El símbolo de la soga. Alberto de Faría Serrano.

No hay sacrificio sin renuncia. Ni atadura sin entrega. En el rescoldo abrasivo de la bajada a los infiernos, el látigo castiga sin piedad al amparo de la desolación de la mazmorra, sobre  la ominosa afrenta de la incredulidad. El verbo hecho hombre comparece tan descartado como inestable; los jirones de su piel  no son  si no plegarias cruentas por el alma de los fustigadores.

Cada día tiene su afán y también su hiel. No es si no templaza  mas arraigada  ni robusta como la columna que mantiene su fe erguida. La flagelación es el símbolo  laudatorio de la instrucción penitencial junto a la agónica Fábrica de Tabacalera. Esa vela que permanece casi todo el día encendida es el anticipo preciso de la Victoria y que en breve  extenderá su inconmensurable delicadeza y su sobrio esplendor.  El altar de Quinario anuncia la penitencia de todo lo que sabe a esencia. De lo que rezuma eternidad. De lo que desprende perpetuidad.

La lacerante flagelación que cada año se escucha a la orilla del Canal se torna viviente metáfora de la que sufre una y tantas familias cuando trata en vano de encontrar una explicación mínimamente con sentido. Mirar de frente al leño surgido de las manos prodigiosas de Buiza, es agarrarse firmemente a la columna de nuestra unción cuaresmal. Doliente, se nos ofrece con el ceño fruncido y la mirada perdida atándose a su destino como la soga que rotundamente y definitivamente nos ata a Él.

Cuando el Amor Fraterno encarne el Sol del Mediodía del Jueves Santo y pregone en los armoniosos contrastes estéticos de su Misterio la Resurrección , se habrá cumplido la profecía; mas que preámbulo de su ejecución será el de su Victoria por la costumbre sevillana  y recibirá no 40 como la ley hebrea dicta: Será muchas mas las plegarias y las oraciones que se sigan vertiendo a uno y otro lado del río.

Fotos: Francisco Santiago