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Opinión. Nuestro patrimonio (II). Diputado de Cruces


Les hablaba el otro día del patrimonio de nuestra hermandades y les decía que el más importante que está en peligro, ante el ataque de ciertos poderes, es el propio concepto de lo que es la Semana Santa, ante el silencio de los cofrades, que estamos permitiendo que se cree un ambiente a su alrededor bastante alejado de lo que debiera ser realmente.

¿Quieren algunos ejemplos? Miren, este diputado es uno de los tontos de capirote que tan bien ha descrito el amigo Paco Robles. Es el tonto de los reportajes de televisión sobre la Semana Santa. Procura no perderse ninguno de esos reportajes sean de la ciudad que sean, para así conocer, aunque sea a través de la televisión (porque en directo es, por razones obvias, absolutamente imposible), cómo conmemoran en otros lugares la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Este año ha habido varios de ellos sobre Málaga, debido a la estancia habitual por su tierra de nacimiento del actor Antonio Banderas. Pues bien, hemos podido ver al mencionado actor vestido de penitente, de paisano, yendo a las procesiones, tocando la campana de un trono, asomado al balcón con su familia, a su familia en diferentes momentos, en fin, todas las vivencias posibles, pero yo no he conseguido ver en ningún momento imágenes de las (valga la redundancia) imágenes malagueñas relacionadas con las devociones de señor Banderas. No sé qué misterio se representa en el trono al que dirigía, ni cómo es la Virgen contemplaban desde los balcones.

Algo similar ha ocurrido con las llamadas a los pasos de la Hermandad de los Gitanos que hicieron diferentes miembros de la Casa de Alba la pasada Madrugada. ¿Pudieron ver en algún instante al Señor de la Salud o a la Virgen de las Angustias? Yo no tuve esa suerte. Y si hablamos de reportajes en informativos o telediarios, se ha podido observar un énfasis especial en el ambiente lúdico y festivo, en las bullas, en los turistas, en los incidentes que ha habido en algunos lugares, en las rencillas y problemas entre cofrades, en las actitudes poco respetuosas de nazarenos y componentes de los cortejos, en cosas así y muy poco en las celebraciones litúrgicas o en las imágenes procesionales. Y lo mismo se puede decir de la prensa escrita. Si a esto unimos los discursos de nuestros políticos cada vez que se acercan a las hermandades por la razón que sea, casi siempre buscando alguna ganancia, resaltando los mismos aspectos festivos y de sentimientos y haciendo equilibrios imposibles para que no aparezca la palabra religión en sus declaraciones, no nos puede extrañar que cada vez haya más gente que no sepa a qué va cuando sale en Semana Santa a las calles y ocurran hechos tan desagradables como los que hemos podido vivir en los últimos años.

Pero como he dicho antes, gran parte de la culpa de todo esto la tenemos los mismos cofrades, por nuestra inacción (debida quizás a una excesiva prudencia o timidez y a algo de temor también) o por nuestro propio desconocimiento, que permanecemos callados ante tanto desmán, en esa eterna contemplación autocomplaciente de nuestro propio ombligo a la que nos hemos acostumbrados, ciegos ante todo lo que estamos perdiendo. Miren, hay una situación bastante actual y que no deja de ser una simple anécdota, que ilustra muy bien lo que estoy diciendo. Hace algunas fechas, el presidente de cierto club futbolero de nuestra ciudad, centenario y campeón europeo, presa de los nervios ante una histórica cita deportiva (y estoy convencido que de absoluta buena fe, no haciendo más que reflejar ese ambiente en el que vivimos y al que me refería antes), hizo la promesa de, caso de vencer aquel partido, como así fue, saldría una hora de costalero bajo el paso del Señor Cautivo de Santa Genoveva, olvidando que en Sevilla, cuando alguien cree que tiene que darle gracias a Dios y a la Virgen, aunque sea por un asunto tan banal como el fútbol, se pone la túnica de nazareno y anónimamente, sin que “tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha”, hace la estación de penitencia con los titulares de su devoción. O alguna acción similar, pero siempre con discreción. ¿Se imaginan la nube de periodistas, cámaras y demás alrededor del paso para obtener la imagen del señor presidente con el costal puesto, entrando bajo las trabajadoras, haciendo una “chicotá” o saliendo de debajo del mismo? ¿Se imaginan como esa nube podría afectar al transitar de la cofradía, a los que la contemplen o a la multitud de devotos y devotas que cada año acompañan al Señor Cautivo tras su paso? ¿Y creen que al día siguiente veríamos alguna imagen de la cara del Señor, de Sus portentosas manos, de Su cuerpo abandonado? No, no me contesten.

Pues lo más llamativo de todo es que, ni cuando se produjo el hecho ni ahora, que ya ha pasado un tiempo prudencial, ni la hermandad (que, por cierto, permitió que el citado dirigente deportivo la acompañara el año pasado, vestido de paisano y portando una vara, que alguien le daría, en una presidencia, con motivo del centenario de su club) ni ninguna autoridad cofrade se ha pronunciado en ningún sentido (¿el que calla otorga?), persistiendo en la manía, tan al uso en el mundo de las cofradías, de mantener el silencio, a ver si las cosas pasan por sí mismas, aunque, mientras tanto, no se esté dando la imagen que pudiera esperarse de nosotros. Dicho sea de paso, el tema de las representaciones civiles y militares en las procesiones tiene mucho que ver con lo que estamos hablando y merecería un estudio en profundidad, porque la cosa, entre alcaldes y concejales, colegios profesionales, cuerpos del ejército, bomberos y demás, se está desmadrando un mucho.

En fin, este asunto no es más que una anécdota y como tal hay que considerarla. Pero, como decía, ilustra la situación que vivimos. Nos ha llegado un patrimonio de más de seis siglos, un patrimonio grande y fecundo, quizás bastante inmaterial, pero muy importante, que es la Semana Santa, en su fondo y en su forma. ¿Seremos capaces de pasárselo a nuestros hijos? Y si es así, ¿en qué condiciones?

diputadocruces@yahoo.es

 

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