La llama prendida. Alberto de Faría Serrano.

Una antorcha nos abre el sendero. Nos conduce al hogar de Dios: donde se  hornea el pan espiritual de cada día. Donde madrugan para darle forma al  alimento que nos subsiste: Donde se dora la canastilla de los desvelos y de los sueños. Se prende la llama de otra antorcha. Y de otra.

En este rinconcito entre Encarnación y San Andrés, venera  penitencial permanente, nos recibe con los brazos abiertos para prendernos a su dignísima y soberana humildad; Esa apabullante entrega por nosotros. Y su mirada entornada. Baja. Casi reverencial. Majestuosa en su equilibrio. Parece susurrarnos un gesto; Aquí me tenéis. Haced el nudo del prendimiento porque en él anida vuestro corazón. Prendedme ahora que ya llegarán los que a diario están en el templo junto a mí y me echaran mano. Pero esta es vuestra hora y vuestro poder: ya llegará el de las tinieblas.

Cuando la rama del olivo se erija a sus pies, el sendero será abierto por la muchedumbre: será guiado por todas nuestras antorchas hacia el paraíso. Entonces no sabremos si somos nosotros los apresados por su eminente y magnética presencia. Mientras tanto atémosle con nuestros labios. El ya tiene abiertos los brazos y te ha puesto el lazo en tu comisura.

Foto: Francisco Santiago.