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SMS/ Tercer Tramo. Pronósticos. Álvaro Pastor Torres


 a tras día, y semana tras semana, se repite la misma escena machadiana (léase Antonio y no Manuel, el semanasantero de los hermanos que comulgaba por igual con la Macarena y con la bohemia de Montmarte): “una tarde parda y fría/ de invierno. Los colegiales/ estudian. Monotonía/ de lluvia tras los cristales”. Y los capillitas rancios, los kofrades variopintos y hasta los canis de corneta con la Vane incorporada o de costal pintarraqueado comienzan, ahora sí, a preocuparse seriamente.

Yo llevo aún más tiempo con la mosca detrás de la oreja, concretamente desde el día que fui a la notaría de mi pueblo para firmar unos papeles. Paco, el oficial de la misma, hombre sabio y artista en casi todas las acepciones posibles del término, sabedor de mi afición por estos asuntos, me soltó a bocajarro un refrán paradeño que no hace más que rondarme desde entonces: “lloviendo Pascua: Carnaval, Semana Santa y Feria si la alcanza”. Como el refranero popular no se suele equivocar (navidades y carnestolendas han sido de coger la barca en vez del coche), es mejor que nos vayamos buscando ese viaje baratito a Egipto que en verano no nos encaja por el calor o una buena cura de sueño y alma en un balneario de aguas sulfurosas o de ciprés enhiesto con canto gregoriano incorporado.

Item más y sin salir de la sabiduría aborigen: las cabañuelas tampoco son muy optimistas que digamos. Y si es el pronóstico del Calendario Zaragozano, apaga y vámonos… al cine (ahora por lo menos están abiertos estos lugares de ocio, ya que antes –del Concilio- había que esperar hasta el Sábado de Gloria, o bien – muerto ya Franco- cambiaban en Semana Santa las carteleras de algunas salas, y por ejemplo en el Azul de La Florida pasaban de poner “Suecas salidas y cachondas” a una del tipo “Aterriza como puedas”).

Cuando hace veinte años teníamos eso, veinte años, siempre acababa metiendo cintura el anticiclón de las Azores y difuminando los nubarrones negros que mojaban las esteras de los palcos el Sábado de Pasión. Y si no, como último recurso, estaba el monasterio de Santa Clara, para acudir con un cartón de huevos implorando cual mocita casadera que no lloviera: “se hará lo que pueda” contestaban tras el torno. Aquel año debieron hacer poco las monjitas porque el Domingo de Ramos no salieron ni los Despojos. Puede que fuera entonces cuando empezamos como Saulo a caernos del caballo –o quizá a subirnos- y dejamos de creer en los Reyes Magos.

Publicado en EL MUNDO de Andalucía, Edición Sevilla, el Domingo, 21-II-2010










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