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Opinión. El pregón. El Diputado de Cruces.


Ahora que los cuerpos y las mentes se han serenado es, quizás, tiempo para, con algo más de perspectiva, hacer un análisis de todo lo acontecido en lo que, para nosotros, es el tiempo más feliz. Y uno de los acontecimientos más relevantes que hemos vivido este año ha sido el Pregón de la Semana Santa de Don Antonio Burgos.

Me parece que no me equivoco si digo que ha cumplido con todas las expectativas y eso que eran muchas. Nos hemos encontrado ante una obra literaria de enorme calidad (ya me gustaría a mí escribir sólo una pequeña parte de bien que lo hace Don Antonio) y, además, perfectamente leída y dicha, con momentos de auténtica genialidad. Ha tenido párrafos divertidos, otros comprometidos (yo sí estoy de acuerdo con que el atril del Maestranza es un sitio tan bueno como otro cualquiera para que el pregonero exponga sus ideas), algunos de descanso, lírica, prosa, recuerdos de lo ya escrito, en fin, de todo lo bueno. Pero…

Me he encontrado en el pregón con una Semana Santa concreta, restringida, tan pequeñita que, por poner un ejemplo, al recordar a capataces ya fallecidos, Manolo Santiago no tenía sitio. Y es que, en Sevilla, hay muchos cofrades que pensamos que la Semana Santa es mucho más que una serie de tópicos por todos conocidos y gastados de tanto usarlos, que el Domingo de Ramos queda cojo sin Paz o Jesús Despojado (por ejemplo), que el Cerro significa mucho más que la gloria de su palio, aunque cada año haya miembros de su cofradía (ojo, que no representan a nadie) que se empeñen en llevarme la contraria y  que el mundo de la hermandades no puede entenderse sin los barrios, llamados periféricos, pero sevillanos del todo. Y es que no se puede hablar de Padre Pío Palmete, de Bellavista, de Pino Montano, de Alcosa, de Claret,…, sin haber estado en ellos sintiendo sus cofradías con sus gentes, cerca de esos ancianos que, para ver a su Cristo y a su Virgen, sacan con timidez las sillas a la puerta de sus casas (¡de sus casas!) y te preguntan “¿te molesto aquí, muchacho?” (lo mismo que los de las sillitas plegables en el centro, ¿verdad?) o te invitan a pasar para ver mejor la procesión, cerca de esos niños de enormes ojos abiertos a la explosión de luz y color que les cruza por delante y que un día serán el alma de nuestra celebración o de esos no tan niños que sueñan con presentarse con sus mejores galas (su hermandad) ante la ciudad que tantas veces les olvida en tantas cosas. Por eso, a los que pensamos así, no nos ha sorprendido, como parece que a tantos otros,  lo bien que ha hecho su primera estación de penitencia a la Catedral la hermandad del Polígono, más de veinticinco años saliendo a la calle a enseñarnos su fe, ni nos preguntamos por qué el empeño de las nuevas hermandades en ir a esa misma Catedral. Está muy claro.

Ahora bien, permítanme decir (para que nadie se lance al cuello de este diputado, que parece que en esta Sevilla nuestra hay cosas sobre las que no se puede expresar una opinión diferente), que estas líneas no pretenden ser una crítica ni al pregón ni al pregonero, de los que ya he dicho que han sobrepasado de largo las muchas expectativas creadas. Sólo pretendo expresar que la Semana Santa, como algo vivo que es, cambia constantemente, evoluciona, a veces a mejor y otras no tanto, que las que tenemos guardadas en nuestra memoria ya no volverán y que por seguir mirando atrás, quizás nos estamos perdiendo mucho de lo bueno que tiene lo nuevo. Además, defender el inmovilismo, que las cosas sigan como eran antes, puede perjudicar a gente que, con toda su ilusión y entrega, están trabajando por nuestra fe y por nuestras hermandades.

Eso sí, puesto que se ha dicho que Sevilla (nada más y nada menos que Sevilla) debía el pregón de este año, yo quisiera tener la osadía de decir, a mi vez, que, en mi opinión (sólo es una opinión, por favor), a la Semana Santa de Sevilla se le debe un Pregón.

Dicho queda.

diputadocruces@yahoo.es

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