Restaurar las Normas. José Cretario. ABC Sevilla
Fue en el día de la Inmaculada de hace nueve años cuando se tomó aquella singular foto: Antonio Ríos arrodillado tomando en las manos las nuevas Normas Diocesanas que le entregaba el cardenal, entonces solo arzobispo Carlos Amigo Vallejo: una imagen que en aquel momento tuvo un valor superior a las mil palabras.
Desde la perspectiva de casi una década, se puede afirmar que aquellas normas no fueron precisamente las óptimas, o mejor dicho, su elaboración no estuvo lo fina que hubiera sido deseable ya que se dejaron sueltos algunos cabos que en estos nueve años han enredado un poco la vida de las cofradías.
Hubiera sido fácil ser claro en dos materias que son las que han originado los mayores problemas, la de las mujeres y la de la contribución de las cofradías al Fondo Común Diocesano, asuntos que no han dejado de provocar tensiones, más que entre las cofradías y la mitra, en el seno de las propias hermandades. No hace falta tener memoria de lince.
Ahora que es probable que se reforme, movido por la coyuntura del estirón de la Semana Santa, un artículo concreto como es el de la limitación de cofradías que hacen estación a la Catedral no estaría mal que esa revisión fuese un poco más amplia y se aprovechase para actualizar los artículos de la discordia y para afrontar los nuevos problemas y la nueva realidad de las corporaciones. Con dejar claro que la mujer tiene los mismos derechos y obligaciones que el hombre, las nueve cofradías que restan por incorporar nazarenas (el Baratillo, que es la décima, ya ha convocado cabildo el domingo que viene) se librarían de pasar el trance de la votación; con explicitar el porcentaje concreto deben ingresar las hermandades en el Fondo Común Diocesano se esfumaría la picaresca de la que tanto se queja la mitra.
Al mismo tiempo, no estaría mal abordar aquellas realidades que se han desarrollado en esta década, como la crisis de dirigentes por poner sólo un ejemplo.
Las Normas Diocesanas de 1997 vinieron a derogar otras que tuvieron una vida de 12 años. A estas, con nueve inviernos, no le vendrían mal una ligera restauración.
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