Arte Sacro
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Que poquito queda. La antorcha en la cornisa. Alberto De Faría Serrano


 Un tesoro inmaterial convive floreciente y pujante en la cornisa. Los cipreses del cementerio desafían enhiestos la gloria arqueológica del Imperio: se hace patente la raíz sacra y mediterránea del ceremonial ancestral. Ya las sombras de febrero han caído y cubierto de muda extrañeza el suelo pedregoso del Cardo, máximo y augusto camino doloroso para el trance a la nueva Vida. Abren comitiva las cruces de guía de los latinos y romanos conversos de la comarca que portan las antorchas espirituales donde se abrasan las esquirlas repudiadas de sus pecados. Cada vez son -somos- más. Entre ellas las de la vieja Hispalis por supuesto. 

Nunca Roma aspiró a hundir en el foso de los leones las podredumbres morales del Imperio: en cambio hoy son los gladiadores de la palabra los que toman la arena para empuñar la vida en sus manos; la cruz redentora.  Se desvanece cualquier otra dimensión. No hay sitio más apacible que éste en una noche que presagia otra aun más trágica al final de los idus de Marzo. Se invoca a la piedad y al consuelo entre los hombres donde antes solo se enaltecía la crueldad y la barbarie. Allí mismo se honra a las almas atormentadas donde vagan sin memoria reconocible por su defensa a ultranza del voto de sangre por los dogmas cuando aun si quiera estaban por definirse.

El mensaje del Evangelio brota entre los jaramagos de la verdina de la piedra desvastada por la erosión de los tiempos; toda la grandeza humana del martirio del Hijo de Dios reta, estación a estación,  la magneficiencia ruinosa del conjunto. No hay mayor símbolo ni lectura moral. Todo signo de patética prepotencia y ominosa ostentación termina en la cloaca del olvido y la destrucción después de consumirse en la antorcha del sacrificio. Tal y como se autoinmoló diecisiete centurias atrás.

Cuando el Nazareno de José de Arce vuelva a ascender la ladera de las ruinas, estará subiendo los peldaños hacia el Cielo de la Cornisa. Le flanquea los cuatro hachones evangélicos que han narrado su cruenta y postrera entrega por nosotros como racimos sembrados en la noche. El fruto de la vid se cosechará en cada villa tan pronto florezcan los claveles de la penitencia. Tan pronto como se extienda sobre toda la Betica el manto luminoso del plenilunio de la primavera. Tan pronto cruce togado de humildad a lomos de un jumento bajo el arco de triunfo del olivar de su riqueza. Que poquito queda.

Foto: José Luis Carrillo 










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