Arte Sacro
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Que poquito queda. La Luz de Marzo. Alberto de Farias Serrano


 Si la mano extendida del Nazareno del Valle ya atrajo un candor dulzor a una tarde que no quería irse como remoloneando y retando a su destino. Si cristalizó un apacible ocaso de corpus como cirineo inopinado del Nazareno de la Calle Castilla. Y tiñó de añil ensangrentado el Buen Viaje del Señor bajo el farol de la hermana Luna, eclipsada por su llanto desconsolado. La sabia naturaleza avisa sin temor ni persistencia. El sigilo de su puesta en escena es solo semejante al del cortejo del traslado al sepulcro arimateo.

Ha sido solo una pequeña demostración; un declaración de intenciones mas entrañable de lo que será capaz en la segunda quincena del mes cuando mayeará para el desborde absoluto. Una retina privilegiada me asegura que el prodigio del azahar ha estallado junto al mediterráneo. Aquí alguno aislado e impaciente se nos ha  adelantado por Canalejas o Lumbrera como queriendo meter prisa a los demás. Como pretendiendo subvertir el propio ciclo natural de floración. Como si quisiera pedir la venia en un palquillo invisible.

La luz de esta cuaresma como cada año es,  posiblemente un espectáculo indescifrable de ritos y de tradiciones marcadas en la intimidad de los cenáculos cofrades. Pero más aún,  para pasear  y dejarse llevar por el cicerone más imprevisible de todos; el  intuitivo instinto del  gozo y de la admiración.

Subir por Mateos Gago buscando el rezo del sacrificio del Cristo de las  Misericordias es como una vigilia sin tregua, cargada de perfumes y armonías, en el silencio de la noche,  iluminada de estrellas que tiemblan como ardientes pupilas de fuego.

Como la dulce Ofelia de Bécquer, los Jardines de Murillo no prolonga más su espera desbordante a su Candelaria doliente. Complaciente y aturdida, ha perdido la razón y ya recoge flores cantando mientras no cesa de pasar la llama del amor profano.

El fruto marchito en el suelo es anuncio divino de un futuro inminente por la orilla del río y la Guadalupe sevillana se adormece en su siesta al son del rumor sonoro de un arpa dorado antes que rompa su desconsuelo con Amarguras en la pared contigua. Hoy es un sueño de Lunes santo. Hoy es un beso del aura que se eterniza cada tarde con un rosal desgajado del jardín maestrante. Una onda de luz que llora cuando no tiene más remedio que marcharse tras la cornisa. Cuando se va se escucha el silencioso y largo lamento de una parihuela  levantarse a esta es que busca su medida  y su compás exacto para el esperado momento. Cuando miro el azul horizonte  perderse a lo lejos, cada día un pelín más tarde, qué cerca te presiento! Que poquito queda.

Foto: J. A. de la Bandera.










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