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Aplausos hacia un cielo Salesiano. Antonio Gila Bohorquez


 Una vez me preguntaron, ¿cómo suenan los aplausos desde el cielo? Y tú aún estabas aquí para escucharlos. ¿Te acuerdas? Vestías elegante, con el porte mismo de una persona sencilla que honró a los suyos, siempre, de la misma forma con la te honraban a ti. Pues hacerte honores, siempre sabía a poco. Estabas feliz aquella noche por ver a los tuyos felices. Vimos en ti lo que siempre has ido marcando con tus prisas, tus excentricidades y tu sonrisa. No era lentitud lo que pautaban tus palabras, sólo una acelerada carrera por decirle a todo el mundo que estabas feliz, y feliz te has ido.

En tu corbata, de color azul cielo, se reflejaba un hermosísimo Giraldillo que al mirarlo deslumbraba sobre tu pecho. Sin embargo, como siempre, lo que hacía hermoso aquel detalle, era tu sonrisa unos centímetros más arriba. Con todo ello has conseguido que cada vez que miro la gran veleta sobre la Giralda en un momento intermedio donde el viento no fuera tan egoísta de girarla, me acuerde de ti. Pero ahora, al mirar lo más alto de la torre sevillana, veré de fondo un cielo que impregna de alegría tu eterna presencia, tu nombre y tu valor para ser persona.

¿Cuántos recuerdos puede un sobrino acumular tras la estela de la humanidad recibida por su tío? ¿Podría resumirlos en mi convicción de cristiano? ¿Puedo ahora dudar de todo lo que de ti he aprendido tito? Entiendo que las dificultades de la vida, aquellas que decimos que son pruebas que antepone Dios para superarlas, fueran en esta ocasión un cúmulo de circunstancias que han ido apagando poco a poco tu corazón; el que bombea, no el que nos habla de ti, pues ése, es incombustible y difícilmente una enfermedad puede combatir a su antojo con algo tan bello y perfecto como la sintonía que nos habla de Casimiro Bohórquez Álvarez.

 Sinceridad, elocuencia, virtuosismo, sutileza, extroversión, amor y oración. Una mezcla exacta que nos escribe con las letras salesianas de tu vida, el nombre y apellidos del fervor mismo por seguir los pasos del Padre con el que aprendiste a sonreír y una Madre, con la que empezaste a soñar como si eternamente tuvieras nueve años. Un Don Bosco diario que enojaba al tiempo pues éste quería seguir corriendo, mientras tú, en cada beso o abrazo, en cada carcajada o lágrima, hacías latente los minutos para hacer de todo lo demás, algo obvio e insignificante. Un Cooperador Salesiano al que veían como el alma pura de su grupo y el puente iluminado que comunicaba con los grandes propósitos de la Congregación: tender la mano, plantar una sonrisa y decir con el alma limpia a los jóvenes: os quiero. Una persona que, en definitiva, ganaba a pulso al egoísmo y la avaricia siendo su casa, el lugar que conserva las puertas más grandes y pesadas jamás vistas. Quizás por esa razón nunca estuvieran cerradas, y la llave, la misma que abría tu corazón, se disponía accesible y visible a cualquier persona fuera cual fuera su condición. Esa era una casa salesiana, aquella en la que vivía mi tío Casimiro.

Y ahora nos apuntas con el Cetro de tu magia. Intentas dirigirnos con su estrechez y cercanía una sonrisa desde el cielo. Remueves con tus movimientos las nubes que la sostienen. Te escondes bajo el celeste y el rosa de su erguida y portentosa esbeltez. Le llamas la atención para que al fin te mire y puedas ver en Ella, un perfil distinto. La tienes cerca tito; Ella, a la que tantas veces de lejos habías visto sobre su paso en el mes de Mayo entre el murmullo y el silencio. Ella, a la que entronizabas el Rendido a tus Plantas con la mayor pasión escondida en tu garganta. Ella, la última testigo de un sí quiero que hiciera temblar los labios de una Aurora feliz y que pronto acogiera en sus brazos la obra cumbre más hermosa de tu vida: María Aurora y Natividad. Ella, el amor platónico de tus sueños a los nueve años, día tras día para levantarte con la ilusión de seguir creciendo para hacer crecer a los que te siguen y te han seguido. Ella, la que todo ha hecho por y para ti y los tuyos. Ella, tito, aquella mujer a la que ahora tocas, acaricias y sonríes para recibir el merecido aplauso que desde el cielo te ganabas al nacer en este mundo. Ella, María Auxiliadora, cuyo perfume puedes, ahora, oler, colores vestir y piel que besar.

 No sé si en tu recibimiento estaba de pie o sentada. No puedo saber si portaba Corona o un bello aro de doce estrellas. Tampoco pude ver si el Hijo al que abrazaba, era rubio con ojos claros, o de tez moreno con el iris oscurecido. De lo que sí me pude percatar fue de unas nubes y un sol que tú y yo bien sabemos quién los pintó. Pude entender el ruido, sin ser truenos, que llegaba desde las copas más altas del azul que nos cubría. Pude asimilar, sin enojo, el tintineo claro y luminiscente que apaciguaba nuestra primera noche sin ti. Era María Auxiliadora quien ahora cantaba para ti, quien ahora soñaba contigo, quien ahora espetaba su Cetro en tus manos, quien ahora susurraba en tus oídos el nombre de Casimiro Bohórquez Álvarez.

Te has ido pronto para jugar con querubines en el Cielo. El tren al que tantas veces despistabas con tu elocuencia, ha llegado para recoger la sensación fugaz que me han dado veinticuatro años junto a ti. Pero te digo, tito, que si hubieran sido dos días los que la vida me ofertara para estar contigo, hubieran sido más que suficientes para percatarme de tu ejemplo y empaparme de ti, siempre de ti. No puede haber más orgullo contenido en tu familia por llevar tu nombre en vertientes continuas de sangre que llegan al corazón. No puede existir más convicción que la de seguir adelante siendo tú. Es difícil pues, a veces, duele sonreír tanto, pero sé que tenderás tu mano junto a la de Don Bosco, para acariciar nuestros rostros y perfilar cuantas veces sea necesaria, una sonrisa, la tuya.

Y con mis palabras, que son mi grito y aplauso hasta lo más alto en silencio, sólo espero y ansío que si una vez junto a mí, con tu elegante porte y tu corbata azul, escucharas aquella pregunta que nos emocionó una noche de abril, puedas entender por qué ahora yo te pregunto, ¿cómo se escuchan los aplausos desde la Tierra, Casimiro?

Hasta pronto salesiano.

Tu sobrino que, por siempre, te querrá.










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