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Carta abierta a los hermanos del Sol. José Carlos Cutiño Riaño


 16 de junio del Año del Señor de 2006. Enhorabuena a todos. Hoy, que por imponderables familiares me resulta imposible compartir la alegría que, sin duda, debe inundar nuestra Casa de Hermandad, aprovecho la penitencia de no poder vivir este momento en vuestra compañía para, desde el íntimo regocijo y en el silencio de mi hogar,  recordar cuanto ha costado llegar hasta este momento. 

Quizás mi percepción del gozo esté más matizada, por el hecho de que el que suscribe siempre tuvo claro que la Hermandad del Sol no necesitaba papel oficial alguno para considerarse tan penitencial como la que más. Quizás porque su penitencia estaba en subsistir cada día en la estrechez, la precariedad, el abandono y el olvido que superábamos desde la cercanía, la apertura, la transparencia que, con frecuencia, nos traía más problemas que satisfacciones en esa casa con paredes de cristal que era nuestro Oratorio, en el que todo, duquelas y alegrías, era compartido por nuestros hermanos, feligreses, vecinos y devotos o curiosos visitantes.

Pero en cada salida, cada hermano que portaba cirio, insignia, vara, era un nazareno de negro de los antiguos. No le hacía falta túnica ni antifaz a Rafael, ni a Javier, ni a Inmaculada, ni a Reyes, ni a Paco, ni a Pepa y Petra, ni a esos niños tan concientes de lo serio que era lo que hacían con su cera verde entre las manos. Era una Cofradía de Sábado Santo de la Santa Cruz al imaginario Palio de Estrellas que cubría a nuestra Bendita Madre, cuyas bambalinas de brisa se mecían cuando tras la salida se entonaba la marcha Procesión de Semana Santa en Sevilla de Marquina, como prudente y críptica reivindicación de lo que todos ya sabíamos que tarde o temprano tendría que ser. Era una Hermandad con mayúsculas, sólida y cohesionada como sólo lo es lo que se forja desde la adversidad.

Y ha sido. Ha sido cuando los imponderables del paso del tiempo ha dado paso a una nueva realidad, tan bien gestionada desde dentro como orientada desde fuera, compensando tantos años de ausencia de un faro que nos iluminara para evitar los arrecifes en los que tantas veces hemos embarrancado nuestra peculiar patera de sueños.

Pero no nos engañemos. Ahora viene lo difícil, ahora que ya no podremos escudar nuestras humanas carencias en la precariedad de nuestra situación ni en la falta de un techo o una guía espiritual. Ahora es el momento de demostrar que aquello que estábamos íntimamente convencidos de ser respondía a una realidad y no a una fachada. Y eso no depende de la estética ni del patrimonio material. 

Eso va a depender del patrimonio humano del que siempre presumíamos, del que Julio, ante mi escepticismo, anteponía como razón para evitar cualquier desahucio del que la Hermandad consideraba su entorno natural, desoyendo los cantos de sirena que con frecuencia prometían soluciones siempre inconclusas en los más dispersos puntos de nuestra Ciudad. 

Es el momento de unirse más que nunca, de hacer bandera de nuestra Fe, y de consolidar un proyecto de calidad más que de cantidad. Un proyecto construido desde la convivencia y la auténtica Hermandad, y sobre los sólidos pilares que construyeron quienes aportaron la única guía espiritual a nuestra Corporación. Un proyecto que honre la memoria de la única sotana que creyó en nosotros en los momentos más duros, ese árbol de nuestra esperanza que fue D. Carlos Rodríguez Baena, y que encontró continuidad en D. Manuel Moreno Ocaña. Un proyecto que confirme la confianza de quienes nos abrieron las puertas en los instantes más complejos, como nuestras monjas Salesianas y la buena gente de Mª. Auxiliadora, y que justifique el impulso proporcionado por D. Francisco y D. Geraldino cuando abrieron las puertas de la anhelada Parroquia. 

No necesitamos ni bordados ni plata, porque los roleos y cardos de los bordados se han dibujado con cicatrices en el alma de los que durante años mimaron a esta frágil planta, que igual desbordaba su estrecha maceta que languidecía por falta de riego. No necesitamos de oro ni plata porque eran de oro y plata las gotas de sudor, lágrimas y sangre con las que se regaron esa planta cuando hasta el agua se nos negaba, y permitieron que la planta sobreviviera hasta este día en que florece en toda su sacramental hermosura. 

Sólo necesitamos la unidad fraternal de la que siempre hicimos gala, cuando todos sentíamos que era un proyecto de todos, para que la flor muestre su belleza a esta Ciudad cuya historia conoce de altas torres que cayeron y de humildes barrios que han  llegado a coronar a su Reina. 

Enhorabuena a todos y un emocionado abrazo desde un rincón de la Puerta Osario.

José Carlos Cutiño Riaño
Hermano de la Fervorosa y Mariana Hermandad del Stmo. Sacramento y Cofradía de Nazarenos del Triunfo de la Santa Cruz , Santo Cristo Varón de Dolores de la Divina Misericordia , Ntra. Sra. del Sol y San Juan Evangelista.

Foto: Eduardo F. López 










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