Arte Sacro
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Dicen. Miguel Andreu.


 Dicen que ha sido esta noche, cuando la Iglesia se quedó a oscuras, vacía de todos los que fueron a darle la bienvenida a esa mocita del barrio que ha vuelto tras su curación.

Dicen que ha sido esta noche cuando Santa Ana, desde su altar al fondo de la Iglesia, ha dejado de estar intranquila, volviendo a los juegos con la Niña que tiene a un palmo de sus manos. La abuela de Dios, a la que por su edad le han ocultado las dolencias de su Hija, de nuevo la ha visto en el hogar, extrañándose de que estuviera en la calle tanto tiempo y sin que fuera Martes Santo. Ellos creen que no lo sabe, pero se ha dado cuenta de todo al verla.

Dicen que ha sido esta noche y que se ha oído confundido con el crujir de la madera de los bancos. Todos lo han podido, más que oír, sentir el suspiro fuerte de alivio de San José, su castísimo esposo, que por hombre que es, estaba inquieto y hasta malhumorado, sintiendo la fría puñalada de la soledad al tener a la mujer que más ama tan alejada durante más de tres meses.

Dicen que ha sido esta noche cuando el bueno de San Hermenegildo, con un gesto valiente propio de su condición principesca, ha desfilado con zancada firme hasta el Sagrario de la Iglesia, ha apoyado su mano en el frío de la cancela y se ha asomado, quedo y despacio,  para ver que todo de nuevo vuelve a ser igual y que la Niña, esa que sale sólo un día al año, ha regresado de nuevo a su sitio. Nota que se respira alivio hasta en las paredes.

Dicen que ha sido esta noche cuando se ha detenido por un instante el brutal lapidamiento al joven Esteban, y que aquellos que le acusaban de sabe Dios qué, le han dejado que pudiera saltar al vacío, hacerse de carne y hueso por un instante y ver de nuevo a la recién llegada. Sus labios -dicen- han musitado, camino de nuevo a su cautiverio perenne de lienzo y pintura, "Padre, ayúdalos porque sí que saben lo que hacen".

Dicen que ha sido esta noche cuando Juan, el hijo del Marqués de Tarifa, y al que llamamos Santo y de Ribera, ha bajado de la altura de la pintura que corona el Sagrario, se ha recogido su sotana y ropajes de Arzobispo y Virrey, y levantándose del sillón que lo acomoda a las puertas de la Casa de Pilatos, se ha asomado por detrás de una columna sin molestar siquiera y ha podido verse reflejado de nuevo en sus ojos. Aún le resonaban en sus oídos los ecos de los poemas de Antonio Sierra.

Dicen que ha sido esta noche cuando ha aparecido de nuevo lo que ningún restaurador del IAPH ha logrado encontrar jamás. Cuando Él ha levantado su rostro al frente y ha sentido la presencia de su Madre, esparcida por los aires de la Iglesia, sus músculos se  han relajado y su semblante se ha distendido. Y por un momento, sólo por un momento, en sus labios ensangrentados se ha dibujado una sonrisa.

Dicen que sí, que ha sido esta noche cuando ha rodado por sus mejillas esa sexta lágrima perdida, la que Él reserva sólo para los pocos momentos de alegría que tiene en su vida. Una lágrima que nadie verá a través de la ventana ni que el propio Don José, ni sus priostes ni sus camareras saben si quiera que existe.

Porque mi Dios, a pesar de ser Dios, es Hombre. Y como Hombre tiene sus debilidades. Y la suya se llama Madre. Madre de los Desamparados.

Miguel Andréu Fernández
Sevilla, 6 de diciembre de 2006

Foto: Francisco Santiago










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