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La Semana Santa de… Alejandro Ollero Tassara (capataz). Carlos Navarro Antolín. Diario de Sevilla


Es un privilegiado del martillo. La razón es muy simple: manda los pasos de la Virgen de la Amargura y de la Quinta Angustia.   Ningún otro en el horizonte de las ilusiones. “No me ofrezco a ninguna cofradía. Si me lo piden, bien”. Alejandro Ollero Tassara (Sevilla, 1951) es todo un personaje. Quienes lo conocen, lo saben. Es un habitual del callejero del centro. Cuando habla renueva y actualiza la jerga de los capataces. Tiene el carné de costalero que el alcalde Juan Fernández le entregó a cada uno de ellos en 1977 en el Salón Colón con posterior almuerzo en el Puesto de los Monos. Eran los tiempos en los que se hablaba de los “costaleros penitentes”. La afición al martillo le viene de jovencísimo. “Aprendí yendo acoplado, de mirón con derecho a aprender, con mi corbata negra atento a todo”. Su precocidad se la debe a tres maestros del llamador: Rafael Franco, Salvador Dorado El Penitente y Manuel López Díaz El Moreno. “Me he sentido muy feliz aprendiendo de ellos. Me da pena que hoy estén en el olvido. También me acuerdo mucho de Manolo Bejarano”. Su etapa con el costal fue muy corta. Pasión, en 1975. El palio de la Candelaria, Pasión y la Carretería, en 1976. Y en 1977 ya estaba al frente del paso de misterio de la Sentencia. En años posteriores ya mandó los del Dulce Nombre, Madre de Dios de la Palma, el misterio del Nazareno con la Cruz al Hombro del Valle, la Quinta Angustia...

Lleva a gala ser el capataz más veterano “de los que no forman parte de una dinastía”. Siente debilidad por su cuadrilla de la Virgen de la Amargura, cuya alabanza aprovecha para poner de manifiesto una de las carencias actuales de los costaleros: “La cuadrilla de la Amargura es un reducto de las formas antiguas de trabajar. Son más importantes las convivencias que los ensayos, porque la cuadrilla es una familia. Ahora, en muchos casos falta espíritu de sacrificio. Hoy hay demasiados relevos, demasiadas trabajaderas en los pasos, y ya no se cogen los kilos de antes. Cuando el costalero de hoy comienza a fatigarse, ya le llega el relevo. Yo prefiero menos costaleros, pero que el hombre trabaje cómodo. Y no que donde antes había 30 ahora vayan 42. Ahora hay mucha cantidad, pero se ha perdido calidad”.

Hay una frase que resume sus gustos cofradieros: “No hay cosa más bonita que ver andar un paso de palio. No hace falta ni música. Se está perdiendo ese movimiento de palio caracterizado por los varales firmes, quietos, que escupen las bambalinas. Sí, sí... Se dice bambalinas que se escupen. ¡Ese es el movimiento bueno!”

Ollero se atreve a realizar un análisis general del movimiento costaleril de la ciudad: “Hay entre 300 y 400 peones que son los que conforman el grueso de las cuadrillas. Los demás son hermanos o aficionados”. No niega la posibilidad de que un costalero saque varios pasos: “No hay una recomendación sobre el número de veces que se puede salir. Lo bueno es que se vaya protegido, que se sepa trabajar”. Y justo en este aspecto es donde Ollero sienta su particular cátedra sobre las tres reglas del trabajo para un costalero: “Colocarse bien para recibir los kilos. En segundo lugar, hay que sujetarlos, porque los kilos no hay que ir a buscarlos, se reciben.  Y la tercera regla es andar con soltura”.

Ollero considera que un costalero “con vasija, con mimbres, con cuerpo y afición y trabajando junto a dos buenos hombres” aprende el oficio en tres entrenamientos. Atribuye a un boom mediático el fenómeno de las costaleras: “Vería normal una cuadrilla de mujeres en un paso liviano. Pero no veo bien las cuadrillas mixtas por tres razones: rompen la igualdad de carga, por una cuestión de pudor y por la propia constitución femenina. Es un error querer hacer ver que la cuestión de las nazarenas es igual que la de las costaleras”.

No le gusta el protagonismo del costalero fuera del paso. Cree que el futuro de los costaleros está en los barrios (Pino Montano, Juan XXIII...). Cuando suena el martillo quiere que la relación con el costalero sea de “total disciplina”. Fuera del paso, el costalero debe ser un amigo: “Si todos son amigos, un amigo no le suelta los kilos a otro. Eso es seguro”.

¿Necesitan los costaleros un monumento en la ciudad? “Depende del enfoque. Si se reconoce la labor de los antiguos, sí. Aquellos hombres trabajaban debajo del paso para comer. La mitad lo cobraban en dinero. Y la otra mitad, en comida. Eran un cuerpo maltratado. A veces los pasos tenían telas metálicas y una pequeña puerta, todo pensado para que se les viera lo mínimo. El agua la llevaban dentro en cantimploras. Por eso hacían sus necesidades debajo del paso. Ellos aprendían el oficio en las mudás. No había entrenamientos. Si no es por ellos, a lo mejor hoy llevábamos los pasos con horquillas. Se lo debemos todo. Si hay monumento, que sea para ellos y en el Muelle de la Sal”.










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