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Opinión. La Catedral: centro de la estación de penitencia. Juan Manuel Labrador Jiménez


 En la mitad de la Avenida de la Constitución, se alza un templo que fue levantado con el pensamiento de que quienes lo viesen a lo largo de los siglos, tuviesen por locos a aquellos que quisieron crearlo. Sin duda, estamos hablando de la Santa, Metropolitana y Patriarcal Iglesia Catedral de Sevilla, en la que se halla escondida y bien guardada tanta historia de esta urbe que hoy vivimos y disfrutamos como una de las más hermosas del mundo.

Al llegar la Semana Santa, la Catedral se convierte en el mayor centro de la religiosidad que se vive en estos días, puesto que en ella, 58 Hermandades penitenciales realizan su estación, y un total de 13 lo harán ante el Santísimo Sacramento del Altar, durante las jornadas del Jueves Santo y la madrugada del Viernes Santo.

La Giralda será la más certera testigo de cuanto acontecerá en Sevilla a lo largo de su semana mayor, la de más pasión, la más profunda, la que más llega al alma de cada sevillano y de todo aquel que, acudiendo como forastero, tratar de llenarse de la espiritualidad de esos días.

Sin embargo, hoy no somos tan conscientes de la simbología que ha de tener entrar vestido de nazareno bajo las naves catedralicias. Es verdad que, al penetrar en ella, el mundo, durante brevísimos segundos, es otro totalmente distinto al que se vive en la calle, así como el estremecedor silencio que en él habita, y que sólo es roto por el sonido del golpe del llamador, las voces de mando del capataz, el rachear de las alpargatas de los costaleros, o las caricias de las bambalinas al besar los varales que alzan los más dignos palios para María Santísima.

Pero, ahora viene la pregunta: ¿qué pretendemos conseguir al llegar a la Catedral como cofrades, como nazarenos, acólitos o costaleros de nuestra Hermandad? Se supone que ganar como una indulgencia personal, un momento para encontrarnos con nosotros mismos... Pues tristemente, muchas personas no se percatan de que la realidad ha de ser la que acabamos de decir, y no la de muchos que sólo desean cruzar la Puerta de San Miguel para acudir, como locos, abandonando las filas, a los servicios instalados en el Patio de los Naranjos, y así poder “desahogarse”.

Parece que lo que antes era la Catedral como un desahogo espiritual al realizar la estación de penitencia, se ha convertido desde hace unos años en un “desahogo” físico, incluso para levantarse el antifaz, sin que te vea nadie, para fumarse algún pitillo.

No somos conscientes, últimamente, de lo que debe ser para el cofrade, que ante todo es un cristiano, el realizar la estación de penitencia, y lo que debe significar para él llegar a la Catedral. Lo que antes era un encuentro con Dios y con nosotros mismos, deja de serlo para convertirse en un encuentro con la cisterna. ¡Vaya por Dios!

Tan sólo un ruego: la penitencia, como tal, es dura, y se entiende que haya gente que necesiten realizar sus necesidades sin más remedio, pero que jamás nos olvidemos de que la Catedral es el punto culminante de nuestra estación, y no desprestigiemos con nuestras actuaciones la simbología que ha de tener el mayor templo de nuestra Archidiócesis cuando nuestras corporaciones cofrades realizan su estación en ella.

Foto: Juan Antonio de la Bandera










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