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Que poquito queda. Alborozo de la papela. Alberto De Faria Serrano


 Puede que ya lo hayas vivido y la tengas custodiada en el ajuar íntimo de tu altar de insignias. Aun cálida, virgen, intacta, como recién salida del horno de la impresora o del puño y letra del secretario. Sin una arruga ni doblado. Puede que aun te falten unos días y no encuentres las horas en la molicie de las tardes,  contándolas con toda su emoción  y anheles tenerla en tus manos como se tiene el oro en paño. Desde que recibiste el boletín o surcaste por la Web de la hermandad, ya marcaste en morado púrpura el centro gravitatorio de tu agenda y de tu memoria y que, por más  ocupado y atareado que estés, no habrá parón ni lugar para el olvido. Ni para la enajenación. Puede incluso que sea hoy, y esta noche te encamines en pos de ella como se va a una excitante primera cita con quien tanto anhelabas. 

Un cosquilleo inaudito te recorre las venas desde muy de mañana. Llevas lustros o puede que décadas recorriendo el mismo recorrido hasta la Casa hermandad a última hora de la tarde y siempre vas como un niño con zapatos nuevos;  o como quien no ve la hora de abrir sus reyes. Más intenso si cabe que aquel primer año que aún farfullabas tu nombre ante el censor de la hermandad. Porque cada año se refuerza tu sentido de pertenencia inversamente proporcional a que mengua tu número de hermano.

Pasas por la iglesia y te encomiendas a los dos. O a los tres. Te postras ante ellos más  solemnemente que el reciente quinario o besamanos. Desde que vienes solo o con tus hijos, experimentas un crisol de sensaciones distinto, agridulce, vibrante por ellos y por ti, y triste por los que ya no te acompañan; se te vienen encima todas las cuaresmas que te acompañaron los que ya gozan de la manigueta celestial del palio que mece los sentimientos sobre los pies. 

El abrazo del reencuentro con quienes compartiste tramo tantos años, sabe como el abrazo del año nuevo. El emotivo  y reverencial saludo o con quién te dio la alternativa cuando eras un renacuajo, te llena de una mezcla de alegría y melancolía; aunque él no pueda ya salir, no quiere perderse ninguno de estos momentos y renovar precisamente la papeleta simbólica de su devoción, pues siempre tendrá su sitio en el cortejo de tus recuerdos porque se le echa de menos en las hechuras definidas e intransferibles de la desgastada túnica que  lleva a su piel adherida. 

La espera en la cola la das por bien empleada. ¡Cuántas tertulias y cuántas buenas y sentidas amistades han cuajado en alguna de ellas!; en cuántas fraternas vivencias has aprendido la propia  intrahistoria de la sana hermandad de los que saben tus fatiguitas al Salir de la Catedral porque el esparto se te cincha en los riñones;  o las sandalias que te sobran al salir de la Plaza Nueva o de la Alfalfa ; o recordáis la primera cuadrilla de hermanos de los que ya disteis paso a la trasera. 

Con ella en la mano, sea cual sea tu lugar, lleves cirio o insignia, te vas a casa más feliz que unas castañuelas. Has cumplido la profecía y redivido el rito personal e íntimo. Suena Corpus Christi en los altavoces de tu alma. Cuando llegas a casa,  la depositarás junto a tu almohada. Sola alumbrada por el pebetero de tu mesilla de noche. La mirarás una y otra vez. Como frotándote los ojos. Como prendido por su presencia. Y durante tu descanso, es posible que hasta se premonice la gloria que te aguarda de aquí a veinte días. Sueña hermano. Sueña. ¡Qué  poquito queda!

A Santi










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