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Puerta Osario. Insólita Sevilla. Álvaro Pastor Torres


 Esta Muy Joía y Muy Jodida Ciudad –que ambas cosas le vienen al pelo, además de los títulos tradicionales que timbran su escudo, ya sean estos de verdad, ganados más o menos justamente con los siglos, o conseguidos por la forma de ser de sus gentes, y por tanto casi tan apócrifos como los de los mollatosos miembros de “Er 77”, (Noble, Difícil, Leal, Cainita, Heroica, Cobarde, Invicta, Porculera, Mariana o Iconoclasta)- tiene en determinados casos una facilidad asombrosa para la amnesia selectiva (promesas incumplidas, obras eternas o mangazos de manual, ad exemplum) y en cambio una memoria prodigiosa para otras cosas. Y cada cierto tiempo hace gala de ella, sobre todo después de entonar el gori gori en un funeral, generalmente de tres capas, negras, por supuesto, que la Iglesia Católica desde que cogió el morado como color del luto litúrgico después del último Concilio no ha hecho más que caer en picado. Porque de lo contrario no se entiende la mezquindad de algunos con el recientemente desaparecido profesor Morales Padrón.

Aunque muchos cortos de miras no se lo crean –eso es lo malo de las anteojeras culturales, que sólo dejan mirar, que no ver, lo que se quiere- la trayectoria profesional del catedrático canario no empieza, ni termina, en su etapa como decano de Filosofía y Letras. Pero ya se sabe lo de “mató un gato y le llamaron matagatos”. Y eso que Morales Padrón ya conocía bien los “silencios de Sevilla”, no los maestrantes, que son preludio de que puede gestarse algo importante, sino los silencios cofrades, tremendos, implacables, cargados de un acero casi siempre dirigido a la espalda, pocas veces puñales florentinos y muchas navajas de Albacete. Lo comprobó justamente la tarde que ocupó un atril tan poco habitual el domingo de Pasión como el del Álvarez Quintero, donde dio el pregón “silencioso” de la Semana Santa de 1986.

Sólo un libro, Sevilla insólita, le hubiera bastado para subir a lo más alto de la bibliografía hispalense -y las sucesivas ediciones que han ido saliendo atestiguan su éxito-, pero es que escribió muchos más, unos sobre la ciudad y otros con las Indias como telón de fondo. En esa obra citada, que no debe faltar en ninguna biblioteca sevillana, aprendimos todos que esta ciudad tiene un santo para cada día de la semana, y la vida dentro de las clausuras, y la existencia de la Escuela de Cristo con sus peculiares liturgias o los momentos más íntimos de las vísperas semanasanteras. Pero desgraciadamente pagó un precio demasiado alto por su libertad, pues nunca fue ni con tirios ni con troyanos.

Publicado en EL MUNDO de Andalucía, Edición Sevilla, el Sábado 20-XI-2010.










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