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Opinión. Una gran confusión. El Diputado de Cruces.


Tengo que reconocer que cada vez entiendo menos algunas cosas que tienen que ver con nuestra Semana Santa. Por ejemplo, este año me he enterado que, por lo escuchado y leído, existe una norma, no sé si escrita en alguna parte y no sé por quién promulgada, según la cual si una hermandad tiene que refugiarse, entonces no puede continuar su estación de penitencia y desde su refugio debe volverse a su templo. Esto quiere decir que si, por poner un caso concreto, a la Paz se le rompe una pata de un paso en las cercanías de la Universidad y decide (por comodidad, necesidad o seguridad) refugiarse en la Capilla Estudiantil para repararla, entonces, una vez terminado el arreglo, tiene que volverse al Porvenir sin seguir su estación, ¿no es así? ¿O es que la norma sólo es aplicable en caso de lluvia? A mí, esta “norma”, si es que realmente existe, me parece una barbaridad.

Vaya por delante mi ovación sincera y mi agradecimiento a la hermandad de la Carretería por, una vez pasada la lluvia débil que le obligó a refugiarse en la Iglesia de la Anunciación y a la vista de los pronósticos meteorológicos favorables, hacer lo que había salido a hacer, su estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral (por cierto, ¿hubo venia en La Campana?). Y también a la hermandad del Dulce Nombre por, con los pronósticos que les daban, insistir en su intento de hacerla y cuando, en cinco minutos, esos pronósticos cambiaron bruscamente, rectificar.

Yo creo que situaciones como estas se enmarcan en la enorme confusión conceptual que rodea a la Semana Santa. Como he preguntado varias veces y perdónenme que sea tan pesado, ¿sabemos de verdad para qué y por qué salimos a la calle con nuestros titulares? ¿Es que nos vestimos de nazarenos para acompañar a una exposición ambulante de bordado, imaginería, dorado y orfebrería? ¿O es que nos disfrazamos con la túnica, el costal, el traje negro o el uniforme seudo-militar para gozar de una fiesta de los sentidos, disfrutando con los olores a cera, flores e incienso, con la música o con los movimientos sincopados de algunos pasos (y permítanme que diga lo del disfraz, porque estoy seguro y ahí están los cortejos, algunos casi exclusivamente formados por niños, de las procesiones de Vísperas no penitenciales y de las hermandades de Gloria para demostrarlo, que si tuviéramos que salir a cara descubierta se acabarían los problemas de tiempo, ya que el número de participantes se reduciría a la mitad)?  ¿O es que, realmente, salimos con nuestros titulares para visitar a Jesús Sacramentado en el interior de la Catedral? Depende de la  respuesta que elijamos, así serán nuestras, valga la repetición, respuestas ante las diferentes situaciones que se nos presenten.

Porque resulta que, entre los “patrimonistas” (aquellos que ponen la palabra patrimonio siempre por delante, los más prudentes hablando del humano, los menos sólo de enseres e imágenes, todos con su parte de razón mayor o menor), los “ortodoxos nuevos rancios” (porque de los rancios de verdad tenemos mucho que aprender), los “intramuros” (para los que cualquier cofradía de más allá de San Lorenzo, San Vicente, La Magdalena o Santa Catalina es … otra cosa), los “defensores de tradiciones de ayer por la mañana” (que se olvidan que hace ya más de seiscientos años que salen  cofradías) y demás, estamos creando una enorme confusión. Confusión que, junto al alarmante descenso de nivel de la clase dirigente cofrade y al entorno socio-político, que pretende primar, de modo exclusivo, la componente festiva de esta celebración frente a la religiosa, ayuda a crear situaciones como las vividas en los últimos años (por cierto, ¿alguien se acuerda de la última Semana Santa tranquila y completa?). Alguna de estas situaciones que tiene que ver con la lluvia resultan aún más inexplicables cuando vemos que los que menos histéricos se ponen ante un chaparrón son los dos grandes protagonistas de esta conmemoración: los cuerpos de nazarenos anónimos, niños y mayores y el público.

Yo me voy a mojar. Me alineo con aquellos que defienden que tenemos la obligación de cumplir con la regla que hemos jurado y que establece hacer la estación de penitencia en la Catedral y, en consecuencia, debemos poner todos los medios a nuestro alcance para hacerla, aunque ello conlleve algún riesgo (sin volverse locos, claro), salvo que de verdad, de verdad, sea absolutamente imposible. Por tanto, discrepo con algunas de las decisiones tomadas en los últimos tiempos de no salir.

De todas formas y como he dicho muchas veces, esta no es más que una opinión personal, la mía, tan respetable y discutible como cualquier otra. Por ello, urge un debate entre todos los estamentos implicados, religiosos, cofrades y civiles no cofrades, del que salga un posicionamiento claro ante las preguntas claves: para qué fundamos nuestras hermandades y para qué salimos a la calle. Porque, si conseguimos por fin clarificar nuestras ideas, las respuestas obtenidas serán, además, de gran ayuda para las juntas de gobierno a la hora de tomar sus decisiones en los momentos difíciles de la Semana Santa (y no sólo los causados por la meteorología adversa) y de todo el año.

diputadocruces@yahoo.es

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