Arte Sacro
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Cuando el Rosario se hizo Consolación (y viceversa)


 Francisco Santiago. Hay quien no quiere entender lo que no tiene por qué entenderse. Sevilla, con su afable gracia cristiana, hubiera gozado como la que más en aquellos tiempos épicos de las Cruzadas, donde se hablaba de Dios con la espada en la mano.

Pero hay otra Sevilla, la que cree en la devoción, en hacer las cosas porque sí, por el gusto de hacerlas, sin lustros llenos de apaños y borrones en los libros de cuentas para horror de la historia.

El 12 de octubre Sevilla aunó dos barrios de gran calado, porque mucha gente parece haber olvidado que muchas raíces del Polígono de San Pablo vienen directamente de Triana, como también Nervión acuna sangre procedente de barrios como San Bernardo.

Dejando a un lado los tópicos sarcásticos de esta cada vez menos mariana ciudad, ayer los que quisimos ser, fuimos un poco parte de San Pablo y de Nervión, mezcla de Roja Pasión, Verde Esperanza y Azul de un cielo que, a pesar de nacer encapotado, poco a poco retomaba el color de la Madre de la Iglesia que sus hijos llaman Consolación. Y junto a ella Rosario, su otra yo de tez morena y ojos verdes que devolvía la visita a sus ya hermanos.

Hubo decisiones, esperas, contratiempos, pero la ilusión pudo con todo y a las 19:20 horas, la Señora de San Pablo se ponía frente a frente a la Señora de Nervión. No hubo palabras, sólo los sones magistrales de la Cruz Roja que hicieron de la música una conversación.

Ya en la calle, el barrio se engalanó con sus mejores vestiduras para hacer una alfombra de pétalos a la Virgen del Rosario, que entre cohetería y marchas procesionales, decía un hasta pronto a sus ya hijos adoptivos que en Nervión y San Pablo subtitulan como el boletín de La Sed: “hermanos”.

Y ahora que hablen, que cuenten, que murmuren en los foros con esa sorna hiriente que sólo los “cofrades” (paradójico momento), sabemos dar, pero que no queremos ni deseamos recibir.

El cielo se abrió para San Pablo y fue Nervión la que hizo de hospitalaria, recibiendo en su propia casa a la que, en sólo un año, ha querido conocer el extrarradio que se conforma más allá de las murallas virtuales que nosotros mismos construimos y que sólo la fe y la devoción lograrán derrumbar algún día.

Felicidades San Pablo, gracias Nervión.

Fotos: Francisco Santiago.










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