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Ya queda menos. El Amor sale a nuestro encuentro. Alberto de Faria Serrano


 Hete aquí sevillano. Tras la esquina de este sendero se dobla el cabo de Buena Esperanza de una nueva travesía cuaresmal y se nos anticipa con el reflejo divino que atraviesa el Amor henchido por el lucernario de la Anunciación. Cita inexcusable. Marcada con letras de oro en el devocionario íntimo anual. Esperada con la inquietud rebosante del que sabe que inmediatamente todo se sucederá a un ritmo palpitante y vertiginoso. Ansiada por ser quien es el Amor en la ciudad. Y añorada porque cuando rodees sus 4 puntos cardinales y abarques la inerte extensión de sus brazos tu ánimo habrá experimentado el impulso más poderoso que existe en la humanidad. 

Hemos creído en  el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. La opción del cofrade o del que simplemente se acerca a encontrar un halo de transparencia a la oscuridad de sus presagios o sensaciones es fruto de su misericordia. Hay una percepción sobrehumana en la proximidad con el Amor. Solo hasta que no emboque Francos en cuarenta cuatro días no podremos descifrarla: Mientras llega pensamos que nuestro encuentro con Él supone un único y esplendoroso  acontecimiento que da un nuevo horizonte a la existencia y, con ello, un cariz  personal determinante. En su Evangelio, Juan expresa este acontecimiento con las siguientes palabras: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna » (cf. 3, 16). La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud. En efecto, el israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que, como bien sabe, compendian el núcleo de su existencia: « Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas » (6, 4-5). Jesús, haciendo de ambos un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el del amor al prójimo, contenido en el Libro del Levítico: « Amarás a tu prójimo como a ti mismo » (19, 18; cf. Mc 12, 29- 31). Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un « mandamiento », sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro.

Así acude el Amor a nuestro encuentro y no al contrario: se exalta su naturaleza y su estirpe cincelada por el genio cordobés. Depositar el beso de nuestro compromiso es emprender el camino de ese mandamiento y el hallazgo de esa respuesta. Hacerlo con una suave caricia que apenas se produzca el contacto puede llegar a intensificar la sensación de libertad. No se puede amar si no es libertad. Amar no es fácil. No lo es en los tiempos que corren porque ni a veces con nuestros hermanos nos sentimos libres para hacerlo. Amar requiere un alto grado de disciplina. Un sincero ejercicio de reflexión interna tan en desuso en nuestros semejantes y en nosotros mismos. Precisa un exigente nivel de autoconocimiento de nuestros propios defectos y virtudes. Expone con claridad que la base del Amor comienza en escucharnos los unos a los otros; vivir en el presente sin complejos pasados mirando hacia adelante. Y revestir de paciencia cada acto propio procurando hacer del amor nuestro interés supremo.

El pelicano siempre está detrás. A veces para el incrédulo o para el que duda de su fe o la tiene equivocada es preferible fijarse en estos símbolos tan clarividentes. El ave amamanta a sus crías de sí mismo y vierte su sangre para su alimento. El alimento de todos los cristianos esta a los pies del Amor. Uno de ellos lo besamos hoy y mañana. En cinco domingos derramará un monte de claveles.

Cuando rebases la mesa petitoria y contemples la magneficiencia del altar de besapie desde cierta distancia sabrás que solo un monte de claveles puede inundar de Amor la estrechez de Álvarez Quintero y  se recortará su sombra sobre la fachada de San Juan de Dios por última vez en la Madrugada. A falta de una verdadera rampla, para que no falte el Amor al que acudiremos esta vez a su encuentro, subirá la cuesta definitiva del exilio que le acuna desde el cielo para Socorrerle. Está Anunciado sevillano. Ya queda menos.

Foto: Besapies febrero 2007 / Francisco Santiago










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