Martillo y Trabajadera

Herencia de una Tradición

   

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Foto: Jesús Martín CartayaSin pretender hacer distinciones cualitativas entre el costalero actual y el antiguo, término del cual preferimos hacer uso en adelante, por considerarlo mas adecuado que el de “profesional” y por ser utilizada ésta con un marcado matiz peyorativo, asunto del que no es nuestra intención tener que sopesarlo, por razones obvias de las edades de quienes esto suscriben. Aunque tampoco estaría en manos de nadie poder enjuiciarlo, en cuanto a que los distintos hechos y circunstancias que acontecieron en un determinado enclave histórico, político, económico y social, fueron sustancialmente opuestos a los de nuestros días y por tanto, sería un injusto error establecer una comparación objetiva entre ambos.

Nos sentimos en la obligación de dar a conocer algunos de los pormenores de lo que fue antaño, hasta un tiempo no demasiado lejano, el mundo de la trabajadera y el martillo, para poder entender lo que hoy día significa para muchos de los costaleros de esta época y por lo que en un futuro próximo puede llegar a ser, por los que a buen seguro nos precederán. Rendiremos de paso, un entrañable y sincero homenaje a los antiguos capataces y a las gentes de abajo, por las cuales la inmensa mayoría de los costaleros contemporáneos, mediante el legado que nos dejaron, hemos aprendido de una manera indirecta y en otros casos directamente, a pasear nuestros pasos para la mayor gloria de la Semana Santa de Sevilla.

Actualmente el costalero es admirado, escuchado y lo que es mas importante, su trabajo, el buen hacer bajo los pasos y su función en las hermandades y cofradías es de sobras reconocidos por todos. Pero en contraposición a lo que ocurre en esta época, hubo un tiempo en el cual su labor era despreciada e ignorada y lo que quizás fuese peor, ni se les quería conocer.

Foto: Jesús Martín CartayaEl costalero era socialmente despreciado, su trabajo debajo de los pasos, estaba reservado desde tiempo inmemorial al “lumpen” de aquella sociedad, ya por aquel entonces la designación que se hacía para ellos en tono discriminatorio era de “gallegos” a los mozos de cuerda, “ganapan”, cargueros o de cordel, cuyo único patrimonio fue la fuerza de sus músculos, por ser estos oficios a los que estaban relegados las personas de los mas bajo en el escalafón social. Según cuenta Domingo Rojas “Antes entraba un costalero en un bar a pedir un vaso de agua, se quitaban la gente del lado suya, parecía que tenía la fiebre amarilla”.

Cuando llegaban a salir del paso, o a hacer un relevo, en el hipotético caso de que los hubiese, en condiciones normales no los había, ni existían los cuadrantes de relevos ni cuadrillas dobladas, las hermandades sólo contrataban a los costaleros que calzaba el paso, ya que supondría un mayor desembolso económico por parte de las mismas, de ahí la famosa expresión de los antiguos “hacer una carrera de mármol a mármol”, no existían mas ensayos que la mudá, ni mas casa hermandad que la taberna, ellos llamaban y además hacía de cuartel general, se quitaban el costal, se enfundaban una camisa, con el propósito de confundirse entre la multitud y se escondían.

Señala un capataz de la vieja escuela, “se dio la circunstancia en la que un costalero de antaño que habitaba en una barriada de clase acomodada, (también existían peones de esta condición que rebosaban por los cuatro costados una afición desmedida por el costal y la trabajadera, y al acabar la corría entregaban la bolsa a los mas necesitados), fue a entrar en el portal de su casa, aún con la ropa de la carrera, sin haberle dado lugar a quitársela, encontrándose con una vecina, la cual no lo reconoció con esa indumentaria, confundiéndolo con un ladrón que iba a atracarla y presa del pánico comenzó a gritar provocando la alarma de toda la vecindad. Hasta que se calmó y pudo darse cuenta que era su vecino de al lado, el cual trabajaba como costalero, en Semana Santa”.

Foto: Jesús Martín CartayaEscribía Antonio Burgos, en “ Elegía del costalero del muelle “, publicado por ABC, Miércoles Santo, 11- Abril de1979. “Los pasos antes olían a sudor y a meados junto al incienso y a las flores. Ahora por muy larga que sea la carrera, el desodorante no abandona a nuestros costaleros...” El desconocimiento por parte del público y los antiguos cofrades en general, del mundo de las gentes de abajo, era manifiesto. Sólo era patrimonio de unos cuántos, en fechas puntuales y en tabernas. Entre otros improperios, se decía de ellos que olían mal. Cosa dentro de toda lógica, ya que los desplazamientos eran a pié, desde sus casas a sus lugares de trabajo y de allí hasta la correspondiente cofradía que sacasen ese día, y así durante los siete días de la corría.

Además que por su humilde condición social, y en años en los que las penurias económicas eran el denominador común en la totalidad de las familias, se veían abocados a habitar en casas de vecinos, donde las duchas y aseos eran comunitarios, hasta el punto de hacer cola para entrar en ellos. Solamente los que tenían la inmensa suerte de trabajar en el muelle, se levantaban más temprano de lo habitual, esperaban a que abriesen para tener el privilegio de ducharse, completaban su jornada laboral, para que después volvieran a meterse debajo de los pasos. Con el temor añadido, de no quedarse dormido dentro del paso, por el riesgo de perder el jornal y la confianza del capataz y éste a su vez la de la hermandad que sacase ese día. ¿ A qué, si no a humanidad iban a oler debajo de los pasos?

Foto: Jesús Martín CartayaFueron despojados del más mínimo atisbo de dignidad humana, hasta tal extremo que, en el palio de Mª Stma. de La Angustia de la Hermandad de Los Estudiantes, por el perímetro de la parihuela, había una malla metálica circundándola a su alrededor con una portezuela trasera a la altura del pollero para salir y entrar, con el objetivo de mantener rectos los faldones, dándole mas importancia a la estética que a la propia seguridad de las personas que allí abajo se concentraban, en el supuesto caso de un incidente fortuito, como pudiera ser un incendio. Considerando también que desde fuera estaba la figura del fiscal, con una vara de madera en la mano para hacer uso de ella, en caso de que no se guardara la compostura y orden establecidos.

Para hacernos una somera idea, hasta qué límites llegaban el sufrimiento de los antiguos peones, tenemos que hacer hincapié en diversos apartados, y el primero de ellos es que en los últimos años se han visto disminuidos el peso de las candelerías en los pasos de palio, siendo renovadas estas piezas por la mayoría de las hermandades, siendo las modernas mas ligeras que las sustituidas. Lo que nos hace pensar en el peso de esas antiguas delanteras que los costaleros de ayer en términos coloquiales les llamaban “candelerías de metal fundido”, destacando las del Museo, Buen Fin y La Trinidad, siendo punto y aparte la del paso de la Virgen de La Concepción de la Hermandad del Silencio, llegando el rumor entre las gentes de abajo, que la peana y la imagen de San Juan eran macizas, hasta el punto de ser incontrolables los movimientos en pisos desfavorables y con la constancia de haber salido algún costalero maltrecho.

Deberíamos de considerar también la disminución del número de trabajaderas, colocadas en una libre disposición, quedando unas enormes distancias entre palos y grandes viseras en delanteras y traseras, siendo los mayordomos de las hermandades reacios a modificaciones y a ampliaciones de números de palos, por el proporcional aumento de jornales que ello implicaba que no por la obra de carpintería. Otro factor añadido fue el peso de las parihuelas y de los zancos, ya que algunas de ellas llevaban unas escuadras y elementos de carpintería impresionantes, todos reforzados con numerosas piezas de hierro, lo que hacía más dificultoso si cabe, el trabajo de los antiguos, teniendo que redoblar el esfuerzo en la casi totalidad del recorrido de las cofradías.

También habría que hacer mención especial al tema del adoquinado y los registros de alcantarillado existentes por aquel entonces, que casi nunca estaban enrasados, sobresaliendo unas mas que otras y desigualaban el trabajo en la mayoría de los casos, siendo el colmo los raíles del tranvía, para martirio de los sufridos pies en el trabajo a nivel del suelo, ya que por arriba había que echar a tierra el paso, por culpa del tendido eléctrico del mismo, creando mas dificultades añadidas a las expuestas, sobre todo en lugares de cruces y desvíos como eran el Altozano o La Puerta Osario.

Foto: Jesús Martín CartayaSin lugar a dudas resistieron con resignación hasta cotas impensables hoy día, soportaron plantes laborares de algunos sectores mas radicales, intentonas de sacar los pasos con ruedas, falsas acusaciones de quema de imágenes, la famosa y no menos incierta leyenda etílica, que aún sigue pesando en nuestros días y un largo etcétera de vicisitudes, extensas de enumerar. Todo esto superado con proverbial paciencia y ánimo espartano, sin que existiera preocupación alguna por parte de hermandades y para desconocimiento del público en general.

Recordemos como colofón las palabras de un viejo costalero, viendo un trabajo pletórico de facultades, de una cuadrilla de costaleros del nuevo sistema: “eso está mú bien, no hay problema pá hacerlo un día; sobre tó si los niños están bien comíos y bien bebíos, pero lo difícil era hacerlo toa la corría y teniendo que trabajá por las mañanas”.

Trabajaban habitualmente en diversidad de oficios en los que se empleaba la fuerza, como podían ser amarradores y areneros en el muelle, tareas en la fundición, albañiles, carga de cajas en los mercados...

Aunque por las imperiosas necesidades a las que hemos hecho referencia, el costalero tradicional veía la posibilidad de ver aliviada su situación económica, haciendo un trabajo extraordinario, con el cual estaban diariamente familiarizados. Pero en comparación al nivel de vida del momento y al jornal que percibían por ese trabajo semanal, tomando como contrapartida el número de horas trabajadas y esfuerzo realizado, podía considerarse como descompensado, cuanto menos mísero, pero casi siempre subiendo al unísono proporcionalmente al coste de la vida y según qué momento social.

Para hacernos una ligera idea en el año 1901, fruto de un plante laboral y después de unas arduas negociaciones, de doce a catorce reales que se pagaban subieron como mínimo a veinte reales y la añadidura de un cuartillo de vino. Ya en 1922 el jornal era de ocho pesetas, y en 1932 lo subieron por veinte.

En 1954 subió a setenta y cinco, en 1960 los jornales oscilaban entre las 160 y las 375 pesetas con especial sensibilización por partes de las cofradías de largo recorrido, hasta llegar al 1969 que se estabiliza la remuneración a una media de mil por cofradía, pasando a1 1980 en dos mil quinientas o tres mil pudiéndose apreciar el considerable salto que alcanzó en la década de los sesenta.

Foto: Jesús Martín CartayaEn honor a la verdad, ese sobresueldo que percibían por el trabajo realizado en los siete días, debió ser la base de su filosofía por el cual se metían debajo de los pasos, pero no la única. Grandes dosis de afición, y por supuesto, una incuestionable devoción, dejaron en un segundo plano la cuestión salarial y también acercaron a otros muchos al mundo de la trabajadera. Por ello como muestra deberíamos recordar unas frases del ya ilustre y costalero veterano, Ricardo Gordillo Díaz “El Balilla”: “Ahora se dice que los hermanos costaleros van con mucha fe debajo de un paso, pero yo pongo mi cabeza aquí mismo, ahora mismo, que ningún hermano cofrade que lleve a su imagen, quiere a la Virgen más que yo y que la haya paseado con más devoción que yo, ni haya sido capaz de llorar debajo de un paso como lo he hecho yo... ”

Por otro lado estaba el incondicional compromiso con el capataz sobre cualquier circunstancia, que convertido en auténtico líder, era el depositario de la confianza de todos y a su vez, de los problemas individuales de diversa índole, ya fueran deudas, muchas de ellas contraídas en el mostrador del telá, desempleo, enfermedad, desahucio... Añadiendo que el negociador de los emolumentos (la bolsa) por sacar las cofradías era él.  A lo largo de todo el año ejercía como un verdadero padre, se buscaba en su figura, el amparo familiar que muchos habían perdido, costándole los cuartos, el que no gozase de una situación financiera holgada, ya que las hermandades con menos fondos, tampoco pagaban tan bien como pudiera esperarse. En reverencial agradecimiento, y con la responsabilidad de no defraudar, se entregaban a sus órdenes, sin ningún tipo de cuestiones ni reservas, como hijos eternamente agradecidos.

Foto: Francisco SantiagoEra tal el amor propio que reinaba en el seno de la propia cuadrilla y el ardor en defender al jefe de filas, que difícilmente se daba el caso en el que un costalero pasase de trabajar con un capataz para después hacer lo propio con otro, a no ser que la cuadrilla se disolviese por causas de imposibilidad física o fallecimiento de éste. Existía también un compañerismo fuera de lo común, puesto que organizaban lo que se llamaba un pañuelo, recaudando fondos de la bolsa de cada uno, para el que más lo necesitara, o bien para un viejo costalero en apuros económicos. Reuniéndose en cuarteles generales que eran las tabernas como en El Colmo o el Montúa, en La Puerta Osario donde lo hacía Vicente Pérez Caro, el cual anotaba en una pizarra, día por día, lo que sus gentes iban a ganar sacando cofradías. La gente de Bejarano, en Casa Antonio, en la calle Rodrigo de Triana. Los Ariza en la calle Castilla, en la taberna de Francisco Reyes. En El Portela, Casa Silva, La Moneda y otros tantos, eran considerados como una especie de casa común, mas que una oficina de listero o lugar de cita previa.

Sería una cuestión obvia pensar que por sus mentes pasara la idea de que se les estaba quitando su pan, con la incorporación de hermanos costaleros y aficionados para hacer el que siempre fue su trabajo, por lo que gran número de los antiguos fueron reacios a mostrar informaciones y conocimientos, perdiéndose de este modo la oportunidad histórica que se nos brindó, de haber podido preservar toda el oficio y la sabiduría, la cual había perdurado hasta aquel momento y por lo tanto, se fueron sin enseñar. De modo que, la inmensa mayoría de las primeras cuadrillas de hermanos costaleros, junto a otro elevado número de capataces se formaron de una manera autodidacta, con lo que gran parte de los antiguos conocimientos y técnicas estuvieron relegadas al olvido.

Aún existen veteranos costaleros tradicionales, ya retirados, que se niegan a ir al centro en Semana Santa para ver el trabajo de los que ellos siguen llamando “los niños”. Por el contrario, existieron otros muchos que enamorados del viejo oficio, y rebosantes de afición, se adaptaron al nuevo modelo imperante, para los que el salario era algo complementario y solo les importaba la tradición de ser costalero.

Siguieron como costaleros, aguaores, o contraguías y algunos otros, posteriormente, como capataces. Ejercieron, y aún ejercen aún como verdaderos maestros, instruyendo y aconsejando a los nuevos costaleros a la hora de trabajar debajo de los pasos o elegir y hacerse la ropa, verdadera herramienta en la tarea de portar los pasos, dándole el valor adecuado que se precisa para este menester. Difícil es ver hoy día, a alguno de los antiguos con un quiste de grasa a la altura de la séptima cervical, por motivo de haber hecho malos trabajos en sucesivas corrías, dando con ello evidentes muestras de oficio y sagacidad, hoy día casi desconocidas en este aspecto. Siendo la fuente viva del conocimiento y parte de la filosofía actual.

Por todo esto, por lo que de ustedes aprendimos, por vuestra desmedida afición y buen hacer, que no ha habido ni habrá dinero en el mundo para recompensar vuestra labor callada durante tantísimos años, valgan estas líneas como muestra de reconocimiento, respeto y admiración a los Ricardo Gordillo Díaz “El Balilla”, Rafael Antonio Díaz “el Poeta”, Gonzalo Santiago Gil, Cándido Cabello“ Cándi ”, Barroso, Oliva, Eduardo Vargas Los hermanos Domínguez... y a toda esa pléyade de antiguos costaleros anónimos que se dejaron sangre sudor y lágrimas sacando a la calle nuestras cofradías y hoy día arrastran con orgullo costalero, las secuelas de aquellos trabajos. 

Francisco Morales 2003.

 

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