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Textos de la ordenación episcopal de Santiago Gómez Sierra como nuevo obispo auxiliar


 Arte Sacro. A continuación pueden conocer los textos de la ordenación episcopal de mons. Santiago Gómez Sierra, nuevo obispo auxiliar de Sevilla, que se ha celebrado esta mañana en la Catedral de Sevilla.

 

ORDENACIÓN EPISCOPAL

DE MONS. SANTIAGO GÓMEZ SIERRA

Homilía a cargo de mons. Juan José Asenjo Pelegrina

Sevilla, Catedral, 26, II, 2011

Jer 1,4-9; Sal 88,21-22.25.27; 2 Cor 4,1-2.5-7; Jn 10,11-16

 

1. “Cantaré eternamente tus misericordias, Señor”. Permitidme, queridos hermanos y hermanas, que inicie mi homilía con estas palabras del salmo 88 que acabamos de recitar. Efectivamente, la misericordia de Dios se muestra exuberante en esta mañana con la Archidiócesis de Sevilla al elegir y consagrar a nuestro hermano Santiago como Obispo auxiliar. El Señor le va a encomendar el ministerio episcopal, por el que nos llegarán tantos y tan grandes bienes de Dios, ya que a través suyo Cristo realizará en esta Iglesia su obra de salvación y nos manifestará su amor sin límites por todos nosotros. El Señor Jesús, en una Pascua anticipada, está pasando esta mañana junto a él. El Señor está pasando a la vera de nuestra Iglesia diocesana y de todos los que participamos en esta hermosa y singular ceremonia. Acogemos el don con emoción y gratitud. Dentro de unos momentos algo extraordinario va a suceder en el alma de D. Santiago. En un gesto impagable de amor del Padre de las misericordias con él, con su familia y con nuestra familia diocesana, el Espíritu Santo le va a ungir con la plenitud del sacerdocio como sucesor de los Apóstoles.

2. Sé bienvenido, querido hermano. Sean bienvenidos señores Cardenales, Sr. Nuncio Apostólico, Hermanos Arzobispos y Obispos, Vicarios, miembros del Cabildo, Delegados Diocesanos, sacerdotes, consagrados, diáconos y seminaristas. Sean bienvenidos los representantes del Ayuntamiento de Sevilla y nuestras autoridades civiles, militares, judiciales y académicas. Doy la bienvenida también al Cuerpo Consular, a los miembros de la Real Maestranza de Caballería, del Consejo General de Hermandades y Cofradías y de la Asociación Virgen de los Reyes, a los Hermanos Mayores, y a los representantes de los grupos y movimientos apostólicos; a los padres, hermanos, familiares, amigos y paisanos de D. Santiago, que habéis venido desde Toledo y Córdoba y que os habéis unido a la familia diocesana de Sevilla para ser testigos de este gran acontecimiento eclesial, que nuestra Catedral no presenciaba desde hace 41 años. Dentro de unos momentos, el Espíritu va a desplegar todo su poder. Levantemos el corazón, en el que hoy sólo hay lugar para la esperanza y para el gozo. Como no podía ser de otra forma, manifiesto públicamente mi gratitud al Papa que ha atendido mi solicitud y ha querido darme un colaborador y un hermano para servir a esta querida Iglesia de Sevilla como ella merece ser servida. Le ruego, Sr. Nuncio, que haga presente mi agradecimiento inmenso al Santo Padre.  

3. Querido hermano Santiago: como nos ha insinuado el profeta Jeremías, el Señor te ha llamado desde las entrañas maternas. Antes de que vieras la luz, sin mérito alguno por tu  parte, pronunció tu nombre y te eligió para hacerte luz de las naciones, para que su salvación llegue hasta el confín de la tierra. Él te ama entrañablemente. Él ha dirigido tu vida hasta aquí con su providencia amorosa y Él te asegura que va a estar contigo en la historia hermosísima que hoy inicias. Es justo, pues, que en esta mañana también tú respondas al Señor con las palabras del salmo 88: “Cantaré eternamente tus misericordias, Señor”. Instantes antes de que el Espíritu Santo derrame en tu corazón la plenitud del sacerdocio, cuenta con la seguridad de que el Señor va a estar siempre a tu vera. Es verdad que llevarás siempre el don que hoy recibes en vasijas de barro (2 Cor 4,7), pero es mucho más cierto que la mano del Señor estará siempre contigo, que su brazo poderoso te sostendrá, que su fidelidad y misericordia te acompañarán, y que Él será la roca en la que hagas pie en los momentos de zozobra.

4. Por la infinita misericordia de Dios has sido elegido y vas a ser consagrado por el Espíritu Santo para ser don de Dios para esta Iglesia venerable, insigne por su historia y por la santidad de sus mejores hijos, y que hoy te acoge con los brazos abiertos. En ti se va a dar cumplimiento a aquella promesa consoladora, "os daré pastores según mi corazón" (Jer 3,15), que culmina en su toda plenitud en Jesucristo, el único Pastor de nuestras almas. Él es el Buen Pastor, el jefe del rebaño, el modelo, y espejo de los pastores de su Iglesia. Todos nosotros, Obispos y presbíteros, somos los herederos del amor de Jesucristo, Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y las llama por su nombre, que camina delante de ellas, que busca a la oveja perdida, reúne a las dispersas, cura a la herida o enferma, apacienta a todas en ricos pastizales y da su vida por ellas. Ser pastor con el estilo de Jesús, amando con su propio amor a los fieles que se nos confían, significa fatiga, sudor, esfuerzo, vigilias, solicitud y entrega de la propia vida. Ese es el camino que has seguido hasta ahora, el camino que hoy el Señor te señala de forma todavía más exigente, robusteciéndote con la plenitud del sacerdocio y los dones de su Espíritu: entregar la vida sin reservas al servicio de la Iglesia y de las almas como ministro de Cristo y dispensador de la gracia de Dios, siendo signo de su cercanía, de su amor y misericordia con todos.

5. En esta mañana te invito a sentarte en la escuela de Jesús con las actitudes y el corazón del discípulo, para que  escuches de sus labios esta palabra salvadora: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue así mismo, cargue con su cruz de cada día y me siga” (Luc 9,23). Es una indicación preciosa para ti, que hoy inicias el servicio episcopal, y que has elegido como lema de tu ministerio estas palabras de San Pablo: “pacificans per sanguinem crucis eius” (Col 1,20). Déjate aleccionar por estas palabras sacrosantas que te enseñan a apreciar y gustar la cruz, que es consustancial a nuestro ministerio, que es locura para los gentiles y escándalo para los judíos, pero, "para nosotros, fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Cor 1,23). En la cruz se hizo patente el amor inaudito de Dios por la humanidad. Jesucristo expresó su amor a los hombres con el lenguaje de la cruz; y nosotros, los Obispos y los sacerdotes no podemos anunciar a los hombres que Dios les ama, ni comunicarles la gracia que nace del costado de Cristo dormido en la cruz si no es a través de este lenguaje. Pedimos para ti al Señor en esta Eucaristía que en la etapa que hoy inicias, anuncies siempre a Jesucristo muerto y resucitado para nuestra salvación, que crezcas cada día en amor al Crucificado y en tu identificación con Él.

6. En la escuela de Jesus percibe también como dirigida especialmente a ti esta palabra suya que leemos en el Evangelio de San Marcos: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos" (Mc 9,35). Este es el fin último de todo ministerio en la Iglesia y muy especialmente del ministerio del Obispo: ser servidor humilde y fiel de Jesucristo, nuestro único Señor; ser servidor, abnegado hasta el agotamiento, del pueblo que se nos confía; ser servidor de la fe, de la verdad que salva y del encuentro de los hombres con Dios; ser servidor de la esperanza, de la comunión, la reconciliación y la paz; ser servidor de los más débiles, de los más despreciados y necesitados, hoy tan numerosos y dolientes, acogiéndoles y cuidándoles con corazón de padre y entrañas de madre, a imitación del Señor.

7. En la Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa, el Santo Padre Juan Pablo II, al tiempo que describía los retos y urgencias más acuciantes de esta hora en nuestro Continente, nos decía que la misión de la Iglesia en este contexto social es "seguir el camino del amor... un amor que pasa por la caridad evangelizadora, el esfuerzo multiforme en el servicio y la opción por una generosidad sin pausas ni límites". Es lo que pedimos al Señor para ti en esta Eucaristía: que no olvides nunca que la verdad más profunda del ministerio episcopal es servir, que recorras cada día el camino del amor y que te conceda la generosidad sin pausas ni límites en el servicio. 

8. Todos los que te acompañamos en esta mañana, los Obispos, tus nuevos hermanos, las autoridades, tus padres y hermanos, a los que felicito de corazón, tu familia, amigos y paisanos, los sacerdotes, consagrados y seminaristas, los fieles de Sevilla, tu nueva familia en la fe, y el Obispo que te ordena, damos gracias a Dios por el ministerio de salvación que te encomienda, que todos te deseamos largo y lleno de frutos. Pedimos al Señor que te acompañe con su gracia y seas en verdad imagen del Buen Pastor, compartiendo su vida, su soledad, su oración, su entrega absoluta, su sacrificio hasta la muerte por la salvación de los hombres. Que la Santísima Virgen, en su título de los Reyes y en tantos títulos hermosísimos como jalonan nuestro territorio diocesano, y la intercesión de San Leandro y San Isidoro, Santa Ángela de la Cruz, los Beatos Manuel González, Marcelo Spínola y Madre María de la Purísima y todos los santos sevillanos, te acompañe y proteja siempre, y llene de fecundidad tu ministerio para gloria de Dios. Así sea.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla


 

ALOCUCIÓN EN LA ORDENACIÓN EPISCOPAL

Mons. Santiago Gómez Sierra

Sevilla, S.I. Catedral, 26 de febrero de 2011

 

“Padre Santo, conságralos en la verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo” (Jn 17, 17-18). Estas palabras del Señor, recogidas en la antífona de comunión de la Eucaristía que estamos concluyendo, disponen mi ánimo para emprender la misión que acabo de recibir, al haber sido agregado en esta celebración litúrgica al Colegio Episcopal por la plenitud del Sacramento del Orden.

El Señor Jesús me ha elegido para ser sucesor de los Apóstoles. Una nueva llamada que percibo a la luz del diálogo del Resucitado con el Apóstol Pedro en la orilla del lago de Tiberíades (Jn 21, 15-19). “¿Me quieres?”, yo también le digo “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. Mi respuesta está envuelta en cierta tristeza por la conciencia de mi pobre seguimiento en los años vividos; y, sin embargo, llena de confianza y esperanza porque, como en aquella ocasión, a Jesús le basta mi pobre amor, y  me dice de nuevo: “Sígueme”.

Soy consciente de que recibo el ministerio episcopal en unos tiempos que no son fáciles para la Iglesia. Se extiende el horizonte de la superficialidad y de la indiferencia religiosa en la vida de muchas personas, crece la increencia y el secularismo, es frecuente la ridiculización de la Iglesia y hasta la persecución de los cristianos, que en bastantes países se juegan la vida por su fe.

La respuesta realista y esperanzada de la comunidad cristiana no puede ser otra que la evangelización, la cual constituye la razón de ser de la Iglesia y la tarea del obispo. El Papa Benedicto XVI lo acaba de proclamar entre nosotros el pasado 6 de noviembre en Santiago de Compostela. Allí dijo:Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo”.

Fortalecido por la gracia del sacramente recibido, deseo responder al Señor en mi propia existencia y trabajar para sostener en vosotros y con vosotros, hermanos y hermanas, la respuesta de la fe ante los desafíos de la hora presente: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6, 68-69).

Contemplando el rostro de Cristo no anidará en nuestro corazón la agresividad, el despecho o el resentimiento; pues Él nos enseña siempre a amar a todos, también a los enemigos. Con caridad fraterna y con respeto a la libertad de cada persona debemos presentar, incansablemente, al que sabemos que es su mayor bien, a Cristo -Camino, Verdad y Vida-.

El Señor llama al Obispo personalmente, no para trabajar solo, sino para que forme parte del Colegio Episcopal, que sucede a los Doce. Y entre nosotros hay uno que nos preside, guía y confirma: el Santo Padre, Benedicto XVI, que ocupa el lugar del Apóstol Pedro. Señor Nuncio Apostólico de Su Santidad, haga llegar al Papa mi afecto filial y mi gratitud más sincera por la confianza que me ha manifestado llamándome a este ministerio; y mi propósito de trabajar, bajo la guía de nuestro Arzobispo, para que el Pueblo de Dios que camina en esta Iglesia particular de Sevilla siga amando, como lo hace, al Papa y aprecie su magisterio, siempre orientador y singularmente lúcido, gracias al cual todos podemos experimentar el gozo y la suerte de conocer a Jesucristo y de pertenecer a su Iglesia.

Gracias a Ud. Sr. Arzobispo, querido D. Juan José, por todo el cariño e interés que ha puesto en mi incorporación a la archidiócesis de Sevilla como su obispo auxiliar. Lo recibo como continuación de la confianza con la que me ha distinguido desde que me encontró en Córdoba y, sin duda, como prenda del afecto fraterno y la ayuda que me ofrecerá en el camino del servicio episcopal que hoy inicio.

Me dirijo con afecto a los señores Cardenales, Arzobispos y Obispos, que hoy nos honran con su presencia en esta celebración y expresan nuestra comunión afectiva y efectiva en el Colegio Episcopal. Os confieso que una de las experiencias más consoladoras desde que se hizo público mi nombramiento ha sido la acogida fraterna que vosotros, hermanos en el episcopado, me habéis dispensado; empezando por nuestro querido Cardenal Amigo, que después del Arzobispo fue el primero que me manifestó su satisfacción al saber que vendría a trabajar a esta Iglesia particular, objeto de sus desvelos pastorales durante tantos años.

Cuando valoro el conocimiento de Cristo como el tesoro mayor de mi vida, mi pensamiento se dirige, en primer lugar, a vosotros mis queridísimos padres (dispuestos a venirse conmigo a Sevilla), queridos hermanos, sobrinos, familiares y paisanos de Madridejos. Todos nosotros compartimos raíces que nos alimentan, y hay una superior a todas: la devoción al Santísimo Cristo del Prado, cuya cruz he querido representar en mi escudo episcopal. A través de su bendita imagen encontramos esperanza y consuelo en los días gozosos y amargos de nuestra vida personal y familiar. Gracias a todos por acompañarme con vuestro Arzobispo y sacerdotes, y también a tantos que se han alegrado cristianamente por tener entre sus paisanos un obispo y han rezado por mí.

En mi experiencia sacerdotal he podido verificar como “El sacerdote está al servicio de la comunidad, pero a su vez se encuentra sostenido por la comunidad. Existe una especie de ósmosis entre la fe del presbítero y la fe de los otros fieles”. Lo que soy, mi desarrollo pastoral y mi propia vida personal y espiritual, en gran medida vosotros lo habéis hecho. Vuestra compañía esta mañana me hace presente la historia y la vida que hemos compartido con tanta intensidad.

A la Iglesia de Córdoba le debo todo. Los obispos que he tenido (D. Javier Martínez, D. Juan José y D. Demetrio, también mi recuerdo hecho oración por el alma de D. José Antonio Infantes Florido, sevillano, que fue el obispo que me ordenó presbítero), las parroquias de Alcolea y del Barrio de los Ángeles, la parroquia de la Trinidad, el Seminario, CajaSur y la diócesis entera han marcado mi alma humana y sacerdotal. ¡Cuántos testimonios de confianza, de nobleza humana y de caridad cristiana, de fe, de amor a la Iglesia, de valores auténticos en hombres y mujeres de bien, de cristianos ejemplares! ¡Qué regalo! ¡Qué don tan grande sois para mí, amigos del alma! Que Dios os pague tanto como me habéis dado, porque a mí me resulta sencillamente imposible.

Y a vosotros, hermanos y hermanas de la Iglesia de Sevilla (Sr. Arzobispo, hermanos sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, contemplativas, seminaristas, movimientos y asociaciones, hermandades y cofradías, familias cristianas, fieles todos), sólo puedo deciros esto: aquí estoy para serviros con el ministerio episcopal recibido, bajo la guía de nuestro Arzobispo. Para vosotros es ya mi pensamiento, mis afectos, mi voluntad y mi tiempo, lo que soy y lo que tengo, todo es vuestro. Acogedme como a un hermano enviado por el Señor a vosotros. Con todo mi ser deseo unirme a los duros trabajos por el Evangelio que lleváis adelante; para ofrecer la esperanza que no defrauda y para servir a todos nuestros conciudadanos, con la preferencia de Cristo por los más pobres.

Saludo, también, con respeto a las autoridades civiles, militares, judiciales y universitarias de la Comunidad Autónoma de Andalucía, de la provincia y de la ciudad de Sevilla que tan amablemente han querido acompañarnos. Recordando las palabras de la primera carta de Pedro “Como personas libres (…) mostrad estima hacia todos” (1 Pe 2, 13-17), sé que el Obispo debe mantener personalmente y transmitir a los fieles un gran aprecio por las personas que sirven a la sociedad desde la función pública y orar por ellas, como lo hace habitualmente la Iglesia. También, debe alabar el esfuerzo y los auténticos logros sociales, y denunciar toda ofensa pública a la ley de Dios y a la dignidad humana. La permanente construcción de una sociedad cada día más libre, justa y fraterna necesita el esfuerzo de todos los ciudadanos. Uniré mis trabajos a los de la Iglesia de Sevilla para hacer realidad esta aspiración que todos compartimos.

En la senda de la imitación de Cristo, ¡qué programa más atractivo me presenta la Iglesia para esta nueva etapa de mi servicio episcopal! La Exhortación Pastores de la Grey, dirigida a los obispos, lo expresa así: “los Obispos son sucesores de los Apóstoles no sólo en la autoridad y en la potestad sagrada, sino también en la forma de vida apostólica” y esta forma de vida apostólica consiste en: “saber sufrir por anunciar y difundir el Evangelio, en cuidar con ternura y misericordia de los fieles a él confiados, en la defensa de los débiles y en la constante dedicación al Pueblo de Dios” (P.G. 43).

Seguid pidiendo conmigo al Señor para que por intercesión de los Santos Obispos de la Iglesia hispalense -San Leandro y San Isidoro y los beatos Marcelo Spínola y Manuel González-, con la ayuda de todos los Santos y Santas del cielo y, singularmente, por la asistencia maternal de la Santísima Virgen María, invocada en esta ciudad con el dulce nombre de Virgen de los Reyes y con tantas otras advocaciones tan arraigadas en el corazón mariano de la diócesis, yo sepa servir a esta familia de Dios, encarnando esa forma de vida apostólica a la que me he referido; y así camine con vosotros al encuentro de Nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina inmortal y glorioso por los siglos de los siglos. Amén.

+ Santiago Gómez Sierra

Obispo auxiliar de Sevilla

 

Sitio relacionado: www.archisevilla.org  

Foto: Archivo Diócesis de Córdoba. 










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