Arte Sacro
  • Noticias de Sevilla en Tiempo de Pascua
  • sábado, 27 de abril de 2024
  • faltan 351 días para el Domingo de Ramos

La fuerza expresiva de la palabra y la imagen en la obra la Tierra de María Santísima, una obra literaria de Benito Mas y Prat y las ilustraciones de José García y Ramos


José Fernando Gabardón de la Banda. Los libros ilustrados se conciben en sí mismo en una verdadera obra de arte, cuando conjugan dos manifestaciones excepcionales de la creatividad humana, las letras y las imágenes, la suma de los dos ingenios creativos que posibilita al ser humano su expresividad. Es posible que en estos casos la imagen quede subyugado por las letras, sean un mero acompañamiento del sentido propio del texto, un mero auxiliar de su contenido, en la que sus reproducciones gráficas sean unos meros acompañantes del poder de las letras, cuya fuerza semántica envuelva a la obra creada. El poder seductor de la imagen, su propia convicción visual puede quedar justificado por el sustrato literario que envuelven unas páginas llenas de sucesión de párrafos y capítulos.

De esta manera el ilustrador se convierte en un mero artista de las letras, en un subordinado, cuya constancia puede quedar absorto a lo ajeno de su propia obra, diluyendo ese mero ritmo de reiteración de un texto. Esta visión queda diluida en muchas ocasiones por la genialidad de una ilustración, en la que en sí misma, entre las páginas de un libro, descuella la identidad de su propio contenido, le da un contenido visual excepcional. En los libros miniados de los siglos XV y XVI, la ilustración se convierte en un excepcional vehículo de transmisión, que va más allá de un mero ornamento del texto, en la que el juego de imágenes y palabras llegan a un punto de vital creatividad.

Sería ya en el siglo XIX cuando Gustavo Doré y otros autores coetáneos del siglo XIX comenzaron a gestar el libro ilustrado, cuyos preciosos dibujos concibieron la grandiosidad de los textos de la Biblia o del propio Don Quijote de la Mancha. A través de sus escenarios gráficos se iría desarrollando toda una excepcional combinación en la que el arte en sí se fue delimitando, en excepcionales combinaciones de imágenes reproducidas y letras. Si la imprenta supuso una verdadera revolución técnica en la divulgación de ideas, la difusión del libro ilustrado fue sin duda un revulsivo en la percepción de sus contenidos.

La ciudad de Sevilla no fue ajena a este proceso, no solamente en revistas locales como la Bética o algunos de los periódicos habituales, sino en textos narrativos literarios, en la que coincidieron excepcionales narradores y dibujantes. Quizás una obra literaria como fue la publicación en 1891 de la Tierra de María Santísima, cuyos textos eran Benito Mas y Prat, acompañados de unos preciosos dibujos de un excepcional ilustrador, José García y Ramos, dejaron pincel y pluma una preciosa narración dedicada al mundo sevillano. Una obra en la que como le ocurría a Dore con el Quijote, García Ramos supo asumir excepcionalmente, pero sin perder su propia identidad, la prestancia de esta obra.

Una obra que sorprende por sí misma, ya que subyace en ella todo el panorama cultural que estaba viviendo Sevilla en los años finales del siglo XIX, en la que iba cuajando en el seno de la propia sociedad andaluza un espíritu de identidad propia, cuajando una concepción de lo andaluz como un sello de personalidad colectiva, una reflexión de su propia alma. Sevilla comienza a ser por si misma narrada por sus propios autores, e incluso resaltando una de sus mejores identidades, sus monumentos, como la magnífica obra que Gestoso dejara en Sevilla Monumental en 189, un excepcional compendio de las obras inmuebles, religiosas y civiles, a modo de un grandioso inventario, a los que a principio del siglo XX se le unirían más autores.

Era sin duda una puesta al día, en unos años en que se estaba gestando la génesis de los primeros historiadores del arte de la ciudad, que no solo hicieron una mera recopilación sino un alegato a la defensa de sus monumentos. Un complemento excepcional fue este fresco visual que corresponde a la publicación de la Tierra de María Santísima, una preciosa reflexión poética sobre el carácter y la identidad del pueblo andaluz, y no cabe duda con su referencia al mundo sevillano.

Un verdadero libro ilustrado en la que el autor rastrea por todos los ámbitos de la vida andaluza, sin ningún tipo de complejos, con palabras emotivas, de ensueños de experiencias, en la que en los textos de Benito Mas y Prat se envuelve todo un mundo de colores, de ganas de vivir, en la que encierra una de las más excepcionales elegías a las tierras del Sur. El mundo subdesarrollado por antonomasia, tras el fracaso de la Revolución Industrial y un desequilibrio de rentas, heredada del mundo estamental, se ve envuelto por palabras estimulantes, llenas de vida, en la que hay un solo sujeto inicial, Andalucía.

Una preciosa introducción de la obra, Andalucía a vista de pájaro, ya conlleva una reflexión poética de la morfología de la tierra, que no se da desde la época de Estrabón:  Si os mecéis alguna vez como aves de paso, sobre la parte más meridional de España, se os ofrecerá un dilatado panorama, una comarca fértil y deliciosa, cruzada por pintorescas cordilleras de montañas, atravesadas por ríos que siempre van besando encantadas florestas, y limitada al Sur por dos mares que se dan estrechos abrazos en sus fronteras. ¿¡Es Andalucía!? Si. Ved como se extienden sus hermosos campos cubiertos de espigas (…). La descripción que realiza de Sevilla está cargada de un sentido emotivo, muy relacionado con los textos locales del momento: Como en un cesto de flores se eleva a veces la magnolia, resalta en la orilla del Betis el alminar mauritano convertida en Giralda. Ya vemos la silueta de Sevilla.

Se levanta en la margen izquierda del río bordados de alamedas y mimbrerales. De esta manera va recorriendo las ocho ciudades andaluzas, así como sus pueblos, en cuyas palabras resuenan un claro contenido emotivo por su propia tierra. una obra que puso el acento en lo poético, en la visualización de la palabra, huyendo de descripciones geográficas exhaustiva como el caso de Madoz y sus guías provinciales de España, un cúmulo de datos físicos y humanos en el más puro acento de un estadista. Y es que en estos primeros textos a modo de presentación, ya se vislumbraban la identidad narradora de Benito Mas y Prat, en las que en un bello tapiz iría recorriendo una amplia muestra de aspectos referente a la vida andaluza.

Al igual que los viajeros ingleses del siglo XIX, en los textos de Richard Ford, entre otros, llama la atención por las celosías de sus ventanas, los cierras y las cancelas, elementos decorativos de toda arquitectura andaluza, herencia de su pasado musulmán, y como no, el mundo del flamenco, sus cantares o sus bailes.

Un ecijano cautivado por su tierra andaluza, Benito Prat y Mas, nacido el 7 de octubre de 1846, hijos de unos comerciantes catalanes, se trasladaría a Sevilla para trabajar de dependiente de comercio. Muy pronto dejaría su mera afición literaria, cuando con solo diecisiete años publicaría su primer tomo de rimas líricas. A la muerte de su padre, decidió marcharse a Sevilla, abandonado del mundo del comercio, por lo que gracias a su relación con personas del mundo cultural de la ciudad, comenzaría a trabajar en los mejores periódicos de la ciudad, fundando algunos como fue el caso de El Alabardero, llegando a ser director de El Eco de Andalucía, periódico que abandonaría al cabo de siete años, por lo que poco después desapareció.

Tuvo amplias colaboraciones con la revista la Ilustración Española y Americana, en la que dejo constancia de buen narrador, e incluso más que un poema. Comenzó a publicar libros de poesías, uno de sus obras más significativa sería Hojas Secas, publicada en 1872, en cuyo prólogo firmado por Adolfo Biepman de Alarcón, se elogia al autor expresando que el Sr. Mas y Prat es verdaderamente poeta; que versifica con facilidad, sin amaneramiento y con deliciosa cadencia, y que entre la brillante pléyade nuestros líricos, tendrá siempre un puesto y una rama de laurel. Entre las composiciones literarias que incluyen esta obra destaca sus poemas A un retrato, Más allá, Melancolía y la dedicada a la Catedral de Sevilla. Una preciosa recreación del paisaje andaluz se resume en este fragmento de El Valle del Guadalquivir: Allá velado en los opacos tules/de las flotantes y vaporosa bruma/ al fin mis ojos contemplarte pueden/siguiendo el ave que el espacio cruza.

En uno de los certámenes celebrados en la Academia de Bellas Artes obtendría los dos primeros premios por los poemas Al Trabajo y la Feria de Sevilla, consiguiendo unos años más tarde, en 1883, coincidiendo con el aniversario de la muerte de Cervantes, su recepción como académico. Al mismo tiempo compondría un drama, la cruz del hábito, cuyo estreno tuvo lugar en el teatro Cervantes de Sevilla en la noche de 29 de enero de 1876. La obra estaba formada por tres actos, cuya acción se localiza en una venta próxima de Toledo, y en la segunda y tercera en la ciudad castellana, en el siglo XIII. En la revista la Ilustración de la Mujer, publicada en Madrid el 15 de febrero de 1876, que fue muy elogiado por la crítica, como queda reflejado: el estreno ha tenido lugar en el teatro Cervantes por la compañía que dirige el conocido primer actor D. Pedro Delgado.

Once veces se dice que hubo de presentarse el autor en el palco escénico a recibir los aplausos del público en la noche de la primera representación, siendo aun mayor el entusiasmo en las sucesivas. La obra en cuestión es original, y primera producción dramática del joven y conocido poeta sevillano D. Benito Mas y Prat.  De 1891 es Nocturnos, una nueva muestra de su carácter lirico, de las que destaco la primera estrofa de su poema: Pasaré junto a ti desconocido; el rayo azul de tus hermosos ojos,/Apenas fijo, esquivará los míos/Para caer en otros.

Su colaboración en la Ilustración Española y Americana sería muy fecunda dejando un gran número de artículos dedicado a las fiestas andaluzas. El 8 de enero de 1881 publicaría un precioso artículo sobre titulado las Cruces, Historia, Tradición y Costumbres, y un año más tarde al Rosario de la Aurora, concretamente el 8 de enero de 1882. No dejaría olvidada las fiestas navideñas, por lo que el 14 de diciembre de 1885 publicaría un texto con el título Felices Pascuas, y en la Ilustración Artística, editada en Barcelona, el 24 de diciembre de 1883, un precioso título Fantasía.

El último del año, en la que llega a exclamar: Y, en efecto, que es un año, un libro de memorias en el que vamos sentado, día por día, y a pesar nuestro, cierto número de ideas, hechos, arrepentimientos y resoluciones. Es sin ninguna duda una elegía del paso del tiempo a través de sus cuatro estaciones. En la Ilustración Artística, el 10 de noviembre de 1884, un artículo que titularía Notas de Noviembre, el pueblo en el Campo Santo, una verdadera elegía sobre la muerte. En todos estos textos ya dejaba constancia de la singularidad del escritor ecijano, a la hora de narrar aspectos de la vida cotidiana andaluza Las expresiones culturales del pueblo andaluz fueron recogidos también por el poeta ecijano.

Una excepcional muestra del conocimiento de la música andaluza lo plasma en el artículo Cantares de mi Tierra, publicado en los días 30 de julio y 8 de agosto de 1886, en el que donde expresara su más excepcional recreación de la copla andaluza. Cabe mencionar su artículo dedicado a los romances moriscos que publicaría en los días 8 y 15 de septiembre de 1884 en la revista la Ilustración Española y Americana. Las tradiciones andaluzas fueron objetos de sus narraciones, como se refleja en el artículo la rifa del beso, publicado en La Ilustración artística de Barcelona, editado el 6 de agosto de 1882, refiriéndose a una tradición sevillana muy insertada en algunas hermandades como la de la Salud, el Amparo, de la Alegría y de la Antigua.

La Semana Santa fue objeto de algunos de sus artículos, en su aspecto musical, en un artículo dedicado a la saeta que publicaría el 30 de marzo de 1885 en la Ilustración Artística, en cuyas primeras líneas ya muestra un sentido elegiaco: Las Saetas. Así como se conservaban en los cantos rapsódicos de Grecia las aventuras de los dioses, las saetas, rapsodias populares de los Evangelios, conservan en la imaginación del pueblo andaluz, vivos y con sus tristes colores, todos los detalles de la gran epopeya del Gólgota, observándose en sus ligeras, y muchas veces imperfectas estrofas, los toques magistrales de esa musa sencilla y apasionada a la vez que vive en medio del arroyo (…). El 15 de abril de 1886 volvería a referirse a la Semana Santa, pero en este caso en aspectos cotidianos, como las túnicas y los capirotes, las Saetas, el Miserere y la Gloria, y los mismos hoteles, de las que resaltan que están llenos, se dan casos de colocar biombos en los descansos de las escaleras, y lechos móviles en las mesas entrelargas de los salones de lectura (…), una verdadera muestra de la atracción que tenía la Semana Santa a finales del siglo XIX.

El 30 de marzo de 1880 escribiría sobre las Vísperas de la Semana Santa, las camareras, los armaos, penitentes y nazarenos, o la plaza de San Francisco, en la que ya relata es el centro de la buena sociedad de las tardes de cofradía (…) en airosos palcos, adosados a la Casa Ayuntamiento, se reúnen como en valiosos bouquet las damas de la high life sevillana, llenando el resto de la plaza inmenso gentío (…). En los días 30 de marzo y 8 de abril de 1885 escribiría sobre los pasos y misterios de Semana Santa, y el 15 de abril de 1882, dedicándolo a las cofradías de la Madrugada. El 15 de octubre de 1889 escribiría el último artículo dedicado a la Semana Santa, para la Ilustración Española y Americana, en la que se insertaba noticias referentes al Santo Entierro, a la que se uniría la referencia sobre el Cristo de Pasión.

La Feria de abril sería otro de los referentes de sus textos que incluiría en la revista de la Ilustración Española y Americana, el 22 de abril de 1880, un precioso romance en que se insertaba ya todos los aspectos que iban a ser cotidianos en la celebración de la fiesta. Toreros, mujeres con trajes de amazonas, e incluso el propio real, en este precioso cuarteto: Contemplad esa explanada/Vasta, verde, pintoresca/Cruzadas por anchas calles/De caprichosas casetas. Incluso los coches de caballos en el interior del Real: Recorred sus arrecifes/Por lo que trotan y ruedan/Corceles de noble estampa/y lujosas carretelas. Una especial muestra dejaría al mundo de los toros, una tarde cualquiera de Feria: ¡A los toros, a los toros!/Sevilla se agita y bulle; /¡Pobre pueblo!¡Es su pecado!/¿No ha de saber quién lo disculpe?/la colosal gradería/De espectadores se cubre/y la creciente algarada,/llega a perderse en las nubes. Este romance sería galardonado con el primer premio de los Juegos Florales de Sevilla en 1880. En su gran obra la Tierra de María Santísima, Benito Mas y Prat incluiría algunos textos de la Semana Santa y la Feria de abril.

Los textos de Benito Mas y Prat le faltaba a un gran ilustrador, y es cuando aparecería un excepcional pintor, José García Ramos. Nacido en 1852, se había convertido en uno de los pintores más considerado de finales del siglo. Inspirado en un primer momento en la obra de Jiménez Aranda, en su viaje que realizó a Roma en 1872, conocería a Fortuny, que significaría el cambio de su estilo pictórico. En 1882 se instalaría definitivamente en Sevilla, donde sería nombrado presidente de la Escuela Libre de Bellas Artes, concurriendo en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes.

Un gran número de lienzos repartido por varios museos nacionales e internacionales lo siguen reclamando como un excepcional pintor, lleno de un vigor técnico en el ámbito de lo figurativo. Obras excepcionales en lienzos como Parejas de bailes (1885), Baile por bulerías (1884), conservada en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, Nazareno de la Macarena lo convertiría en el pintor del color y de la luz. Se convirtió en un magnifico ilustrador de las revistas Blanco y Negro, la Ilustración Artística y la Ilustración Española y Americana. Lo han calificado siempre como un costumbrista, pero sus escenas narrativas van más allá, dejando en sus obras un verdadero reflejo de la sociedad andaluza del momento.

Y es que tanto en sus pinturas como en sus ilustraciones graficas supo llevar la concepción alegre de la vida andaluza. En el Museo del Prado se conserva un dibujo titulado sevillanas, donde ya mostraba su excepcional calidad técnica. En estos años realizaría algunos de los carteles primaverales, en 1890, 1906, 1907, y ya en 1912 con el título la Reina de la Fiesta.

Los dibujos que realizó para la ilustración del libro de Benito Mas y Prat muestran una calidad excepcional, un verdadero retrato del mundo andaluz, en la que la picardía de sus dibujos, la vida rebosante de sus figuras, el propio sentido narrativo en que se inserta en los propios textos lo convierte en uno de los mejores referentes de un libro ilustrado de finales del siglo XIX. Un verdadero cuaderno de apunte del natural, con una precisión del más mínimo detalle, en lo que lo anecdótico se convierte en esencia, convirtiéndole quizás en el mejor narrador de ilustraciones de finales del siglo XIX.

La precisión con que está representado cada uno de los dibujos nos da muestra de la su habilidad técnica tanto en el resultado de la composición, convirtiéndolo en un maestro de la escenografía. En estas ilustraciones, la ciudad de Sevilla la presenta de una manera magistral, dándole prioridad a la ciudad como escenario de la vida social, resaltando la majestuosidad de algunos edificios, entre los que se encuentran la Giralda. Las visiones graficas de Goya en la pradera de San Isidro se vuelven a recrear en el escenario de la Feria de abril de Sevilla, probablemente el mejor recreador de esta fiesta.

Las casetas en hileras, articuladas por las techumbres a dos aguas, se convierten en preciosos marcos de toda la escena que surge en torno a una tarde de Feria. El mercado de ganado plasmado con una precisión exquisita, a modo de esbozo en la lejanía, con los mozos en primer plano, recogiendo un caballo, es de una elegancia excepcional. La mujer, como en toda la pintura de García Ramos, retoma protagonismo. Mujeres de estamento popular, altivas, llenas de alegrías, vestidas de flamencas, con los brazos puesto en la cintura, dotándola de altivez. Y como no, los caballistas, en pareja, incluidas en escenarios de lejanías, de horizontes, mujeres a la grupa agarrada.

Bailes y cantes flamencos en la que se intuye el sonido del propio cante, con enlaces de miradas, y contoneo de cuerpos. Escenas excepcionales como la mujer al lado de una reja de la ventana, de excelente diseño, quizás una escena de un amor frustrado. Incluso uno de esos cacharros de juegos que ya había sido utilizado en la Feria de abril. Y como no, un precioso bodegón, con el nombre de cien cañas, una exaltación culinaria, en la que colocado sobre una mesa esbozada han colocado una bandeja llena de vasos, y una guitarra apoyándose sobre la misma, una excepcional visión del mundo feriante. Escenas cotidianas como el hombre caído, en la que solo aparece las piernas, quizás por una borrachera, con la silla tendida sobre él.

La portada de este magnífico libro ilustrado pudo haber sido por sí mismo un cartel de Feria, quizás el mejor de los que hubiera realizado, una verdadera ensoñación de la fiesta primaveral, que fue en muchas ocasiones imitada. Una joven sentada con la mano en la cabeza divisa su mirada hacia un horizonte incierto, uno de los retratos femeninos de su obra de finales del siglo XIX. A sus pies ha colocado todo un bodegón de productos, en la que en un incierto tambor aparece la inscripción de NODO, enmarcado por la inscripción de la ciudad de Sevilla.

A modo de orla, inscribe el título de la obra, la Tierra de María Santísima, envolviendo el subtítulo Colección de Cuadros Andaluces, el nombre del autor de los textos, Benito Mas y Prat, y las ilustraciones de García Ramos. En el dorso ha colocado el nombre de los editores, Sucesores de N. Ramírez Y C, Editores. Barcelona. Al fondo ha situado el paisaje urbano de Sevilla, poniendo en primer plano el puente de Triana, y en un plano ya alejado la Giralda y la Torre del Oro. En esencia, el dibujo estaba concebido como portada de un libro, pero sin ninguna duda resaltaba en sí. mismo la esencia de la ciudad de Sevilla.

En 1892 muere Benito Mas y Prat, y unos años después, José García y Ramos en 1912, dos grandes autores que supieron proyectar el alma andaluza. Por iniciativa del profesor Enrique Real Magdaleno sería erigido un monumento a la memoria del escritor en el Parque de María Luisa, siguiendo un proyecto del arquitecto Aníbal González. Un busto de Castillo Lastrucci presidiría el monumento, con una preciosa colección de azulejos, en las que se encontraba en las ilustraciones que José García y Ramos había utilizado para el libro de la Tierra de María Santísima, en este caso habían dejado escenas referentes a la mujer, en la que reproduce la excepcional ilustración A las rejas de la cárcel, una obra de un intenso sabor dramático, o algún singular nazareno, en las páginas que ilustro sobre los textos que contenía de la Semana Santa de Sevilla. Quizás el monumento sevillano era un homenaje a esta grandiosa obra ilustrada, editada en 1891, en la que dos genios Benito Mas y Prat y José García y Ramos se unieron el quehacer artístico. Letra e Imagen para proyectar el ensueño de lo andaluz, en este caso lo sevillano.

José Fernando Gabardón de la Banda. Profesor de la Fundación CEU San Pablo Andalucía. Doctor en Historia del Arte. 

Este artículo se escribió el 3 de mayo de 2020.

A la memoria de Ramón Freire y Gálvez, que supo revalorizar la figura de Benito Mas y Prat.

Tratamiento de la imagen: May Perea. Lda. en Bellas Artes










Utilizamos cookies para realizar medición de la navegación de los usuarios. Si continuas navegando, consideramos que aceptas su uso.