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El arte del retrato en la obra de Javier Jiménez Sánchez-Dalp


José Fernando Gabardón de la Banda. La capacidad racional del ser humano se proyecta en su capacidad por haber podido recrearse en sí mismo, en su autorreflexión de su propia identidad, en la que se convierte en el verdadero intérprete de su propia realidad.

La conciencia de sí mismo, su papel en el mundo, su capacidad de abstracción, delimitada en su menta simbólica, imaginaria lo convierte al mismo tiempo en un ser creador. Aquel pensador de Rodín en la puerta de los Infiernos, pensativo, ensimismado en el propio pensamiento concibe la realidad que le rodea, la traduce y la expone dando lugar a esas manifestaciones culturales que es un exponente en sí mismo de su identidad.

No sabremos nunca cuando el ser humano se plasmó a sí mismo en un soporte físico por primera vez, quizás en algún genio creador anónimo de aquellas cuevas paleolíticas a la luz de aquellos velones artificiales. Ignoramos si fue el propio espejo de las aguas cristalinas de un río la que descubrió su propio rostro, su propia identidad física, sus propias facciones, el rostro que le daba personalidad, que emitía sonrisas, tristezas o emociones. A lo mejor le ocurrió como el mito de Narciso que cayó al río y se ahogó, como así nos no relata Ovidio en sus Metamorfosis. 

Lo que no cabe duda es que el retrato en sí mismo revolucionó la visión del ser humano, se desplegó todo su genio creador, como cualquier demiurgo al elaborar sus propias criaturas. Quizás el primer retratista fuera aquel Yaveh o Eloim del Génesis que creo al ser humano como reflejo de su identidad, a lo mejor lo hizo imperfecto, y surgió la historia de la salvación. Lo único cierto es que el retrato se convertiría ya en el mundo griego, con Fidias, en una aportación de la capacidad creadora del ser humano, concebida en la representación de los dioses, a lo que seguiría la aportación del retrato romano en la que la concepción realista de las facciones físicas del individuo quedaría consagrada.

La conquista de las emociones, la alegría y la tragedia, sonreír o llorar sería aportada ya por los artistas del Renacimiento y del Barroco, desde los dibujos de Caravaggio hasta el mundo profano de Caravaggio, desde los retratos de la pintura flamenca y holandesa, como Rembrandt o Rubens, hasta las aportaciones españolas de Velázquez o Murillo. La psicología del retrato llegaría de la mano de la escuela de Londres a mediados del siglo XX con Lucian Freud o Bacon, sin olvidar a Antonio López.

No cabe duda que en este escenario el retrato se ha do apoderando de nuestra vida cotidiana, dándole una nueva frescura, como podemos contemplar en la obra de Javier Jiménez Sáchez Dalp, que los últimos años ha convertido el retrato en la verdadera percepción del genio creador del ser humano.

Una verdadera revolución en el arte del retrato, que va más allá del ojo fotográfico o de una simple concepción al clasicismo compositivo, a lo que se le añade el haber sustituido el pincel por un bolígrafo.

Tuve la suerte de conocer a Javier en una de esas reuniones de artistas en que acompaño a mi amigo César Ramírez. Y tuve el honor de ir conociendo no solo la personalidad del artista, todo en si uno de esos caballeros de exquisita educación que van quedado poco en nuestra sociedad, sino el camino recorrido en su carrera artística.

Concebir al artista es tarea difícil de un historiador del arte, en que, como médico de alma, intenta diagnosticar la esencia de su creación, más aún cuando el pintor se encuentra actualmente en su plena madurez, nacido hacia 1964, en el seno de una familia que hunde sus raíces en los propios pilares de la Sevilla de los últimos doscientos años, los Sánchez Dalp. Como me apunta el propio artista, en su propia familia ya hubo algunos miembros que eran hábiles artistas, como su tío bisabuelo, Miguel Sánchez-Dalp, dueño y creador de la Plaza del Duque, que fue muy hábil en el modelado del barro y alumno de Susillo, al que se uniría su tío abuelo Miguel que se dedicó a la pintura de caza y a las aves, y su tío materno Javier.

Los comienzos, en Heliópolis

Es posible que ya en su colegio de San Antonio María Claret se fuera despertando su pasión por el arte, que lo reflejo en un primer momento estudiando la carrera de arquitectura, oficio que desempeña desde 1992 con la fundación de su propio estudio, de la que me ha llamado la atención del habitáculo adicional a un trozo de la muralla almohade en la calle Santas Patronas de Sevilla.

Su pasión en el dibujo le hace convivir su plano profesional de arquitecto con el de retratista, una visión bipolar que converge en saber retratar lo mismo el alma de un edificio que el de una persona. Y es que su amor por el retrato le ha acompañado a lo largo de su vida, quizás en aquellas clases que recibió al inicio de su vida con Don Diego Coca Morales, Catedrático de dibujo, uno de los mejores retratistas de su generación, donde se aprecia la impronta que le pudo dejar en su obra.

Al igual que la pluma quedó en el baúl de los recuerdos de los escritores, los pinceles quedan apartado por el bolígrafo en la obra de Jiménez Sánchez Dalp, que le lleva a un resultado inusual al crear un lenguaje artístico muy personal, de perfiles perfectamente delimitados en las facciones de los retratados, que emergen del soporte material en que están realizados, papel o lienzo, dotándole de una delicadeza en cada uno de sus retratados. El bolígrafo permite abrir nuevos caminos a la hora de percibir la luz y el color, que le aleja de lo tradicional en el ámbito del retrato.

El color azul

El azul es sin duda uno de los colores favorito del creador, que rescata a uno de sus grandes cultivadores, Picasso, dotándole de ese brío emocional que el artista malagueño llevaría a la genialidad. Del mismo modo, el toque poético del Azul de Rubén Darío queda proyectado en su propia concepción creadora. Los azules de los impresionistas, quedan realzados en los contrastes de luces de las que emergen las facciones del retrato en la obra de Sánchez Dalp. Y es que en sus retratos el azul se convierte en algo más que un color, como en aquella genial composición cinematográfica de Krzystof Kiéslowski, realizado en 1993, un homenaje emocional de esta tonalidad.  El pastel, la acuarela en papel, los dibujos en grafitos se vuelven a revalorizar en sus composiciones, adquieren un brío excepcional, digno de admiración, no dejando indudablemente a ningún tipo de espectador.

Si el retrato nació para despertar pasiones, elucubraciones emocionales, amor o desengaño, tristeza o alegría, en la obra de Jiménez Sánchez-Dalp se respira serenidad y elegancia al mismo tiempo, saber traducir la personalidad de cada uno de sus retratados, independientemente de ser gente famosa o alguna niña abandonada, expresión no solo de buen artista sino de su bondadosa personalidad. Y es para el artista percibe el rostro como la parte primordial del cuerpo humano, como podemos apreciar en las obras de Antonello de Mesina o Antonio Moro, de aquella escuela veneciana del siglo XVI. Concibe el rostro como un verdadero laboratorio de ideas, un marco donde explora hasta el último rincón de sus facciones, como reencuentro de aquella tónica realista de los retratos velazqueños, y de la contemporaneidad, con algunas tónicas hiperrealistas, aunque sin perder su estilo propio.

Nunca desfigura la obra, ni lo deforma, como aquellos magos del retrato de los últimos tiempos como Francis Bacon, Antonio Saura o Lucian Freud, sin que por ello delimite en parcelas perfectamente concebida el rostro de cualquiera persona a la hora de retratar. Quizás estemos con su obra en una verdadera esencia del retrato, en una vuelta de tuerca con su quehacer compositivo, en un mundo en que el diseño gráfico y la realidad virtual nos invade por completo.

Su obra, como el propio artista me confesó, arranca desde que tenía trece años, cuando su padre le pidió que le completara la serie dedicado a sus hermanos que el pintor José Puig, en la que ya dio muestra de su valía artística ante su propia familia. Su afición al golf le lleva a mostrar en sus dibujos del año 2012 un verdadero estudio analítico, en la que denota plenamente su habilidad en componer retratos, como las instantáneas de golpe de la pelota, observados por un grupo de espectadores, sin olvidar su colección de acuarelas de golfistas, a modo de ilustraciones de la revista Blanco y Negro, que fue un verdadero caldo de cultivo de los ilustradores de principio del siglo XX.

En este año su propia esposa y sus hijos quedarían plasmados de manera excepcional. Quizás en la recreación del retrato de San Juan de Dios, en octubre de 2012 culminaría este camino de exploración sobre la personalidad humana, una interpretación muy personal desde que fue creado el icono por el propio Bartolomé Estaban Murillo en la escuela sevillana, sin olvidar la recreación de la escultura de Alonso Cano de mayo de 2013. Una de las series más conocida de la obra de Jiménez Sánchez-Dalp ha sido sin duda las que realizó para el programa de Bertín Osborne “en la tuya o en la mía” entre los años 2015 y 2016, en la que retrato más de cuarenta personajes de la vida social, entre los que se encontraban Mariano Rajoy, Carlos Herrera, Arturo Fernández o Plácido Domingo. Una verdadera galería de iconos de la sociedad española contemporánea en la que dio prueba de su capacidad creativa, descubriendo en cada uno de ellos su condición emocional.

El sentido de la mirada es sin duda lo que le desnuda visualmente a cada uno de estos retratos, que observan al espectador, recurso que va más allá de una pura recreación del retrato barroco o de la misma fotografía, seguidor claramente de la escuela de Londres de los últimos decenios del siglo XX. Todos sugieren una identidad distinta, una concepción propia de su propia conciencia de su propia personalidad, que Jiménez Sánchez Dalp dominaría plenamente. En la Sala Mac de Tenerife en el abril de 2014 va a dejar constancia una vez más de su arte, en los retratos dedicado al mundo africano, niñas llenas de sonrisa de tonos azulados, en la que la alegría inundaba sus rostros.

La serie de setenta y cinco retratos fueron realizados para ser vendida como obra social en un proyecto de construcción de un hospital de Camerún, en que el propio Sánchez Dalp participaría como arquitecto. Dos años después, entre diciembre del 2016 y 8 de enero de 2017, realizaría una nueva muestra dedicado al mundo africano, titulado África a Bolígrafo, en la que incluía retratos masculinos de nómadas y beduinos, que recordaba los retratos de Fortuny o el propio José de Arpa en Marruecos.

En los últimos años siguió dando muestra de su dominio con el retrato, homenajeando a los mejores retratistas de origen sevillano, Diego Velázquez en la Exposición de Maestros de Bic en Mallorca en agosto de 2019, entre los que incluiría algunos retratos de Felipe IV o del propio Murillo en la Exposición dedicada por la Universidad de Sevilla en noviembre del 2018, en la que aporto una original interpretación del joven gallinero, al incluir la lucha de gallos, muy dada en estos años de la Sevilla del siglo XVII.

Los retratos infantiles se convirtieron en un exponente vital para comprender su pintura, en la que fiel heredero de la tradición clásica de la pintura sevillana de Jiménez Aranda iría delimitando cada vez más una identidad perfectamente definida llevando a concebir la alegría de la niñez, del juego, de la propia vida. Debo de reflejar en este punto el retrato que ha realizado en este año de 2020 de una amiga especial de niña que quiero dejar en anonimato, en la que supo sacar su propia personalidad, sacado de una foto diluida, una verdadera recreación de un maestro.

Fiestas primaverales

Como buen pintor sevillano, las fiestas primaverales no han sido ajeno a su obra, especialmente las dedicadas a la Semana Santa de Sevilla. Y es que como en tantas ocasiones, como en el caso de otros pintores, Jiménez Sánchez-Dalp no es solo un mero recreador de las imágenes de Semana Santa, ya que toda la concepción de sus retratos quedaría proyectada en su obra. Algunas de sus primeras composiciones como el Descendimiento (enero de 2013), Via crucis (2014) o la representación del acólito (2014) le abrían ya nuevos escenarios en su propia obra. Sería en la imagen de Pasión realizada en octubre de 2015 donde como era constante en sus retratos aparece en medio cuerpo, resaltando con toda plasticidad la cabeza modelada por Martínez Montañés. Se trataba de un encargo particular, pero fue utilizado para la portada y contraportada del boletín especial de los cuatrocientos años de la Hermandad.

De esta manera en los últimos años ha ido desarrollando excepcionales composiciones como el de la Macarena que se expuso en la colectiva del Mercantil del 2018, de una modernidad excepcional, el retrato del Cristo de la Conversión del Buen Ladrón, con motivo de la exposición dedicada la Hermandad de Montserrat y Juan de Mesa en noviembre de 2019, donde supo plasmar la vitalidad del genio escultor en el retrato de la cabeza, el realizado a la sacra conversación entre la Virgen de la Amargura y San Juan, para la exposición Universo Amargura de marzo de 2019, y sin duda alguna, en el mismo año, el dibujo del Cristo del Cachorro para la portada del Anuario Mediatrix editado por la Hermandad, al modo de los dibujos de Leonardo, en la que el Cristo aparece inscrito en un círculo, en la el diseño de la cruz ha sustituido al propio hombre con los brazos abiertos, de un antropocentrismo renacentista a un teocentrismo cofrade. 

El circulo como medida del tiempo infinito, cuya esperanza del cristiano se resume en el rótulo a los pies de Cristo. Quizás el relato de su genio creador debo terminarlo con la portada del ABC de este Jueves Santo, el 9 de abril, en la que aparecía una de las mejores creaciones no solo de su obra, sino de todo el arte cofrade en general al mostrar la cabeza del Gran Poder al saber recoger la esencia de la genial obra de Juan de Mesa, que guarda en sí misma una preciosa historia emocional en torno al fallecimiento de su propio hermano, que me lo relató después de tener el honor de que el propio artista me mostrara la obra en su propio taller. Y es que el bolígrafo se hizo pincel, y el retrato un verdadero arte en la obra de Javier Jiménez Sánchez-Dalp.

Está dedicado al propio artista que me hizo feliz una noche en ese restaurante sevillano con uno de sus últimos retratos.

 

José Fernando Gabardon de la Banda. Profesor de la Fundación CEU San Pablo Andalucía. Doctor en Historia del Arte. 

Fotos: Archivo de Javier Jiménez Sánchez-Dalp










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