Arte Sacro
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Jueves Santo. Antonio Gila Bohórquez


Tras el ecuador de la semana, sólo queda pensar en austeridad, sobriedad, un luto desmedido que desgarre la estreches de las calles bajo el caoba, la plata y el lirio. El cardo se hace más cardo, espinoso, terco y seco.

La sangre, más comedida en sus encargos para con Dios, recorriendo las fascies moribundas de la muerte. Así, el Cristo de la Fundación de los Negritos, entre faroles que iluminan la ventana de una Ciudad enlutada, recorre de costero a costero el reguero de mantillas que ya marcan la pauta precisa en la recta final de la Semana. O la incesante mirada de la Virgen de las Lágrimas buscando el anhelo perdido en el cielo de su Hijo mientras lo suben dos caballos abascalinos. O el perfil trasero de la Virgen del Rosario por la plaza de los Carros, nunca viendo llegar las alas de un ángel consolador en el Huerto.

Todo se vuelve negro ante la Virgen de la Victoria, Madre insigne de la elegancia clásica de Sevilla, mientras surca Los Remedios en un desliz de riqueza y maestría a los sones de la Banda Cigarrera. Jueves Santo de la luz y la oscuridad ante los cinco golpes de un pecho atormentado bajo la Cruz, en la plaza de la Magdalena con el paso de la Quinta Angustia. Jueves Santo de lunas traspuestas bajo el imponente relieve del Señor de Pasión, encarnadura de las mismas manos de un Montañés, al que todo la Ciudad le pudo y nunca le quiso en la plata vestida de su imagen. Sevilla, nace de luto para abrirse humilde y pobre en la oscura avenida que nos marcan los Oficios.

Por eso, Ella no quiso
Espacio, lugar ni tiempo,
Y no quiso majestuosas
Joyas, vestidos, dinero.
Por Ella en su larga historia
Se prenden otros deseos;
Una forma concebida
Entre la tierra y su Templo.
Ella no viene del Padre
Sobre los marmóreos suelos.

No se presenta de reina
Firme y presta ante su pueblo.
Sus andares victoriosos
No los mantiene en secreto
Desatando su belleza
Entre miles de tormentos.
Ella no quiere la plata,
Sólo busca el prado viejo
Para llevar a su hijo
Con esa Cruz que le han puesto.

Su corona, sus retales,
Su palio de cajón hecho,
Todo es puro simbolismo
Entre cirios caballeros.
Los varales plateados,
El faldón en movimiento,
Las maniguetas de escolta,
Los bellos respiraderos,
Las coronillas que guardan
La cera en el terciopelo.
Las manos de Juan de Mesa
Al tallar su escueto cuerpo.

Todo es más superficial
Al buscar su humilde sueño.
Pues Ella no está en el alza
De la piedra de aquel Templo,
Ni sale por calle Imagen,
A la voz de aquel maestro.
Aquella Virgen del Valle
Se encuentra entre los lamentos
Aturdidos por el mundo
En este mundo desierto.

Ella está sobre cartones
Y buscando en los deshechos,
En el solitario puente
Mientras va encendiendo un fuego,
En la ladera del río
Sin un digno y fuerte techo.
Ella está con los sencillos,
Los humildes satisfechos.
Con familias desahuciadas
Entre enojos y lamentos.
Con aquellos que suicidan
Una vida por dinero.

Ella está con la templanza
De los pobres más enfermos.
Con la luz de la esperanza
De quien no puede atenderlos.
Ella está con los negritos
Que nos venden los pañuelos,
Con los niños maltratados
Por frío y calor extremos.
Ella lleva en su mirada
Todos los rezos ajenos
Que calumnian con su nombre
Y le escupen en su beso.
Ella está con los parados,
Con aquel en deudas preso,
Con el que cierra un negocio
Y nunca verá abierto.

Está con el que no afronta
Las facturas de un invierno,
Con el que rinde a la pena
Sus más hermosos proyectos.
Con el que tiende la mano
Buscando sólo el consuelo.
Ella no está sobre el paso
Ni está en su Altar de ensueño,
No se guarda en candelabros
Y en Gómez Zarzuela, menos.
No la tiene Bellas Artes,
Ni el paño del nazareno.
No la busques, sevillano,
En el Valle de los sueños.
Ella está mucho más grande
Junto al pobre y los enfermos.

Foto: Francisco Santiago










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