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Dos veredas, un solo camino. Francisco Correal. Diario de Sevilla


El Rocío estrena retablo en la ermita y puente nuevo en el Ajolí. Es la última aduana antes de entrar en la aldea. El agua que corre bajo el flamante puente actúa de línea fronteriza entre los municipios de Hinojos y Almonte. Dos vecinos bien avenidos. Dan fe Francisco Bejarano, 73 años, hinojero, y Francisco Roldán, 65, almonteño. Han acudido a ver el puente sobre un río "que tiene unos pocos de nombres y nace por el Condado". El puente separa las veredas llamadas del Camino de Sevilla y Rocío (en Hinojos) y de la Rocina (en Almonte). "Las piedras son de un puente antiguo", dice uno de los amigos.

La historia de su amistad es el contrapunto de tantas pamplinas y tópicos como se cuentan de esta romería. El de Hinojos trabajó toda su vida de agricultor. El de Almonte fue 25 años guarda del parque natural de Doñana cuando era "de los hermanos Noguer, de los González Byass y del marqués de Mérito", hizo el camino varios años contratado por los Barbadillo, y ahora trabaja de apicultor.

Hace unos veinte años, el de Hinojos trabajaba de encargado en la finca Torrecuadro, en la que sembraba girasol. El de Hinojos fue a pedirle permiso "para llevar unas colmenas". Del permiso nació esta amistad que se extendió a sus familias. Martina y Amalia, sus mujeres, preparaban ayer juntas la comida en una de las casas que ambos tienen en el Rocío mientras sus maridos veían pasar la gente por el puente. Recuerdan Rocíos pretéritos con mucha menos afluencia, cuando se sembraba maíz o no había luz en la aldea. Un Rocío virgiliano, casi del Koala, "con los pavos, los gansos, las gallinas y los cochinos por enmedio".

La experiencia recomienda no preguntar en exceso. Y elegir bien a quién se pregunta. Los reporteros han tenido suerte. Después de varios tropiezos, Antonio Valls, hotelero jubilado, un mallorquín que hace el camino con Málaga, los pone en la senda correcta. De Jaime I a la Reina de las Marismas. "¿Cuándo se empiezan a bailar las sevillanas?". Las baila sin pasarse. "Para durar más, la clave es no abusar. Ni de las mujeres, ni de la bebida, ni del trabajo".

El Rocío es la aldea sin fin. La gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento de Almonte debe haber encontrado la fórmula del infinito. Y no en términos teológicos. Los japoneses aquí también tirarían la toalla y se quedarían sin planos para dibujar veredas y cruces, bocas de lobo y rocinas. J.G. Ballard, en El imperio del sol, la novela que llevó al cine Spielberg con Trebujena convertida en Shangai, cuenta que los japoneses se quedaron sin planos para reflejar las inabarcables extensiones de la China. Al final del horizonte hay otro camino, y más polvo, y un simpecado, y nuevas acampadas.

Un hombre que viene con Jaén hace footing por la interminable avenida de los invernaderos de fresa. Huele a fresa en este extrarradio de la aldea. Después, a la salida, los reporteros coincidirán con el final de la jornada de las recogedoras, una romería eslavo-magrebí que le dará colorido a la carretera de Villamanrique. Se dirigen a unas viviendas prefabricadas, variante estajanovista de la casa-hermandad.

Un balón se escapa de un cercado. Como advierte el Código de Circulación, detrás aparece un niño. Su abuelo duerme la siesta. Es el Rocío más balompédico, en puertas del Mundial, con el Arenas de Guecho y el Arenas de Armilla jugando el play-off de ascenso a Segunda B. Lástima que el Bollullos –del Condado– se haya despeñado de la Tercera División.

Los caballos se toman un respiro. Los simpecados son colocados en el lugar correspondiente. En Málaga-La Caleta reparan algunos detalles. Triana 1813. Un año después de la Pepa, la diosa laica de la Constitución gaditana. Sevilla sin sevillanos: esperando a sus hermanos. La Raya Real, ecosistema del lince ibérico, es un crucigrama de carretas y remolques. La carretera de los pueblos... vacíos. Sus topónimos se han trasladado a la aldea más poblada del universo: Olivares, Los Palacios, Salteras. O Villalba del Alcor. Con esta hermandad del pueblo de los taberneros –Juan Robles, Modesto, El Cairo, El Espigón– vienen tres franceses. Los tres jubilados y jubilosos. "¡Allez!", dice Marco Roux, siete caminos, éste con su hermano Jacques y con un amigo.

Suenan las sevillanas rocieras en la casa-hermandad de Gines. El simpecado de Umbrete le ha dado colorido al paso por el Ajolí. El camino en la aldea es pura duna, ecologismo mariano. Nuevas casas y también nuevos negocios. Micaela Villa: con sus trajes de temporada, el mantoncillo y la flor gratis. En la ermita, un joven sacerdote oficia la misa. Es un valiente con esta confluencia de feligreses, peregrinos, turistas o encontradizos. La comunión debe ser otra cosa. Los confesionarios son simpecados fijos.

Los almonteños dejan hacer. Que la gente llegue y se asiente. Esperan su momento, lo que no les acucia. Saben que llegará y que será sólo de ellos. Por eso adquieren esa suerte de invisibilidad que les hace delegar en las demás hermandades. Estos días Almonte es lo que Antequera estuvo a punto de ser: capital real de Andalucía. Ya quisieran los políticos concitar esa unanimidad entre andaluces. Sin recelos ni suspicacias. Con la única frontera de la Raya Real.

www.diariodesevilla.com

 










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