Arte Sacro
  • Noticias de Sevilla en Tiempo de Pascua
  • sábado, 18 de mayo de 2024
  • faltan 330 días para el Domingo de Ramos

X años de Arte Sacro. La Semana Santa según los Bécquer. Pilar Alcalá García


El propósito de estas palabras es dar a conocer la vinculación de los Bécquer, familia de artistas, con la Semana Santa. En concreto son tres miembros de la misma los que, en su obra, dejaron testimonio de las manifestaciones de esta fiesta religiosa, tanto en Sevilla como en otras ciudades. Haremos un repaso de las obras que cada uno de ellos realizó. Comenzaremos con el que tal vez sea el miembro menos conocido de la familia, nos referimos a Joaquín Domínguez Bécquer, primo de José Domínguez Bécquer, el padre de Valeriano y Gustavo Adolfo.

Joaquín Domínguez Bécquer (Sevilla, 1819-1879), tío de Valeriano y Gustavo y profesor de ambos, había ocupado el cargo de director de la obras de los Reales Alcázares y fue profesor de los hijos de los duques de Montpensier, gracias a lo cual fue nombrado pintor de cámara honorario de la reina Isabel II. Fue elegido miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Sevilla, de la que en 1847 fue profesor, director de dibujo y académico de honor. En 1866 fue nombrado académico de la Real de San Fernando de Madrid. En 1853 realizó una pintura titulada "Plaza de San Francisco durante el desfile de Nuestro Padre Jesús de Pasión", que se encuentra actualmente en el Museo de San Telmo de San Sebastián. En ella se muestra el momento en que dicha Hermandad vuelve de la catedral por la antigua calle Génova (actual Avenida de la Constitución) y entra en la Plaza de San Francisco, dirigiéndose a la hoy desaparecida iglesia de San Miguel, sede canónica de la hermandad en aquellos años. Ante el Ayuntamiento puede verse a un distinguido público que observa la escena, con el paso del Cristo aún con su antiguo Cirineo, y algo más alejado el paso de palio de la Virgen de la Merced con San Juan.

En cuanto al otro miembro pintor de la familia Bécquer, Valeriano, también nos dejó varias muestras en su obra referidas a la Semana Santa. Una de ellas es un grabado que lleva por título “Guerreros Guardianes del Santo Sepulcro en la cofradía del Viernes Santo” y que acompañaba al artículo de su hermano Gustavo, “La Semana Santa en Toledo”.

Así nos describe Gustavo, en el referido artículo, la ilustración de Valeriano:

“Después que han desfilado los penitentes, a quienes llama el vulgo «mariquitas negras», y detrás de las andas sobre las que se ve representado por figuras de talla de regular mérito y tamaño natural el “Descendimiento de la cruz”, se ven los armados que, en número de veintiséis y revestidos de corazas, cascos y coseletes, forman una escuadra que precede, rodea y sigue a las andas donde José de Arimatea y Nicodemus sostienen la urna. De estos guerreros, cuyas magníficas armaduras pertenecen a diferentes épocas, aunque en su mayor parte son del siglo XVI, los unos llevan lanzas con enormes hierros, y los otros, que hacen de jefes, estoques y rodelas; acompañando al capitán y al abanderado que lleva el estandarte arrastrando por el suelo en señal de luto, un niño que viste una armadura milanesa grabada de oro y al cual llaman el paje”.

La otra obra que nos dejó Valeriano Bécquer es una xilografía publicada en “El Museo Universal” en 1869. El dibujo, que no se refiere a ninguna cofradía en concreto, va acompañado de un pequeño diálogo de carácter cómico e irónico entre los dos personajes que aparecen en él, dando por sentado que existen categorías en cuanto al modo de participar en una cofradía.

En cuanto al último miembro de la familia, el más conocido, Gustavo Adolfo Bécquer, quisieron el azar y la magia de esta Sevilla que viniera al mundo en el barrio de San Lorenzo, a pocos metros de la iglesia del mismo nombre. En su pila bautismal fue bautizado el 25 de febrero de 1836, allí, con el Gran Poder como testigo. Y sus últimas horas en Sevilla, ya muerto, también estuvieron vinculadas con la Semana Santa, como comentaremos al final de este artículo.

Gustavo llevó siempre a Sevilla en su corazón, en su pensamiento y en su alma, prueba de ello son las numerosas referencias que de su ciudad natal aparecen en su dilatada obra. Todos los grandes acontecimientos de la ciudad fueron recordados por su pluma: El Corpus, la Feria y por supuesto la Semana Santa. De esta última nos hace una detallada descripción en el artículo anteriormente mencionado, “La Semana Santa en Toledo”, publicado en El Museo Universal el 28 de marzo de 1869. Lo escribió mientras vivía exiliado en la ciudad imperial, tras el estallido de “La Gloriosa” en 1868. El título puede llevar a engaño; lo que Gustavo hace en este artículo es una descripción comparativa de la Semana Santa de las dos ciudades que más amaba: Toledo y Sevilla. Después nos detendremos en él, pero antes hablemos brevemente de otros artículos que Gustavo escribió referidos a la Semana Santa.

En el titulado “Procesión del viernes santo en León”, publicado en El Museo Universal el 1 de abril de 1866, nos detalla la procesión llamada vulgarmente “El Encuentro”, y no falta una referencia a Sevilla:

“Nada diremos de Sevilla, cuya Semana Santa se ha comparado por algunos con la de Roma, no faltando quien dé ventaja a la primera.”

Y en el que lleva por título “Una cofradía de penitentes en Palencia”, publicado en La Ilustración de Madrid el 12 de abril de 1870, se queja Bécquer de que el transcurso del tiempo ha debilitado y modificado el fervor religioso. Según Gustavo la exaltación religiosa sólo se propone reavivar la memoria del sangriento drama de la Redención del mundo. Leemos las siguientes demoledoras palabras:

“La cofradía es la escena fantástica de un drama conmovedor y terrible”.

Esta frase, en nuestra opinión define en pocas palabras lo que es la Semana Santa en cualquier lugar de España y en cualquier época.

Pero centrémonos en el más largo y complejo de los artículos y en el que más se refiere a Sevilla, el titulado “La Semana Santa en Toledo”. Con estas palabras inicia Gustavo su artículo:

"Al tratar de las solemnidades religiosas con que en estos días conmemora la Iglesia la pasión y muerte del Redentor del mundo, ocurren naturalmente los nombres de Toledo y Sevilla, ciudades ambas famosas, así en España como fuera de ella, por la magnificencia y el aparato que en sus templos y catedrales desplega el culto católico”.

Continúa Bécquer diciendo de la imposibilidad de comparar la Semana Santa de ambas ciudades dado el gran contraste que entre ellas existe y el sello especial que caracteriza a cada una de ellas. Nos gustaría señalar un detalle que quizá ayude a comprender la visión que de ambas fiestas tiene Gustavo; hay que tener presente que nuestro poeta contempló la Semana Santa de Sevilla durante su infancia y adolescencia pero el recuerdo y la reflexión llegan desde la madurez; sin embargo no ocurre así por lo que respecta a la de Toledo, ya que la vivió de adulto. Continúa Gustavo hablando de la Semana Santa sevillana en estos términos:

“Sevilla, población floreciente y próspera, en la cual el espíritu moderno ha llevado a cabo más radicales transformaciones, imprime a estas solemnidades un sello propio de animación, novedad y lujo, que inútilmente buscaremos en la vetusta capital de la monarquía goda. Sus célebres cofradías, más bien que la continuación de las tradiciones, son una restauración con todos los accidentes propios de este género de obras. Habiendo atravesado al par que las demás de España una larga época de decadencia, han salido de ella merced no tanto al fervor religioso que las dio vida como al espíritu de especulación y vanidad que las mantiene en el grado de esplendor en que se hallan”.

Comprobamos que Gustavo es bastante crítico, ya sabemos de su malestar por la llegada de la modernidad y su dolor por la pérdida de lo que él consideraba auténtico. Como amante del arte, como el espíritu esteta que era, quería conservar la belleza sin contaminaciones. Creemos que todos nos estamos haciendo ahora la misma pregunta, qué pensaría Gustavo si contemplase la Semana Santa actual. Lo que sí es evidente es que el recuerdo que conserva Gustavo es muy vivo, es el recuerdo de algo amado, no en vano habían transcurrido 15 años desde que partió de su ciudad natal. Leyendo las siguientes palabras podemos imaginarnos perfectamente la Semana Santa sevillana de mediados del XIX:

“Sevilla la llana, donde la primavera que se anticipa al calendario llena ya el aire de luz y perfumes, con su blanco caserío, sus celosías verdes, sus balcones enredados de madre selva y su cielo azul con un sol de fuego que derrama la claridad a mares; Sevilla la alegre y la bulliciosa, con su Plaza Nueva, guarnecida de una guirnalda de naranjos en flor; la muchedumbre que se agita en su ámbito y por entre la cual desfilan, al compás de la música, aquellos miles de elegantes y perfumados penitentes de todos hábitos y colores, blancos, negros, rojos y azules, repartiendo a las niñas dulces de sus canastillas y arrastrando luengas colas de terciopelo o de seda; las andas cubiertas de flores y de luces, las imágenes cargadas de oro y pedrería, los coros de ángeles engalanados de plumas, flecos y oropel, las cohortes romanas con airones de papagayo, armaduras de hojalata y calzas de punto color de carne como los saltimbanquis o los bailarines, todo, en fin, lo que en ella se agita y reluce y suena durante esos días clásicos, ofrece un conjunto en que se mezcla y confunde lo profano con lo religioso, de manera que tiene a intervalos el aspecto de una ceremonia grave o la vanidad de un espectáculo público con sus puntas y ribetes de bufonada”.

Para Gustavo la Semana Santa sevillana estaba llena de contrastes, nada ha cambiado después de transcurrido un siglo y medio: hay color, dulces, pedrería, flores, oropel, vanidad, y no obstante el aspecto es de ceremonia grave. El artículo continúa con una detallada descripción de la Semana Santa de Toledo, cosa lógica puesto que Gustavo no escribe desde el recuerdo sino desde la presencia. Nada que ver con la ciudad andaluza, en Toledo no hay primavera perfumada de azahar, no hay muchedumbres, es una ciudad melancólica y severa, sus calles son empinadas; en Toledo todo es recogimiento, solemnidad, los aires son de otra época.

El artículo termina con una frase que más bien parece una sentencia:

“Considerada bajo este punto de vista, la Semana Santa en Toledo no admite parangón con ninguna otra".

Ha estado Gustavo describiendo el ambiente de ciudad antigua que posee Toledo, pero va más allá en sus reflexiones y afirma que en la ciudad manchega se puede revivir el pasado. Si tenemos en cuenta el amor que Bécquer profesaba por todo lo antiguo, nos resulta comprensible esta frase que podríamos considerar un tanto ofensiva hacia la Semana Santa sevillana, pero no pensamos que fuera esa su intención.

La casualidad quiso que la última noche que los hermanos Bécquer pasaron en su ciudad natal estuviera vinculada con la Semana Santa y concretamente con una de sus hermandades. Los restos de los hermanos Bécquer llegaron a Sevilla el 10 de abril de 1913 en el primer tren de la mañana con intención de ser trasladados a la iglesia de la Anunciación, pero apareció la lluvia, la misma que tantas Semanas Santas desluce. Lluvia que, en esta ocasión, hizo un guiño y permitió que las cajas que contenían los restos de Valeriano y Gustavo Adolfo fueran llevados a la iglesia de San Vicente. Fue en la capilla que ocupaba, y ocupa todavía, la hermandad de Las Siete Palabras donde estuvieron hasta el 11 de abril, día en el que pudieron ser llevadas a la cripta de la Universidad. Nada más bello para un poeta que reposar durante esa noche en una capilla de tantas palabras…

Pilar Alcalá García
Licenciada en Filología Hispánica
Secretaria de la Asociación “Con los Bécquer en Sevilla”










Utilizamos cookies para realizar medición de la navegación de los usuarios. Si continuas navegando, consideramos que aceptas su uso.