Arte Sacro
  • Noticias de Sevilla en Tiempo de Pascua
  • viernes, 10 de mayo de 2024
  • faltan 338 días para el Domingo de Ramos

«Todas las primaveras...»


 Todas las primaveras, sin falta, aunque llueva, en el interior de los templos o en la multitud de las plazas. Todos los años, desde que el mundo es mundo, porque la naturaleza manda y los dioses aguardan, ayudan, auxilian, castigan y apremian. La Diosa Madre Tierra que nos sustenta y el Dios Padre Cielo que nos cobija y nos azota como si fuéramos niños pequeños. En parte lo seguimos siendo, sobre todo en nuestra soberbia y egoísmo. Perdimos el amor incondicional con el que nos encarnamos y la esencia más pura del Espíritu Santo que alberga nuestra alma y que olvidamos y maltratamos ignorándolo hasta en Semana Santa.

Me sentí muy honrada cuando Antonio Puente Mayor me envió un email con la invitación a su segundo pregón, después de veinte años del primero. Por supuesto, por venir de un amigo y compañero de letras; pero por darme la oportunidad de asistir a mi primer pregón, por no hacerme de menos por no ser católica (sólo bautizada cuando bebé), por no ser chica tradicional, por no gustarme la mantilla, por no ser hermana de ninguna corporación, por no practicar su religión, por no ser sevillana de primera (del Centro, de Triana o de la Macarena)... Necesitaba salir del microcosmos en el que vivo, rodeada de naturaleza, para volver a ser anónima por un rato, sentarme en una silla a escuchar y meditar sin que nadie me mire, sin que me señalen con el dedo, participar de la cultura por y para la cultura, con chaqueta y maquillaje porque sí, porque me apetecía, porque me gusta. 

 Sin duda, ha sido de las mejores experiencias cofrades que he tenido en mi vida. No voy a venir a descubrir América: sabéis del poder que encierran las palabras y la dicción de don Antonio, la calidad académica, literaria, dramática y humana, la más importante de todas. 

Con mi reseña no pretendo relatar lo que dijo, porque sería imposible describir con palabras cómo dejó a los asistentes aquella mañana deslumbrante de sábado. Simplemente deciros que me quedé petrificada en el asiento, con los vellos de punta, dejando que cada palabra calara en mi interior como un monje budista en su meditación diaria. 

No soy experta en estos temas, por tanto, me haré entender como buenamente pueda. El pregón al que asistí se dividió en veinte partes incluido el magnífico Prefacio. Cada parte con su correspondiente semblanza lírica repleta de matices, referencias y sonidos desde mi vago entender literario. 

He de decir que tengo mis pasajes favoritos y por qué: para mí la Semana Santa, al igual que el resto de fiestas religiosas que tenemos, responden al instinto más primitivo del ser humano que lo conecta con la naturaleza creando entre ambos una relación mágica, simbiótica, simpática y necesaria. Así lo expresó, a mi modo de ver, Antonio en el Prefacio de su obra oral en forma de pregón: refiriéndose a su amado Gustavo Adolfo Bécquer, utilizó conceptos tan universales como leyenda, magia, trascendencia, hechizo, sentidos, AMOR. El amor, Eros, mueve el mundo mientras que Tánatos pone fin a la carne para que el alma salga de su cárcel terrenal y fluya a través de la eternidad. 

Por tanto, cada pasaje recitado por Antonio que me hacía reafirmar mi fe en el espíritu natural, me resonaba como si mi alma ya conociera cada palabra, cada enseñanza hecha oración, cada rima y cada verso. Precioso el homenaje a El Monte de las Ánimas becqueriano con la décima espinela "El monte se vuelve sima" que pone fin al inicio del pregón. 

Temposensitividad, naturaleza y vida se pusieron de relieve en el segundo pasaje "El Dios más tangible". La rama de olivo como elemento pagano, básico en la tríada mediterránea, ese número tres al que tres veces se hace referencia en el pregón. Alegoría, esoterismo y magia. "Dichosos los sevillanos al pisar Jerusalén sin renunciar al Edén de su carácter profano", pronunciaba con dicha Antonio en el romance "Dichoso". Porque sin placer sensorial no existiría la Semana Santa mediterránea. 

Antonio lanzó su primera crítica, y la más digna alabanza, a aquellos que usan el término "cofradía de barrio" con desprecio. No pude evitar sonreír cuando nombró a las hermandades de Vísperas. En estos momentos la de mi barrio, nombrada por el valiente pregonero, Padre Pío-Palmete, ya estará en la calle con sus nobles nazarenos de cálidos capirotes de terciopelo burdeos. 

Y no sólo quedó la crítica en los barrios que aportan tanto a la Semana Santa, también a la crisis, de todo tipo, que sufrimos, a esos no-nacidos que no llegan a ver el mundo, a los xenófobos que hacen distinción entre sus hijos titulados que emigran y los inmigrantes sin papeles que llegan a nuestras costas y nuestros aeropuertos... Valiente pregón del pregonero trianero. 

También hizo un acertadísimo repaso a la historia y al arte, como no podía esperar menos de Antonio, con mucha sapiencia y rigor como nos tiene acostumbrados a sus lectores. Aprendí sobre la Luna de Parasceve y sobre el Sol del Sábado Santo, ese Lorenzo magnánimo como bien nos ilustra la iconografía desde los primeros dioses hasta Jesucristo. La astronomía fue uno de los platos, académicos, fuertes del pregón: no hubo astro ni objeto celestial que Antonio no nombrara. Bien hizo en rescatar los elementos de la naturaleza presentes en la religiosidad popular en la Tierra de María Santísima: Andalucía. Es nuestra tierra el reducto donde se sigue adorando a la Diosa Madre desde que los seres humanos vivían en cavernas.

Su rima precisa, en cada semblanza, destila aromas morunos como la poesía andalusí, visiones de jardines machadianos y descripciones de escenarios teatrales sobre el mar cuando se trata de exaltar, con la emoción desmedida del que habla de su barrio y su gente, a sus hermandades trianeras. Sal, azahar, canela e incienso se hacen uno.

Vuelve lo pagano, el Manué gitano, que más que pagano suena a viejos profetas del Antiguo Testamento y la llegada de El Mesías, a la estrella de David labrada en oro que cuelgan sus hombres junto a la cara de Camarón, su otro dios, mejor dos que uno, ¿no?

Qué bonito cómo recitaba a la O, de su Cachorro y a las Esperanzas, ¿o Esperanza Trianera y Macarena a secas?

Con la Trinidad vuelve el tres, la magia axiomática que no encuentra sitio en el mundo de las ideas platónico pero quizás sí en los nuevos estudios metafísicos. Imposible describir con palabras tanto laberinto alegórico, ese que no se entiende con la razón pero sí con el corazón. Quizás la ciencia de la Providencia, la que Antonio ve con forma de mujer y otros con barbas a lo «hipster» de ese Dios que juzga o el redentor de la Cruz.

Sin duda, un bucle jubiloso que todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la Cruz.










Utilizamos cookies para realizar medición de la navegación de los usuarios. Si continuas navegando, consideramos que aceptas su uso.