Opinión. Obispos y Estatuto. José Aguilar. Diario de Sevilla
Y bien, los obispos están en su derecho, qué duda cabe. Se les critica que hicieran público su rechazo el mismo día en que el Congreso debatía la toma en consideración del proyecto salido del Parlamento de Andalucía, pero la idea de que su documento pudiera influir de alguna manera en la decisión final de los diputados es más bien descabellada. De hecho, no creo que ningún parlamentario alterase ese día el sentido de su voto en función del posicionamiento de los obispos que se llaman a sí mismos del sur.
Pero sí pueden influir en los ciudadanos andaluces que lo lean y lo asuman, se me dirá. Naturalmente. Tampoco hay que sobrevalorar esa influencia, ni siquiera cuando baje a tierra y se convierta en plática o sermón dominical en parroquias y demás templos (temor que han expresado los partidos de izquierda). Habrá, claro es, muchos fieles católicos para los que la formación de criterio al respecto sea deudora en gran medida de la voz de los obispos, pero también otros muchos andaluces fijarán su opinión por lo que les diga su partido, sindicato, familia, medio de comunicación favorito, vecino-líder o propia ideología. Quiero decir con esto que, igual que los caminos del Señor son inescrutables, los caminos del señor voto en referéndum tampoco son fáciles de adivinar o prefigurar. ¿Se habrían implantado, si no, en España, sin mayores traumas, leyes como las del divorcio o el aborto, tan radicalmente opuestas a la doctrina de la Iglesia católica?
Creo que los temores de la izquierda, y la alegría de la derecha, obedecen a una fijación sobre los fantasmas del pasado. Ocurre que los tiempos del nacionalcatolicismo están lejanos y que lo que se dice en los púlpitos, y en los documentos, tiene sólo el valor que quieren darle los que le quieran dar algún valor. Ni más ni menos. De no ser así los socialistas no hubiesen ganado las elecciones ni en 1982, ni en 1986, ni en 1990, ni en 1993 ni en 2004 (y en Andalucía, en todas). Escribir lo cual no significa faltarle al respeto a los obispos, que tienen, como digo, todo el derecho del mundo a hablar del Estatuto y de lo que quieran, deben seguir haciéndolo y estoy seguro de que lo harán.
Desde que tengo uso de razón no coincido con los obispos casi nunca. Defiendo, no obstante, su legitimidad para pronunciarse y trabajar por lo que creen, y la legitimidad de cada andaluz para escucharles con atención o para no hacerles ni caso.