¡Que poquito queda! Prendidos de tus ojos. Alberto de Faria Serrano

El cejo no es el que se te frunce si no que se frunce la noche en los olivos ante tu hora definitiva. El cabello no es el que se encrespa si no que se enreda la brisa desapacible del equinoccio. No sé si eres El que iluminas a la clara y diáfana Luna o es esta la que te ilumina a Ti. El cíngulo de oro hilvana desde tu pecho el bordado refulgente de tu mirada vaporosa. Perdida ante el destino. Pesarosa por tu condición de hombre. Segura por tu condición divina. Aguardando hoy el beso de los tuyos y fieles mientras llega el beso entrelazado de la traición. Ya llevas las manos abiertas y sientes la opresión de tu cautiverio sin que haya comenzado. Entregadas porque no te las ata el hombre si no el Padre. Compasivas porque no te las alta el Sanedrín si no los hombres por los que haces cada Primavera, el sacrificio extremo.

La antorcha es la llama consagrada que te purifica. El fuego redivido de los ancestros se difumina y enciende los cirios suspendidos de la cruz de San Andrés. No hay más Regla que la costumbre panadera que empapa todas las mejillas (y el paladar) de los presentes: No hay más Regla que el cenáculo misericordioso de vuestro Oratorio. Zaguán entrañable todo el año; ermita morada cada Cuaresma.

Cuando el Olivo haya aparecido, vendrán detrás a prenderte cuando ya te sientes cautivo. Cuando Santiago se lleve las manos a la cabeza Tú ya las habrás ofrecido. Cuando empiecen a huir los demás, Tú ya te habrás entregado: Cuando sientas el calor de la antorcha sobre tu rostro majestuoso, ya te habrás desvelado. Cuando te expongan el cíngulo de Tu Prendimiento,  ya te habrás prendido a nuestro destino. Cuando te empujen Orfila bajo hasta el Cedrón  de la Campana , ya nos habremos anudado a tu costero. ¡Que poquito queda!

Foto: Juan Alberto García Acevedo