Arte Sacro
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A través del antifaz. La certeza de la caoba. Alberto De Faria Serrano


 Hoy como ayer cruje su leño y se ennoblece el sobrio candor de la caoba. El sacrificio no es vano porque le aguardan los cuatro faroles salomónicos. Duerme vencido en la cruz mientras un cajillo la acoge con su mismo amor. Hoy el monte calvario es una peña descarnada y sombría que de aquí al Jueves Santo, se tupirá de una superficie de lirios y petalillos con la gotas de sangre que riega nuestra pradera existencial. A su cruz no le hacen falta remates. A Él no le hacen falta potencias siquiera. Sus lúgubres clavos horadan su piel con la crudeza amoratada del la agonía. De la llaga de su costado, rezuma el manantial incesante de Vida por dónde se llenará el cáliz de nuestro destino. Le fundaron todos a la vez. Le erigió la tolerancia del Redentor. Cuántos tendrían que beber de la historia de su Fundación. Le alzaron los Ángeles neobizantinos de la Constantinopla de la Ronda. Le suben al candor de la caoba con el mimo y la delicadeza de su leyenda. Le incardinan al madero el alma entretejida de oraciones. Le clavan al madero las sombras presentes de los que se fueron y se identifican con el celestial escapulario en vuestra memoria.


No hay mas verdad ni mayor certeza que el eco del racheo de sus costaleros que no es mas que tu verbo disciplinado. Él, que es el poema romántico firmado por Dios para los creyentes, no le hace más lírica que una saeta que desgarre el aire tibio de la tarde por la Puerta Osario. Él, que resucita a Lázaro y devuelve las piernas al invalido, no le hace falta más levantá que la que describe el sol de media tarde, y dibuja melancólicamente su insigne silueta en la trasera por la Encarnación. Él, que es la Luz del Orbe, no lleva más luz que la de sus cuatro faroles. El intimismo de su semblanza por la Casa Pilatos. El Muro de nuestras lamentaciones porque se quedas apenas solo en los Navarros con sus cuatro faroles.


Hoy como ayer, le honra el peso de su devoción. Le admiraremos el fruto de su escuela de escapularios celestiales. Le llegaremos al corazón de su estirpe nazarena. Y aunque gracias a Manzano, le hayamos redescubierto en toda su plenitud, en toda la crudeza de su martirio, seguiremos sobrecogiéndonos con el mismo y presuroso sentimiento de las fotos en sepia cuando enfile por Guadalupe, su revirá definitiva.


A dieciséis atardeceres para que abrume y enmudezca todas las Recaredo del mundo.

Foto: Francisco Santiago.










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