento más profundo te hiela el pálpito. Página en blanco. No pasa nada. En el andar cotidiano siempre se halla la sombra amable de un árbol que te dará cobijo. Un Plátano de Indias. O el efluvio fulgurante de un botón florido adelantado y juguetón  que nos regala un martes de Cuaresma anticipado. O el abrazo cercano de quién  siempre está a tu vera. O el providencial y arcano sentido de pertenencia que te refuerza en tu interior. Nunca hay que desanimarse. Sobre todo cuando sabemos que la Dulzura de su Nombre nos inunda siempre que adentramos nuestra oración allá en la venera. O cada visita a la Soledad nos tiende su misericordiosa mano para consolarnos.

Dije bien. Sin saberlo porque don Marcelo sentía una profunda devoción por el Señor de Sevilla, su secular morador. En aquél lugar solo podía figurar  si no Quién que su Madre, cuando años después  le erigieron templo basilical. Por aquél entonces les frecuentaba muchas tardes un ejemplo de vida en común y un matrimonio entregado. Se les acercaba a ambas porque ya traían de San Antonio de Pádua el acendrando fervor común por la Dulzura de la Gracia de Sevilla bajo palio. Allí alumbraron muchas noches al calor de su amor. Sevillana ella, le alegró día a día. Rezo a rezo. Beso a beso. Afán tras afán,  verso a verso. Luego él le puso por delante la mano protectora de la Soledad : Como buen mesetario y manchego,  conocía los sinsabores de la vida de más allá de los años de penuria y el dolor incrustado y desgarrado en su propio seno. Aún así le enseñó que detrás siempre se anida la ilusión y el entusiasmo con que se reconocen a los ángeles de la Esperanza.

Del fruto de esas dos devociones solo podía venir más que bienaventuranzas. Hasta tres. Y doblaron generación, en un  puñado de bendiciones para alegrarles sus años dorados. Y la propina de un par de estrellas del cielo. Como muchas familias sevillanas que hoy mecen sus cunas de la soleana Hernán Cortés a la basilical Conde de Barajas cruzando la trinitaria Eslava,  eslabón de nuestras vicisitudes. Sin más sonajeros que la palabra del Señor y sin mas patucos que los que sirven para proseguir el camino. El único que tenía sentido. El que el Papa Wojtyla les reconoció de su puño y letra.

Dulce Nombre y Soledad  son ya dos advocaciones que van unidas en su destino. Un coro de ángeles acompaña a la del puñal atravesado agitando el sudario con las calladas voces triunfales del recogimiento del victorioso madero. A la que cincelara de pino y flándes  el prodigio incólume de Castillo, tiran del bordado juan manuelino Al Cielo con Ella del Maestro Morales. Por ángel se le reviste y ahora ya ambos lo son. Tiran los dos. Que vuelven a estar juntos revoloteando dulcemente al lado de la Virgen Maria en la venera de San Lorenzo.

No hay soledad que valga.
Ni tristeza insuperable;
su ejemplo es el mismo consuelo;
salga por donde salga.
Mira por dónde llegan.
Mira que te traen loas nuevas.
En sus versos la espiga no se siega;
Más suena la bambalina
y trasluce la luna llena del Martes Santo
en la torre de la esquina.

El murmullo de la gloria del tercer día
se oye a porfía
desde Teodosio al Sardinero cercano.
Soledad acoge a esos ángeles
que de nuevo vienen de la mano.

                                                                         A mis padrinos

Foto: Alberto García Acevedo










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