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Una historia: Montañés y los carmelitas descalzos. P. Juan Dobado Fernández O.C.D. Prior del Santo Ángel.


 A lo largo de las muchas horas en que la Iglesia del Santo Ángel permanece abierta cada día, sorprende el caminar seguro y certero de numerosos devotos que se acercan al lugar más importante de este templo de la descalcez carmelitana: la Capilla del Sagrario. Allí se encuentra Jesús Sacramentado, en hermoso sagrario de plata, y como si quisiéramos ponerle rostro, la mirada se dirige hacia arriba para contemplar la hermosura sin igual del Crucificado de los Desamparados, “el Montañés del Santo Ángel”, en palabras de los que lo muestran, asombrados, a quienes acompañan para que conozcan esta iglesia sevillana.

Sin duda alguna, es la obra más importante de esta iglesia y joya escultórica de Montañés, siendo la única del genial imaginero que ha permanecido en el lugar para el que fue realizado, casi un milagro. Ahora bien, no fue el único trabajo que Montañés ejecutó para esta iglesia carmelitana, sino que en otras dos ocasiones lo vemos firmando un contrato junto con Pacheco para la hechura de dos retablos, ambos con imaginería y pintura[i].

El primer retablo es el que encarga Francisca de León entre 1605 y 1608 que tenía como asunto las Dos Trinidades, con la imaginería de mano de Montañés y las pinturas de Pacheco. Sólo se han conservado las dos imágenes de San José y la Virgen, actualmente en la iglesia del Silencio, y cuatro pinturas de Pacheco (Santos Juanes, santa Catalina y santa Inés) todas ellas en el Prado[ii].

El mismo año en que se concluye el anterior encargo, 1608, Montañés se compromete también con Pacheco para un retablo dedicado a san Alberto de Sicilia en una capilla bajo el coro, en el lado del Evangelio, de la iglesia del Santo Ángel[iii]. El retablo lo encarga el sombrerero Miguel Jerónimo. Pues bien, la imagen del santo carmelita parece ser que es, según Hernández Díaz, la que se halla en la capilla de Montserrat, mientras que la pintura de Pacheco que representa los funerales de san Alberto se encuentra en el Museo de Pontevedra, figurando en paradero desconocido los retratos de los donantes.

Con estos precedentes abordará posteriormente, en 1617, la maravillosa talla del Cristo de los Desamparados. El documento que denota su autoría fue publicado por Bago Quintanilla, en una cédula judicial de 1623 se menciona:

“… y de otra escritura que el dicho Juan Martínez Montañés había otorgado… en que se había obligado a dar hecha y acabada en toda perfección toda la obra de hechura de un Cristo que el convento de Carmelitas descalzos de esta ciudad había pasado por el año de seiscientos diez y siete”[iv].

 Representa a Cristo muerto, a diferencia de la Clemencia, que está vivo en actitud de diálogo con el creyente. La cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha, presentando el rostro notables similitudes con el Nazareno de Pasión, tallado en la misma época. Quien contempla el rostro de uno y de otro ve al mismo Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El rostro refleja una serenidad y una paz que se transmiten al fiel que lo contempla. Crucificado con tres clavos, tanto la composición como la anatomía y el sudario están plenamente logrados, éste último inspirado en el de la Clemencia[v].

A pesar de la documentación, Hernández Díaz insistió en numerosas ocasiones en el análisis de la talla para intentar precisar su autoría, oscilando entre el maestro Montañés y su discípulo Juan de Mesa. Al final, revisando todo lo que había escrito, concluyó: “Aunque se ha pensado que pudiera ser obra de Juan de Mesa o de algún discípulo muy en el círculo montañesino, lo considero auténtico del llamado dios de la madera”[vi].

Hernández Díaz aprecia la diferencia entre las obras del maestro, dotadas de clasicismo y serenidad, con las creaciones de Mesa donde irrumpe el sentido de lo dramático dentro del pleno barroquismo. Así se deduce si observamos el Crucificado de Montañés, de 1617, y la gran serie de crucificados de Mesa que comienza al año siguiente: en 1618, el Amor; después, en 1619, la Conversión del Buen Ladrón; en 1620, la Buena Muerte, siguiendo su producción en otras tallas cristíferas hasta culminar en la Agonía de Vergara, en 1622. Recordamos que en esta iglesia del santo Ángel también trabajó Juan de Mesa, tallando la imagen de san José, que no se ha conservado, en el año 1620, el mismo en que realiza la Buena Muerte[vii]. Tal vez este encargo se le adjudicara a Mesa al tallar años antes la Inmaculada y el san José para el convento de la misma orden en el barrio de Santa Cruz, las Teresas, donde aún se pueden admirar.

 En la comunidad de carmelitas aún queda el recuerdo del profesor Hernández Díaz y sus visitas continuas a la capilla, a él corresponde el diseño del retablo marmóreo en el que se ubica la prodigiosa talla. Sin duda, un lugar digno en esa recoleta capilla diseñada por Aníbal González, en la que se unen azulejería y frescos como precioso joyero para el Santísimo Sacramento y el Crucificado de Montañés.

La imagen ha estado en otras capillas del templo, posiblemente en el retablo actual de san Elías, ya que está estructurado para albergar un crucificado y presenta los atributos de la pasión, además algunos apuntaban que este es el único resto del ático del antiguo retablo mayor barroco. También estuvo, en la siguiente capilla, cuando fue sede de la hermandad de la Lanzada, siendo su imagen titular y procesionando durante la segunda mitad del siglo XIX hasta 1914.

Desde este año el Crucificado de los Desamparados no ha salido de nuevo por las calles de la ciudad, ahora, el 31 de marzo de 2006, salIó de nuevo no sobre un paso sino sobre parihuelas en devoto Vía crucis, tal vez la primera vez que lo hace de esta manera. El itinerario del Vía crucis, transcurrió por el entorno del templo llegando hasta la parroquia de La Magdalena. Fue un emotivo encuentro entre los fieles y el rostro manso y humilde de esta hermosa imagen de Cristo, varón de dolores.

P. Juan Dobado Fernández O.C.D.  Prior del Santo Ángel.
Licenciado en Teología y en Historia del Arte.

Fotos: Alberto García Acevedo

Notas:

[i] HERNÁNDEZ DÍAZ, J., Juan Martínez Montañés (1568-1649), Sevilla, 1987, pp. 119, 141, 171-174.
[ii] Cfr.: VALDIVIESO, E., Francisco Pacheco (1564-1644), Sevilla, 1990; AA.VV.,  Catálogo Francisco Pacheco. 350 aniversario de su muerte, Sevilla, 1994.
[iii] LÓPEZ MARTÍNEZ, C., “Homenaje al Maestro Montañés al cumplirse el tricentenario de su muerte”, en Archivo Hispalense n. 35 (1949), pp. 1-47.
[iv] BAGO QUINTANILLA, M., Aportaciones documentales. Arquitectos, escultores y pintores sevillanos del siglo XVII. Documentos para la historia del Arte en Andalucía (1ª serie), 1927, p. 174.
[v] AA.VV., Catálogo Y murió en la cruz, Córdoba, 2001, pp. 212-215. La imagen figuró también en la exposición El emporio de Sevilla, celebrada en la Caja San Fernando.
[vi] HERNÁNDEZ DÍAZ, J., op. cit., p. 174
[vii] HERNÁNDEZ DÍAZ, J., Juan de Mesa, Sevilla, 1983, pp. 60-61.

 










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