Arte Sacro
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Puerta Osario. Carranza. Álvaro Pastor Torres


 El mundo del coleccionismo es un campo fascinante donde caben desde mis entradas y carteles de toros (porque no tengo posibles para juntar como don Vicente Carranza cerámica sevillana de los siglos XII al XX y por eso me tengo que conformar con las excelentes reproducciones que hace mi amigo José G. Fombella), hasta los vellos púbicos -pelos del coño que dirían directamente mis alumnos- que guardaba celosamente el marqués de Leguineche en la película La Escopeta Nacional.

Parece que ¡por fin! parte de la colección Carranza se va a exponer de forma permanente en el Real Alcázar. La cesión ha sido el parto de los montes, pues se ha juntado eso tan cierto y españolísimo de que las cosas de palacio van despacio con la ineptitud y falta de mano izquierda de nuestros próceres locales. No se puede entender que un señor esté dispuesto a donar por un largo periodo de tiempo lo mejor de su casa a cambio de muy poco (un sitio digno para exhibirlo y un recuerdo a su hijo fallecido) y todo hayan sido dificultades y problemas. (¡Ay, si Pablo Ferrand hablara..!) Don Vicente ha tenido que aguantar desplantes, y mil y un capotazos baratos de estos malos peones de brega que sufrimos. Pero todo lo ha soportado con una paciencia propia del santo Job y una dignidad como la de su homónimo Carranza, el arzobispo primado acusado de herejía cuyo proceso inquisitorial se alargó más de 17 años por cárceles españolas y romanas (el castillo de Sant`Angelo) para terminar con una sentencia absolutoria, lo que dio pie a que escribiera en el lecho muerte unos versos aplicables al asunto de la colección cerámica que hoy nos ocupa: “conviene hacerse / el hombre ya mudo, / y aun entontecerse / el que es más agudo / de tanta calumnia / como hay en hablar: / sólo una pajita / todo un monte prende / y toda palabrita / que el necio no entiende / gran fuego prende; / y, para se apagar, / no hay otro remedio / si no es con callar”.

Contrahuellas con escenas de montería, alizares, olambrillas, platos de reflejo metálico, retablos devocionales, jofainas decoradas por los pintores de loza cartujanos cantados en la sevillana, pares de azulejos por tabla a la cuerda seca, albarelos heráldicos o frisos de arista con motivos de jarrones y eses salidos de los alfares trianeros estudiados por Gestoso, y que fueron pasto de los anticuarios tras revoluciones, abandonos y derribos, volverán de nuevo a la ciudad que fue testigo de su hechura y su cocción. Esperemos que aquí se queden ya per saecula saeculorum.

Publicado en EL MUNDO de Andalucía, Edición Sevilla Sábado 5-VI-2010

Foto: Álvaro Pastor Torres.










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