La sabiduría sentada. Francis Segura

En la gloria del techo de palio de María Santísima de la Angustia, de la hermandad de los Estudiantes, hemos contemplado siempre una representación de la Virgen como Trono de la Sabiduría. Esta letanía, que nos recuerda también una de las antífonas de la expectación (O Sapientia) sirve hoy de punto de partida para una reflexión emocionada y un homenaje justificado.

Allí en el palio estudiantil del Martes Santo, la sabiduría va sentada sobre un trono, y sobre sus rodillas, lleva al Niño Jesús, recordándonos que la Virgen, con su maternidad divina, fue trono de la Sabiduría, esa que cantaba el Antiguo Testamento y luego se manifestó en carne mortal a través de Cristo, su palabra y su obra redentora. Sin embargo, aunque hemos visto muchas veces esa misma representación, en pocas ocasiones hemos contemplado la sabiduría como tal, sin más añadidos ni personajes yuxtapuestos. Sin embargo, yo puedo afirmar que en la tarde del pasado miércoles, yo ví a la sabiduría sentada, personificada en Juan Martínez Alcalde.

La contemplación que os digo tuvo lugar en la gala de entrega de premios “Semana Santa de Sevilla”, en la cual, junto a otros muchos, en la sección de Investigación recibió su galardón el que, en palabras del Alcalde, “salvó a las hermandades de gloria de la pérdida total, poniendo en valor su historia y su patrimonio”. La entrega de todos los premios tuvo un componente especial, un recuerdo emocionado…pero los propios conductores de la gala, miembros del equipo de TeleSevilla que hace posible el programa dedicado a nuestra religiosidad popular, enmarcó el momento de una especial sensibilidad, que cabe agradecer, adaptándose a las especiales condiciones de Juan debido a su enfermedad.

La larga estancia en la UCI del Hospital Virgen del Rocío, en la que ha recibido muestras de cariño y admiración de muchos, le ha hecho afirmar, al recoger su premio, que “quiere a Sevilla, pero no sabía cuánto le quería Sevilla a él”. Juan, que ha recogido el premio con la ayuda de su sobrina y ahijada Rocío, que ha guiado la silla de ruedas en la que ha aparecido sobre las tablas del Lope de Vega, a pesar de llevar preparadas unas sentidas y sencillas palabras, ha improvisado sinceras muestras de cariño, dirigiendo besos al público, que le observaba y aplaudía emocionado. El historiador tuvo a bien salir a recoger el premio portando en su cuello las dos medallas de sus hermandades más queridas: la Pastora de Santa Marina y la Amargura.

Acostumbrados como estábamos a verlo caminando incansable, de culto en culto y de procesión en procesión, encontrarlo tan postrado por su enfermedad e incapaz de moverse por sí mismo ha provocado la emoción y las lágrimas de muchos. Su sinceridad, su entereza, su temor de Dios y su alegría, a pesar de tanta dificultad, ha servido como ejemplo de cariño a su familia –se ha referido a su hermana y su sobrina como “sus dos ángeles protectores”- y también apego a la vocación de historiador, que le ha movido y llevado siempre a seguir abriendo nuevas puertas para conocer mejor Sevilla, y sobre todo sus hermandades de gloria.

Hoy he visto en Juan a la sabiduría sentada. No le han hecho falta ropajes, ni signos, ni libros entreabiertos. Sus ojos han dicho lo que su voz no podía expresar. La ovación que ha recibido refrenda la admiración que siente Sevilla por aquellos que la quieren, y se ha demostrado como los avatares de la vida no pueden minar tan fácilmente a quien lo ha dado todo por la ciudad que le vio nacer y le enseñó los rudimentos de una cultura que él ha sabido asimilar y crecer en su conocimiento.

Hoy Juan Martínez ha recibido el homenaje que merecía, lo que hay que agradecer a quienes han pensado en él para recibir tan honroso galardón. Estoy seguro que ya lo ha puesto a los pies de su Pastora, rogándole bendiciones y misericordia. Hoy, sentado, se ha vuelto a alzar sobre todos nosotros. Gracias por todo, maestro.

Foto: Mariano Ruesga Osuna