Arte Sacro
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Que poquito queda. Traslado eterno. Alberto De Faria Serrano


 Febrero agoniza en el gozoso reloj de la espera. Una llamada inveterada te atrae poderosamente hacia el pasaje de los Azahares. Una bocanada de incienso dulzón y rutilante te sumerge en el rito admitido. Al acceder por el umbral teológico del angostillo el escalofrío cisterciense de las paredes de la Parroquia conmutará la prisa ajena por el mimo excelso de la medida justa. Todo esta presto y dispuesto. Aun no se ha borrado de tu retina - imposible – la brevedad fugaz y emotiva del ciclo del Quinario. Y retorna la Caridad al lugar donde brota cada día; a su  austero enladrillado y a su transparente y brillante ambientación. 

Los pasajes del Suplicio del redentor son el viaducto ceremonial propicio para este traslado. Santa Marta aguarda paciente que los  solícitos Arimateas y Nicodemos de ahora escolten y porten el inmaculado sudario. Retumba en las bóvedas mudéjares el sigilo y la quietud. Se remansa la paz y la sensación de ingrávida solemnidad es el deseado ensimisma el dramatismo de las tres ultimas estaciones.

La Caridad del Redentor se deposita en la cuna de ese eterno traslado que se hace de la férrea voluntad por el Pozo Santo y la Alameda. Hoy como ayer se les traslada la limosna y el cariño que brota de una rosa fresca como aquella del riesgo y de la valentía bajo un aguacero. La misma que brota por los contraluces de García Tassara  o la angostura de Álvarez Quintero. Aquella que reunirá un vergel repleto en el Sepulcro del Angostillo y penitenciales lirios en el lindero. Que poquito queda.

Al amigo Ciriales.

Foto: Alberto García Acevedo

 










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