Arte Sacro
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Que poquito queda. El hábito como Fin. Alberto De Faria Serrano


 Un rumor  presuroso se apodera Museo abajo. Sortea  Alfaqueque, Pascual de Gayangos.  No son precisamente las coplas de Miguel del Cid las que encumbran la hidalga y señorial estirpe del Callejero de estos días. No es tiempo Inmaculista y el celeste del cielo es presagio remanente de un morado horizonte de pasión. En la esquina de San Antonio en la que tantas veces esperaste a la Divina Pastorcilla se esparce un halo de sencilla vencidad. Solo hay que asomarse a su morada.

En la quietud conventual esta la raíz de todo sentimiento espiritual.  La liturgia se remansa en un quinario emotivo que nos ata a la Cuaresma cual cíngulo franciscano a la cintura de nuestro devocionario. Es la Paz y la sencillez con que Jesús se entrega en su cruz la que se apodera del rito. Nada tan estimulador como su Fin. Nada tan precoz como su Bondad.  El Buen Fin siempre como medio para alcanzarle.

Mas no es fácil tenerlo presente en la bulliciosa confusión de la vida. Como si tuvieras que curtirlo en la piel de tu alma. Aquí bien saben como hacerlo. El fruto de la historia es resonancia de un eco insoslayable. Como el dorado atardecer sacramentado, el mañana se recubre del sudario legendario de su ejemplo. Por lo pronto ya está preparado el hábito. Alcoy espera para romper en dos la quebradiza molicie del desperezo del Miércoles Santo.  Eslava te frotará las manos a cada baño de cera licuada. Bajo la parrilla lauretana, entrarás en el vestíbulo de la emociones orlado por dos palmas doradas que se cruzaran en tu camino. Una Dulce y otra morada. Es el Buen Fin de Cristo. El Buen Fin de su humanidad. Que poquito queda.  

Foto: Francisco Santiago










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