Arte Sacro
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Que poquito queda. El Silencio que habla. Alberto de Faria Serrano


 Aun está cimbreándose el ciprés de San Clemente tras el paso del Buen Fin del Señor por la escolta florida de naranjos; otra semejante condujo por el vergel apasionado del Porvenir hacia la Victoria del Redentor; tres avenidas más allá, se consumó una llama más, un viernes más, rendida ante su Cautivo. La huella aprensible de la sombra de un Nazareno Antiguo ha quedado petrificada sobre una pared de Rodrigo Caro, y establecida queda una Alianza de devoción con la dulce fragancia de la dama de noche de la Plaza. La misma que derrocharon sobre sus hombros las costaleras por un día de la Gracia de Sevilla que ya preside el firmamento de San Lorenzo. 

Cada acto es un recuerdo a la memoria; un permanente sigilo de veneración que se aquilata en la piel de los recuerdos y se renuevan por los cuatro costados. Es la viva expresión emocionada de los silencios que traspasan; por San Jacinto a los que aun viven de aquella efemérides de la Valiente. Los expectantes entre chicota y chicotá a los dos palios nuevos dedicados a la humildad y las lágrimas por San Pablo y Ciudad Jardín; la emoción contenida de los crios que no añoran su rampla porque van a recibir las palmas y los cirios con los que soñarán ocho vigilas sobre la borrica de sus ilusiones. Un Cirio Votivo ya aguarda la eterna llama de amor por su Madre de los primitivos en San Antonio Abad. La misma que se deposita a los pies del Mayor Dolor de Cristo, a su tenebrosa pero manierista muerte por la plaza que lleva su nombre; o en las manos descarnadas en su segunda caída en la Costanilla de San Isidoro.

El silencio se aquilata denso y místico en la nube de incienso de San Juan de la Palma. Distorsiona los volúmenes pero transparentan las sensaciones; desdibuja la claridad primaveral de la tarde pero descubre toda la dignidad y la sencillez del hombre que no se desmorona ante el desprecio. Sus manos entregadas a nuestros labios hablan por sí solas de la compasión que en ellas encierra. Su mirada perdida, concentrada en nosotros, es como el libro abierto del evangelio, una homilía expresada en un gesto de mansedumbre, una oración de reconciliación expiada con el que te ajusticia.

Cuantas veces habremos de acudir a su encuentro. Porque el Silencio es como un grito voraz en la noche que se alza con una cruz de guía. En ocho días se hará blanco, teñirá de inmaculado el crepúsculo y rebrotará de vida la Feria que quiere y aprecia la profundidad del mensaje del Silencio. Ya no habrá dudas ni confusión. Todo el peso de las calladas ofrendas del año caerá sobre cada levantá al Señor por Conde de Torrejón y la Europa revestido de Inocencia, y sentiremos el amargo sinsabor del desprecio al que se somete. ¡Qué poquito queda!

Foto: J. A. de la Bandera










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