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Demonología. Irene Chacón García


Podemos sostener que si las influencias del Irán, Egipto y Grecia contribuyeron a ampliar y precisar la angelología judía, no la habían fundado, puesto que existía en potencia antes de que esas influencias se manifestasen en Israel. No es posible decir lo mismo de la demonología, que tuvo un desarrollo casi ilimitado. Sabido es que el mal, al igual que el bien derivan de Dios. Una dificultad considerable surge del Levítico (16, 7-10) en el que se dice que Aarón, habiendo cogido dos machos cabríos y habiéndolos puesto a la entrada del tabernáculo del Testimonio “echo suertes sobre ellos, una suerte para Yahvé, y otra suerte para Azazel” como mencionaremos más adelante. ¿Quién es Azazel? Después de muchas discusiones, algunos lo han designado como el príncipe de los Seirim (machos cabríos o espíritus del desierto a quienes se les ofrecían sacrificios en tiempos preexílicos). Es posible que en tiempos del Bajo Judaísmo se le asimilara a Satanás. 

El Targum de Pseudo-Jonatathan hace de Azazel un espíritu malo que vaga por los desiertos, a diferencia de la serpiente del Génesis, que tan gran lugar ocupa en la mitología y ética cristiana, que no tuvo ningún lugar en el judaísmo. No fue este judaísmo antiguo quien identifico a la serpiente con el Diablo. Este otro espíritu de Yahvé debió ser miembro del ejército Celeste, pero investido con una función muy particular; mentir y causar daño.

En el fondo, la idea de las potencias del mal opuestas en una lucha constante a las potencias del bien, supone el dualismo menos judío del mundo. Esto es mazdeísmo zoroastriano y no verdadero judaísmo. De hecho cuando Satanás aparece en el libro de Job (1,6; 2, 6) aun no es un demonio, sino el adversario en general, no muy diferente del espíritu mencionado en el libro I de Reyes (22, 21) que desempeña el papel de ángel de Yahvé como instrumento de la cólera de Dios. Desde este momento se señala la tendencia a personificar la tendencia de Dios a hacer el mal. Como el mal se manifiesta con más frecuencia y más visiblemente que el bien, se comprende que esta demonología acabara por ocupar un puesto mucho mayor en la creencia judía que la angelología. Esto es precisamente lo que ocurrió en tiempos de Jesús, que la gente veía malos por todas partes, atribuyéndoles accidentes y enfermedades.

En el libro del Profeta Enoc aparece por primera vez la idea de que los demonios son ángeles caídos. Esta idea pretende resaltar la caída de los espíritus que se han dejado seducir por la carne perecedera. Los demonios serian pues, los hijos de Dios que se descarriaron. El jefe de todos estos demonios es Satanás; aunque se le conoce por muchos otros nombres como más adelante veremos en el Nuevo y Antiguo Testamento: Beliar, Massema, Sammael, Malkira, Belcebú o Azazel.

Los hombres le deben los artificios que desligaran la obra de Dios y contrarían su voluntad. En realidad la creencia de Israel condujo a un verdadero dualismo, opuso el principio del mal al bien y el poder de las tinieblas a la luz en una lucha constante. Por todos partes se yergue Satanás ante Dios como un contradictor y contrincario.

Toda esta demonología judía de la que acabamos de hablar, era en conjunto, el resultado de una contaminación sufrida durante la dominación Persa. Los elementos Griegos, considerables en la demonología judeoalejandrina, eran accesorios en Palestina y no afectan más que a los detalles.

Irene Chacón García es Licenciada en Historia por la Universidad de Sevilla, Máster en Estudios Históricos Comparados (us.es) y Máster en Religiones y Sociedades (upo). 

Foto: Francisco Santiago










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