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Fernando III, ¿Sin Fiesta?: 350 años de su canonización. Reyes Pro Jiménez


Para Sevilla San Fernando ha sido y sigue siendo un modelo de héroe, de santo, de político, de hijo, de padre y de rey”.  

Mauricio Domínguez Domínguez-Adame

La palabra “fiesta” puede dar lugar a confusión, pues no nos referimos (o no sólo) al hecho festivo de celebración y “liberación” del trabajo (o sea a una fiesta laboral), hablamos también de una fecha dedicada a la memoria de una persona santa, a la conmemoración de su obra y de su vida ejemplar. Esa fecha que normalmente es la de su muerte, llamada “dies natalis” pues se supone que ese día nace a la vida eterna.

Además hay que tener en cuenta otra posible confusión, pues en la Iglesia Católica las celebraciones litúrgicas tienen distintos grados de importancia, por orden serian: las Solemnidades (dedicadas al Señor y la Virgen en su mayoría), las Fiestas (Sagrada Familia, Apóstoles…) y las Memorias, que son normalmente las dedicadas a los santos. Aún así coloquialmente se habla de “fiestas” aunque litúrgicamente sean solemnidades, como por ejemplo la Navidad o memorias, como la fiesta de San Antonio. En el calendario litúrgico se admite también como Solemnidad la del patrón principal de la ciudad o pueblo (además del título de la iglesia, el fundador de la orden religiosa de la que se trate, etc.).

Desde los inicios de la Iglesia y desde la creación en 1588 de la Sagrada Congregación de Ritos (para regular el culto y estudiar las causas de los santos o sea para liturgia y canonizaciones), los procedimientos han evolucionado y cambiado, sobre todo desde 1983 cuando se promulgan las normas hoy en vigor para canonizaciones.

En esos mencionados inicios de la Iglesia, la consideración de santidad venía dada simplemente por la veneración popular hacia una persona, en esos años normalmente un mártir (San Policarpo, San Esteban…); posteriormente la Iglesia fue declarando una serie de requisitos y una necesaria autorización “oficial” para el culto a un santo.

 

San Fernando en la antigua Colegial del Salvador, Sevilla. Antonio de Quirós 1699. Foto. Daniel Salvador-Almeida

 

Hablando de San Fernando, todo este preámbulo se justifica porque puede dar la sensación de que desde hace unos años su memoria, su fiesta, se está minusvalorando o incluso olvidando poco a poco. Ya no es desde luego la gran conmemoración de los años del Barroco, pero tampoco el día de fiesta en Sevilla que muchos recordamos.

En el caso de Fernando III incluso se ha llegado a dudar que fuese declarado santo por la Iglesia, lo que está a un paso de dudar de su misma condición de santidad, independientemente de que fuera oficializada o no.

Mediante la canonización la Iglesia católica declara como santa a una persona fallecida, la incluye en el canon (lista de santos reconocidos) y permite venerar a esa persona, a la cual se le asigna una fiesta litúrgica, pudiéndosele dedicar iglesias, capillas o altares.

Parece que olvidamos los datos históricos del proceso de canonización, que pueden constatarse en los estudios de reconocidos historiadores como Manuel González Jiménez, Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Sevilla, José Antonio Calvo Gómez, Paulino Castañeda Delgado, o Fernando Quiles García, entre otros muchos. Este proceso de canonización fue largo, incluso azaroso y politizado por los intereses de la monarquía española del XVII si se quiere, pero desde luego existió y culminó con la oficialización de la canonización de Fernando III.

El hecho es que hoy San Fernando no está de moda. Es evidente que los santos guerreros ya no están en las preferencias generales de hoy, para muchos no son políticamente correctos, me atrevería a decir que casi nos avergonzamos de ellos.

Esto es un error que viene de juzgar a personas de siglos pasados con nuestros propios parámetros de la mentalidad actual, sin tener en cuenta el contexto histórico, ni las circunstancias de una época, ni las características culturales de un momento concreto de la Historia. También el error viene de ver en esos santos sólo su faceta militar, sin considerar otras. El rey Fernando, por ejemplo, gustaba mucho de la poesía y la música, al igual que los reyes musulmanes de su época; además en su reinado se comenzaron las catedrales de León y Burgos y el rey se preocupó por la organización de la Universidad de Salamanca pues quería favorecer la ciencia. No todo era guerrear.

Fernando III según una miniatura del Tumbo A de la Catedral de Santiago de Compostela

 

Fernando III de León y Castilla

Pero comencemos por el principio, por el poco conocido lugar de nacimiento de Fernando III. En el año 1199 ó 1201 (según los autores) en un paraje llamado Valparaíso, lugar entre Zamora y Salamanca, nació Fernando III de León y de Castilla, llamado «el Santo».  Cerca de ese paraje existía un monasterio situado en Peleas de Arriba. En 1232 Fernando III trasladó el monasterio a su lugar de nacimiento, por lo que fue llamado de Nuestra Señora de Valparaíso, (también fue conocido como  de Santa María de Bellofonte o monasterio de Peleas y existió hasta 1835).

Fernando III, hijo de Berenguela, reina de Castilla, y de Alfonso IX, rey de León, unificó dinásticamente los reinos leonés y castellano, que permanecían divididos desde 1157, siendo rey de Castilla desde 1217 y de León desde 1230. Murió el 30 de mayo de 1252 en Sevilla, ciudad que había conquistado cuatro años antes.

Capilla moderna y Monumento a Fernando III, en el lugar donde se ubicaba el monasterio de Ntra.Sra. de Valparaiso. Foto: Joaquin O. C. Blog TALES OF A WANDERER

  

Ruinas de Valparaíso, “Zamora Ilustrada”, 1 de junio de 1881. Blog Bibliotecas Especializadas de Zamora

 

La época de Fernando III estaba dentro del largo periodo histórico de casi ocho siglos llamado tradicionalmente la Reconquista. Pero no fue todo tan simple como a veces nos han enseñado. Durante esos siglos hubo periodos de paz, de convivencia, de intercambio de cultura e incluso se dieron alianzas políticas y militares con reinos y señores musulmanes de la península (como por ejemplo la que hizo Fernando III con el rey musulmán de Baeza), y además también hubo periodos de conquista territorial cuando era algo conveniente estratégica o económicamente (muchos de esos reinos y señores musulmanes pagaban tributo, lo que era a veces más rentable que conquistar su tierra, pero siempre había dificultades para el cobro), este punto de vista llegó incluso a pesar más que la sola intención de llegar a la conversión de los musulmanes.

En este marco durante el reinado de Fernando III fueron conquistados los reinos de Jaén, Córdoba, Sevilla y Badajoz, cuya anexión había empezado Alfonso IX. Además el infante Alfonso, futuro Alfonso X, conquistó en nombre de su padre del reino de Murcia. Así a mediados del siglo XIII los reinos musulmanes en Andalucía eran fundamentalmente el reino de Niebla  y el reino de Granada, como feudo castellano.

Muchos reyes conquistadores dejaron en un principio la posibilidad de seguir con su religión a los conquistados, entre ellos Fernando III. Es significativo el hecho de que el epitafio de Fernando III en la Catedral de Sevilla se redactara en las tres lenguas: castellano, árabe y hebreo, como significación de su reinado sobre todos los súbditos fuera cual fuera su religión. Aún en zonas específicas, y con limitaciones profesionales y cargas tributarias, en Sevilla siguieron viviendo judíos y musulmanes hasta el siglo XIV y XV.

Desde su muerte el 30 de mayo de 1252 el rey Fernando era ya venerado pública y popularmente, lo que era lógico pues su reinado había sido de bastante prosperidad y gozó en vida de gran popularidad y de prestigio hasta entre sus enemigos. Se llegó a atribuir poderes milagrosos a la espada del rey, los enfermos acudían a su sepulcro en el siglo XIV y existía la leyenda de que su cuerpo debía reposar por siempre en la ciudad de Sevilla como garantía de la conservación del reino recién conquistado.

Este hecho de la veneración de Fernando III estuvo recogido en historiadores de la época y posteriores hasta el siglo XVII. El primero que alabó las virtudes del rey difunto fue su hijo Alfonso X, virtudes cristianas y también su sensibilidad y virtudes humanas. Alfonso X le erigió un espacio de culto funeral dentro de la Mezquita cristianizada como Catedral, según la Cantiga 292.

Representación de los sepulcros reales bajo la Virgen en la Capilla Real en el siglo XIV. Sello de placa del S.XIV en el Archivo de la Capilla Real. Publicado por Teresa Laguna Paúl

También la iglesia de Sevilla se hizo eco de la veneración al rey Fernando, ya  desde el siglo XV los capellanes reales le dedicaban una solemne función el día de San Clemente, día de su entrada en Sevilla. La inauguración de la nueva Capilla Real en 1577 contribuyó a aumentar la devoción al monarca cuando fueron trasladados los restos del rey Fernando III y su familia y la imagen de la Virgen de los Reyes al nuevo recinto (en 1579 con retraso por desacuerdos entre los que luchaban por el lugar más destacado en el cortejo, siempre estamos con lo mismo!!).

En 1621 se publicó el “Epítome de la vida y excelentes virtudes del Santo Rey” libro escrito por Pablo Espinosa de los Monteros y en 1623 se estrenó la obra de teatro “La Virgen de los Reyes” de Hipólito de Vergara. Son dos ejemplos de que en esos años existía en Sevilla un ambiente favorable a la causa de canonización de San Fernando, propiciada por los eclesiásticos con el Arzobispo a la cabeza.

 

La canonización de Fernando III

La iniciativa para la canonización de Fernando III era reflejo de un sentir popular en Sevilla que aumentaba con los años, pero hasta la visita de Felipe IV a la Ciudad en 1624 no llegaría el apoyo de la monarquía al inicio del proceso informativo que conduciría a la canonización. Hay que tener en cuenta que desde fines de la Edad Media, como poco, la mayoría de los reinos europeos tenían reyes santos, con culto reconocido oficialmente por la Iglesia. Pero la monarquía de los Austrias españoles carecía de un rey declarado santo oficialmente; de ahí, buscando contar con un santo comparable a San Luis en Francia, vino el apoyo a la causa de la canonización y su presentación a la Santa Sede. El propio Felipe IV declaraba cuánto le interesaba al reino “ver uno de sus reyes en el Catálogo de los Santos, requisito que faltaba a la grandeza de esta Monarquía”.

Hay que tener en cuenta que en el Barroco, la Monarquía se ve inmersa en un proceso tendente a un poder absoluto, dentro de una unión entre el Estado y la Iglesia y en ello era básico una  representación, una imagen “a lo sagrado”, como componente de la ideología y propaganda política, plasmada en el arte, la literatura y muy especialmente en la fiesta, con todos sus componentes de fenómeno de masas de la época barroca (representaciones teatrales, arquitecturas efímeras, etc.). 

Esta sociedad sacralizada, del Barroco y de todo el Antiguo Régimen, traerá una política también sacralizada, por verdaderas creencias religiosas o por intereses de todo tipo. No obstante en la monarquía española no se tuvieron los extremos de deificación a los que se llegaría en Francia, pero sí se llegó a la noción de “Rey Católico” o “Príncipe Cristiano”, monarcas con tantas virtudes que llegan a la categoría de mito.

En 1627 se creó una comisión para que recogiera las adhesiones a la causa de canonización y se encarga a Juan de Pineda la recopilación de la vida y hechos del monarca y la investigación de las virtudes y milagros del santo rey formando un “Memorial”. Este religioso jesuita afirmó en el mismo que desde 1252 se rendía culto al rey Fernando III, esto era fundamental para una solicitud de canonización en la vía que se había escogido: la fama de santidad y el culto espontáneo e inmemorial por parte de los fieles (las vías más comunes para la canonización eran la admisión de la prueba de un culto inmemorial o la declaración de santidad demostrada por las virtudes y milagros del santo).

La Santa Sede formalizó las “cartas remisoriales”, documentos con los que se iniciaba el proceso, y ya en 1630 se concedió licencia para imprimir estampas del rey con la aureola de santo (las primeras fueron realizadas por Claude Audran el Viejo). Se define ya entonces el modelo iconográfico del monarca, ataviado según la moda de esa época, lo que resultaba anacrónico respecto a la propia del rey Fernando III.

San Fernando. Imp.Claude Audran el Viejo, 1630

 

Pero el proceso no iba a ser tan rápido como podía creerse. Aún sin arbitrariedad o sin prevaricación, la celeridad o ralentización de un proceso de canonización tiene un elevado componente humano. Como dice José Antonio Calvo Gómez, aunque no se trate de cambiar la voluntad de Dios sí pueden existir intereses que faciliten el avance en la comprensión de esta voluntad o que esperen a mejor ocasión para manifestarla.

Si por parte de la monarquía de los Austrias hispanos había interés en la canonización también existieron en los países europeos otros intereses políticos contrarios. Así, el proceso de canonización de Fernando III sufrió los avatares de las relaciones entre la corte de Madrid y los Estados Papales, especialmente bajo el pontificado de Urbano VIII, quien impulsó una política de la Santa Sede a favor de Francia y en contra de España.

En 1634, mediante la carta apostólica “Caelestis Hierusalem Cives”, de 5 de julio, Urbano VIII entregó a la Sagrada Congregación de Ritos un itinerario preciso para alcanzar la verdad en la decisión sobre todo culto público, autorización del culto universal, es decir la canonización. Se obligó a reelaborar el proceso sobre la fama de santidad del rey Fernando III. Ello a pesar de que la propia norma contemplaba la excepción cuando se podía justificar un culto anterior a 1534.

Aunque en 1655 se aprobó un culto limitado a Sevilla en la Capilla Real, para proceder a la canonización la Sagrada Congregación de Ritos exigió en 1659 que se elaborara un nuevo proceso informativo “super virtutibus et miraculis in specie” (declaración de santidad demostrada por las virtudes y milagros del santo), proceso que no habría sido necesario para alcanzar la declaración “per viam cultus” (admisión de la prueba de un culto inmemorial). Dicho proceso duró de 1662 a 1668, en un periodo inicial de tres años y tres prórrogas sucesivas, por fin en 1668 el Arzobispo Antonio Payno remitió toda la documentación a la Sede Apostólica.

Por esta época Francisco López de Caro y Bartolomé Esteban Murillo reunieron algunas imágenes que existían en Sevilla de Fernando III, como ratificación de la fama de santidad: una lámina de cobre de la Capilla Real de la Catedral de Sevilla, (versión de otra realizada en Roma anteriormente), San Fernando arrodillado orante ante Dios Padre (lámina también conservada en la Capilla Real), el retrato del rey en el salón de Embajadores del Alcázar, la rendición del rey Axataf ante Fernando III pintada por Francisco Pacheco en 1634 en la Catedral (con un modelo iconográfico que se repitió en muchas obras posteriores), etc.

Fernando III recibiendo las llaves de la ciudad, Francisco Pacheco, 1634. Catedral de Sevilla

 

Axataf entregando las llaves de Sevilla a Fernando III, en una obra anónima de 1750 aprox. El cuadro muestra también a la Virgen de los Reyes. Ayuntamiento de Sevilla

 

Después alguna sanatio in radice (subsanación, literalmente sanación en la raíz) se pudo alcanzar la finalización del proceso iniciado en 1624 con la elevación a los altares del monarca en 1671. Con toda solemnidad, Fernando III fue declarado definitivamente santo de la Iglesia católica y gloria de la monarquía hispánica. Primero mediante decreto de 1671 de Clemente X (pontificado 1670-1676) se extendía el culto a todos los dominios de los reyes de España y a las pocas fechas se le canonizaba (todo el proceso está documentado y recogido en los Archivos Vaticanos, volumen 1107 del Archivo de la Sagrada Congregación de Ritos, 5012 pags).

Algunos autores inciden en que en 1671 fue beatificado y en 1672 canonizado, otros interpretan que la canonización tuvo lugar ya por el decreto papal de 1671. Pero poco importan unos meses o un año en la culminación de un proceso de canonización, algo normalmente lento pero que en el caso de Fernando III se dilató cerca de cincuenta años desde su inicio formal y siglos desde la muerte del rey. Lo que si importa es que Fernando III de León y Castilla está canonizado, es reconocido como santo y está inscrito en el Canon de los Santos de la Iglesia.

San Fernando. Pedro Roldán, 1671. Catedral de Sevilla.

La noticia llegó en el mejor momento político posible para los Austrias. La canonización fue comunicada a doña Mariana de Austria, madre y regente de Carlos II, quien necesitaba un punto propagandístico (en una época de decadencia y crisis) como era la canonización de un rey castellano, lo que traía prestigio y apoyo a la institución monárquica, pues uno de los principales mecanismos de adhesión con los que contaba el poder era, como hemos dicho, el hecho festivo (que seduce los sentidos en una plena mentalidad barroca), lo que estaba además apoyado en la explosión de fervor religioso motivado por la gran devoción al nuevo santo, sobre todo en Sevilla y en el sur de España.

El Papa Clemente X autorizaba a celebrar la fiesta de san Fernando, el día 30 de mayo por ser el día de su muerte festejándose de forma especial dentro del mismo año de 1671, en la fecha que pareciera más conveniente. Inmediatamente la Reina gobernadora hizo publicar el Breve de Clemente X y se emitió cédula real de 23 de marzo, enviada a todas las ciudades, para que se celebrara el nuevo culto. Por lo que no sólo se celebró en Sevilla, la noticia del Breve se difundió a todas las iglesias españolas y americanas que establecieron su culto el 30 de mayo de cada año. Además y por el Breve “Exigit apostolicae servitutis”, de 26 de julio de 1673, el mismo pontífice estableció que en todos los reinos y señoríos de la Monarquía católica se celebrara la fiesta “con oficio y misa propios”.

La ciudad de Sevilla se volcó en la celebración, todos los estamentos sociales participaron en el boato. Gracias a la extensa “relación” (informe o memoria que diríamos hoy) que escribió el poeta Fernando de la Torre Farfán: “Fiestas de la S. Iglesia Metropolitana y Patriarcal de Sevilla al nuevo culto del señor Rey S. Fernando el tercero de Castilla y León” se conocen las fiestas solemnes que el cabildo catedral de Sevilla dedicó a San Fernando en 1671 (libro reeditado por el Colegio de Aparejadores de Sevilla en 1995).

Torre Farfán: “Fiestas de la S. Iglesia…” Universidad Complutense de Madrid, Biblioteca Histórica

 

Este libro es una magnifica fuente de información, pues además de texto contiene los grabados realizados por Matías de Arteaga y Juan de Valdés Leal con la ayuda de Francisco de Arteaga, Lucas Valdés y Luisa de Morales. Se recoge la descripción de todas las decoraciones y arquitecturas efímeras que se levantaron, como por ejemplo la encargada por los canónigos Justino de Neve y Juan de Loaysa a Valdés Leal, una máquina triunfal (una arquitectura efímera conmemorativa) entre la puerta principal y el trascoro de la catedral. Por su parte la Hermandad del Sagrario encargó el adorno de su capilla a Murillo, que dispuso una escenografía en perspectiva teatral en la que también participaron Juan de Valdés Leal, Matías de Arteaga, etc.

El libro de Torre Farfán es uno de los mejores dentro de los libros impresos en el siglo XVII, es sin lugar a dudas la mejor edición de la imprenta sevillana de ese momento, lo que nos da idea de la extraordinaria importancia que tuvo en Sevilla la canonización de San Fernando. 

Este libro de Torre Farfán incluía también la imagen del rey San Fernando, realizada basándose en un dibujo de Murillo, el propio Murillo y el escultor Pedro Roldán habían visto los restos del monarca para representarlo con propiedad.

La imagen oficial de San Fernando quedó así definitivamente fijada en 1671; recogiendo la tradición de las estampas datadas desde 1630, se imprimieron estampas que reproducían la “vera effigie” (imagen auténtica) del nuevo santo que grabó Matías de Arteaga a partir del dibujo en óvalo de Murillo. Murillo realizó asimismo un lienzo del Santo rey, que hoy se conserva en la Catedral de Sevilla.

San Fernando. Matías de Arteaga, 1671

San Fernando. Murillo, 1671. Catedral de Sevilla

 

Esperemos que la fiesta de San Fernando vuelva a tener la trascendencia que tuvo en la ciudad de Sevilla, que fue origen y centro de su devoción, y que se celebre como fiesta tanto litúrgica como de celebración popular en esta Ciudad.

 

“Después de varios siglos, esta fiesta, a finales de mayo, sigue siendo una buena ocasión para  celebrar que también los políticos y hombres de Estado están llamados a la santidad. La verdad, la justicia y la prudencia serán la forma de vivir su caridad. En esto, podrán aprender, también, en el modelo de Fernando III el Santo, rey de Castilla y de León, y patrón de Sevilla.”

José Antonio Calvo Gómez

 

Este artículo está dedicado a todos los que se llamen Fernando, Fernanda, María Fernanda, Nando… y todas las variantes posibles: ¡Feliz 30 de mayo!

 

Reyes Pro Jiménez
historiadora y bibliotecaria










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