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Los agujeros negros de la Madrugá (III). Juan Miguel Vega.


 Aunque para la Policía y la Justicia son oficialmente un caso cerrado, los graves incidentes ocurridos en la Madrugá de la Semana Santa del año 2000, de los que este año se cumplirá un lustro, todavía siguen siendo un misterio sin aclarar para la inmensa mayoría de la población. Y motivos tienen para considerarlo así, tal y como hemos demostrado en las dos entregas anteriores de la investigación que estamos desarrollando sobre aquellos hechos.

En estas páginas hemos mostrado las importantes divergencias que sobre el desarrollo de los sucesos mostraban los informes de la Policía y el del Consejo de Cofradías. Tantas que, tal y como son-descritos en el informe del Consejo, resulta imposible que pudieran estar provocados por la razón a la que son atribuidos en el de la Policía : la extensión irracional del pánico hacia los cuatro puntos cardinales desde la calle Javier Lasso de la Vega a causa de un incidente cuyos detalles, incluso cuya existencia, jamás pudo averiguarse.

Esta fue precisamente la versión que sancionaría el juez Francisco Molina Crespo en el auto donde declara el archivo de la causa, considerando, como ya transcribíamos en la anterior entrega la «inexistencia de un factor desencadenante conocido» de aquellos hechos.

 Supongamos, no obstante, que el informe de la Policía es el correcto y que las apreciaciones expresadas en el del Consejo, donde se sostenía que las carreras no se expandían hacia el exterior, sino justo al contrario, en dirección a la Campana y la carrera oficial, son erróneas. Que, efectivamente, los hechos obedecieron a un pánico irracional desencadenado por algo de origen desconocido. Bien, entonces, ¿quién fue el autor del anónimo que recibió el delegado de la Madrugá , Manuel Rivera, exigiéndole que desistiera de la investigación que trataba de llevar a cabo? ¿Quiénes fueron los autores de las amenazas de muerte que recibió a través de llamadas anónimas? Más aún: ¿Quiénes eran aquéllos hasta quienes dijo haber llegado aquel profesional retirado relacionado con la seguridad que aseguró al autor de un libro sobre estos hechos que pudo contactar con los «autores del proyecto y con quienes lo habían llevado a cabo», afirmaciones que luego exigió que no aparecieran en el libro?

Siguen existiendo demasiados agujeros negros, demasiadas zonas de sombra en esta historia. Sombras que ya existían hace cinco años, lo que hace aún más inexplicable el 'carpetazo' que se le dio en su día siguiendo la consigna de «aquí no ha pasado nada». Pero si pasó.

A las diez y media de la mañana de aquel Viernes Santo, horas después de ocurridos los hechos, con las cofradías de negro ya recogidas y las de capa a punto de entrar en sus templos, un familiar de cierto miembro del Consejo de Cofradías se topaba en los Jardines de Murillo con un nazareno con túnica de ruán y cinturón de esparto que iba dando tumbos.

Preguntado sobre si necesitaba ayuda, el nazareno respondió con voz gangosa y desagradable que no. ¿Quién era aquel nazareno? ¿Quizá el que había sido visto aquella noche en todas las cofradías de negro rompiendo la disciplina de la fila, sin cirio, y que no respondió a las llamadas al orden de ninguno de los diputados de tramo que lo vieron? ¿Fue sólo una persona la que protagonizó actos de ese tipo aquella noche? ¿Pudo aclararse si fue verdad lo que un joven declaró a la Prensa sobre la existencia de un nazareno que iba armado por la zona del Arenal y que llegó a amenazarlo con una pistola?

Abundancia de testigos

Nada se ha vuelto a hablar ni nada se dijo entonces sobre aquellos extraños hechos, verdaderamente inéditos en la Semana Santa de Sevilla, cuya veracidad, sin embargo, está plenamente contrastada por la abundancia de testigos. La estrategia oficial pasaba, entonces y aún parece pasar, por restar credibilidad a todo aquello que se dijera que pudiera abundar en la tesis de que los incidentes habían estado organizados. Quienes decían haber visto pistolas habían visto en realidad paraguas cortos o teléfonos móviles, quienes decían haber oído disparos habían oído en realidad el chasquido de una silla al caer al suelo. Y, por supuesto, lo de los extraños nazarenos se atribuía a la fantasía de algunos.

En ese afán por desautorizar a todos los testigos, se llegó a acusar a los medios de comunicación, concretamente a la radío, de contribuir a propalar el pánico difundiendo que «alguien estaba realizando disparos», una afirmación que incluso llegó a ser asumida por colegas de la prensa escrita que ni siquiera habían vivido aquellos hechos.

Quien esto suscribe, como integrante del equipo de la emisora de mayor audiencia -con notable diferencia sobre el resto- de cuantas retransmitieron aquellos hechos, Canal Sur Radio, puede dar fe de que en ningún momento se hizo una afirmación de ese tipo ni de ningún otro parecido.

Si hubo, es cierto, una emisora cuyo locutor manifestó que la gente que iba huyendo decía que se habían oído disparos. Aquel locutor fue el histórico radiofonista sevillano Agustín Navarro, que aquel año retransmitió la Semana Santa para una emisora llamada Más Radio, ya desa parecida. Navarro no hizo sino contar lo que oía contar a la gente que huía en masa. Gente, por cierto, que vio huir «en dirección de Sierpes hacia la Campana », o sea, en dirección contraria a la que sostienen los informes oficiales. Si sus palabras propagaron o no el pánico es algo que cuesta creer, porque el pánico ya estaba propagado cuando las pronuncio.

Lo cierto es que, a pesar de ello, Agustín Navarro no estuvo entre los periodistas a quienes la Policía llamó a declarar como testigo de los hechos, y eso a pesar de que, a juzgar por la insidia lanzada contra las emisoras de radio, este profesional debió de resultar fundamental para el desencadenamiento de los hechos. Lo cierto es que no todo fue gente corriendo aquella noche. Hubo otras actitudes que no se han investigado o no se han querido investigar. Por ejemplo, la de un grupo de hombres, como de unos treinta años, que permanecían apostados en la esquina de las calles Alfonso XII y El Silencio en actitud de esgrimir algo —¿un arma?- en medio de la confusión que rodeó la entrada de la hermandad de San Antonio Abad. Aquellos hombres fueron vistos perfectamente por alguien que actualmente forma parte del Consejo de Cofradías. ¿Quiénes eran? Está claro que fantasmas no.

Foto: Francisco Santiago

Publicado por Juan Miguel Vega en el Diario El Mundo el 30.01.2005. Permiso para su publicación en Arte Sacro por el mismo autor.










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